A ciertas edades hay que hablar más a Dios de tus hijos y menos a tus hijos de Dios

A veces los padres nos alarmamos cuando vemos que a ciertas edades, sobre todo en la adolescencia, nuestros hijos se alejan de Dios y se apartan de la Fe en la que crecieron. Es tanto nuestro susto que luego cometemos el error de “forzarlos” en lugar de invitarlos. 

Por ejemplo, a ir a Misa, a acudir a retiros, a rezar… Este es un grave error que hemos cometido la gran mayoría. Y digo error porque no nos damos cuenta -pues es un comportamiento inconsciente- que el quererlos forzar no viene del amor sino del miedo. Perdemos la confianza en los frutos de la formación que les dimos en la niñez.  Existe también un poco de la ignorancia que muchas veces tenemos como padres.

Aunque cada adolescente es único, lo cierto es que casi todos buscan su propio “yo”, descubrir su identidad y alcanzar cierta independencia. También buscan modelos a seguir y es justamente aquí donde haré hincapié pues es clave para el desarrollo de su espiritualidad religiosa.

Si la religión es el lazo que tiene una persona con su Creador, el adolescente, a pesar de sentir que él las puede todas y que no necesita de nadie, también experimenta la necesidad de estar conectado con “Aquel” que lo creó.  Como la adolescencia en sí misma es una etapa de búsqueda, en esa búsqueda también está Dios como modelo a seguir.

¿Por qué es tan importante que el chico descubra y experimente esa conexión con su Padre Creador y que los padres hagamos un acompañamiento prudente, paciente y amoroso y no punitivo? Por muchas razones. A esta edad es habitual el distanciamiento entre padres e hijos. Es entonces cuando el chico ha de tener la seguridad de que existe un amor aún más profundo hacia él de un “Ser” que únicamente se le conoce a través del camino de la Fe. 

Por cultura o por miedo al “qué dirán” no todos los chicos hablan de Dios. Sin embargo, cuando descubran ese Amor puro que les hace felices y se quiten esa máscara del miedo, los jóvenes son los más valientes a la hora de compartir su Fe con los demás.

Y es que a muchos el camino espiritual les ha ayudado a conocerse y a amarse a sí mismos porque es así como Dios lo hace con ellos. Y con esa misma facilidad aman a los demás. 

¿Qué hacer como padres?

¡Ser ejemplares! Los padres son fundamentales en el cimiento y desarrollo de la espiritualidad religiosa del chico. Comienza en la niñez y los frutos se cosechan en la adolescencia y en la edad adulta.

El adolescente, por su mismo sentido de justicia observa y “enjuicia” la congruencia de los padres y a partir de ahí tomará sus propias decisiones: deseo ser como ellos o no. 

Pocos padres caen en cuenta de que para sus hijos -en la tierra- ellos son los representantes de Dios. A través de ellos, de su ejemplo y congruencia de vida conocen, reconocen, y llegan a Él. Aunque tristemente muchas veces es lo contrario. Los hijos no alcanzan a percibir todo esto debido a la incongruencia de sus padres.

Hay que presentar el amor de Dios, la Fe muy apetecible. Que nuestras acciones hablen de Dios sin necesidad de pronunciar su Nombre. Que a través de nosotros conozcan a un Dios amoroso, misericordioso y justo y no como muchas veces lo hacemos: castigador y punitivo. 

Papás, desatemos las manos de Dios para que Él actúe conforme a su voluntad. No estropeemos los planes que Él tiene para nuestros hijos. No tengan miedo. Recuerden son hijos de Dios y que si nos los confió precisamente a cada uno de nosotros es porque contamos con todas las capacidades para guiarlos y encaminar su alma al Cielo. 

Los tiempos de Dios son perfectos y generalmente son distintos a los nuestros. Ellos se estarán apartando de la fe, pero nuestras oraciones los regresarán. Pidamos de rodillas por su conversión: “Señor, haz que mi hijo sienta necesidad de ti”.

Aleteia.