No, no es de locos. Una persona agradecida sabe decir “gracias” tanto en el gozo como en el dolor. Veamos porqué

La gratitud es como la paciencia, se tiene o no se tiene.

No podemos decir, yo soy muy paciente, pero cuando me colman el plato o me hacen enojar, entonces sí exploto. Lo siento, pero si en las pruebas álgidas no demuestras ese temple, no eres paciente. 

Lo mismo sucede con la persona que es agradecida, lo será siempre y bajo cualquier circunstancia, aunque en momentos de dolor le cueste más demostrar esa actitud.

Claro, decir gracias desde el fondo del corazón en momentos de alegría y gozo, cuando todo es felicidad y satisfacción es facilísimo. ¿Pero qué pasa cuando pasamos por dolores y tragedias, por la muerte de un ser querido, por ejemplo? ¡Qué difícil es! 

Y es que siendo realistas y recordando que somos de carne y hueso, un sincero “gracias” al momento en que el sufrimiento nos nubla la razón, cuando lo que queremos es morir de dolor difícilmente saldrá del alma. 

Pero el que sea difícil no significa que sea imposible. Sí, aún en esos momentos en los que la tierra “pareciera” juntase con el inferno también hay que voltear los ojos al cielo y decir gracias, solo eso, gracias. Aunque nos cueste trabajo por tener el alma partida, aunque las palabras salgan cortadas y vayan bañadas de llanto, hay que elevar el corazón y decir gracias.

Por supuesto que esta actitud de gratitud en momentos de dolor es más sencilla cuando tenemos una vida de fe, un espíritu fuerte y sabemos sobrenaturalizar. 

¿Y por qué dar gracias en los momentos en que pareciera que la vida se burlara de nosotros? ¿Acaso somos masoquista? No, no es sadismo; es amor, es virtud, es aprendizaje, crecimiento, gratitud… Ese “gracias” es una alabanza del alma que reconoce a su Creador en cualquier momento y circunstancia.  

  • Gracias por la fortaleza que sale cuando se pasan por momentos difíciles. 
  • Gracias porque las pruebas traen tesoros escondidos de talentos y capacidades que no sabíamos que teníamos. 
  • Gracias porque el dolor se puede convertir en fuente de inspiración. Porque lo que hoy es nuestra prueba, mañana será nuestro testimonio. 
  • Gracias porque cuando el dolor arrecia nos acordamos de que hay un Ser superior que nos hace voltear al cielo y de quien su mirada es un bálsamo que todo alivia.
  • Gracias porque el dolor nos hace más humildes, compasivos, misericordiosos y menos juiciosos.
  • Gracias porque el dolor es tan saludable en la vida como lo es la tristeza porque es una alerta de que algo en nosotros se ha desacomodado y necesita atención.
  • Gracias porque el dolor nos hace más sabios.
  • Gracias porque la vida -Dios- confió en nosotros al permitirnos pasar por esas pruebas.
  • Gracias porque cuantas veces el dolor ha sido ese “wake-up call” que necesitábamos de esa vida dormida que llevábamos.
  • Gracias porque al final eso que se nos presentó con tan mala cara resultó ser una bendición disfrazada.

Y así la lista podría continuar. Aquí lo siempre importante es que ese gracias sea una constante en nosotros, un estilo de vida.

Ahora, para los creyentes el dolor tiene un significado aún mayor, infinito, sobrenatural. Sabemos que el dolor es purificador y corredentor. Por lo tanto, aunque en el momento de la pena cueste soltar ese gracias, hay que hacer el intento por hacerlo. Aunque la razón y el corazón aún no se hayan puesto de acuerdo sabemos que en el fondo sí lo sentimos porque sabemos su valor; nos sentimos privilegiados de haber sido tomados en cuenta al sufrir y padecer en “algo” como Cristo lo hizo. Gracias, porque el sufrimiento es una oportunidad para expiar nuestra alma o suplicar por el alma de esa persona que necesita conversión. 

Gracias, siempre y en todo, gracias…