Imagínate tu vida como una obra de teatro puesta en escena…
Me gusta tener tiempo para aburrirme. Sentarme a ver pasar la vida. Sin tener que hacer muchas cosas.
Quizás me falta esa capacidad de aburrirme. Es como si tuviera tanto que hacer que nunca tuviera tiempo que perder.
Me hace gracia la demanda de algún niño: “Mamá, me aburro”. Y la consabida respuesta serena de la madre: “Hijo, cuando yo era pequeña no tenía tiempo para aburrirme”.
El niño puede aburrirse. El adulto ha perdido esa capacidad. Aburrirse no es tan malo. Pero es verdad que por aburrimiento puedo dejar de luchar, de amar, de caminar. El aburrimiento puede desenamorarme de mis sueños.
No todo tiene que ser divertido. No todo tiene que ser fácil y tener sentido. No todas las cosas tienen que ser fascinantes.
Hay personas aburridas, trabajos aburridos, vacaciones aburridas. Hay lugares que me aburren y misiones que me desesperan. No por ello abandono en la lucha. Sigo adelante.
Me creo que amar significa entretener a la persona amada. O entretener a mis hijos amados. Y no es así.
Puedo aburrirme junto a quien amo, sin dejar de amarlo. Puedo aburrirme en el trabajo de mi vida, sin dejar de esforzarme y valorarlo. El aburrimiento no es tan malo.
Me gustaría ser capaz de perder el tiempo sin que me remuerda la conciencia. Pensar que tiro horas por la borda de mi vida sin hacer nada de gran trascendencia. ¿No estaré desperdiciando mis talentos y siendo infiel a la misión confiada?
Una persona me comentaba que una noche de insomnio hizo el esfuerzo de imaginar su vida como si fuera una obra de teatro representada en escena.
Y pensó que tal vez en un día de su vida no había demasiados diálogos transcendentes. Y abundaban las conversaciones sobre temas superficiales, los comentarios innecesarios, las bromas carentes de hondura. Había tal vez excesivos silencios y poca acción.
Y pensó en Dios mirando esa obra de teatro de su vida. ¿Sonreiría? ¿Se aburriría?
Pienso en mi obra de teatro puesta en escena. En mi vida que transcurre ante los ojos de Dios y de los hombres. ¿Cuál es mi aporte? ¿Qué hago con los años que me quedan todavía en escena? ¿Qué piensa Dios de mí? ¿Le gusta mi vida?
Tengo mucho que hacer, lo sé, mucho que decir. Pero me da miedo aburrir a Dios con una vida insulsa, sin sustancia, sin profundidad.
Puedo hacer mucho más de lo que hago. O puedo elegir realmente qué hago. No dejo que el tiempo se me escape.
No sé si es mucho o poco lo que aún me queda. Pero merece la pena aprovechar los días. Sin ansiedad por hacerlo todo, por hablarlo todo. Pero con mucha pazen el alma.
La paz de saber que estoy recorriendo la vida con Jesús, de su mano. Y eso me consuela. Tomo decisiones constantes con Él, en Él.
Mi tiempo es sagrado. Me gusta pensar en la sacramentalidad del presente. Dios entra en escena en mi vida en presente.
Mi salvación se conjuga en presente. En el momento que vivo Dios viene a mi casa. Entra en la escena de mi teatro y actúa conmigo. No estoy yo solo en la escena perdiendo o aprovechando el tiempo.
El presente es el día de la acción, del amor, del ser. Soy ahora mismo en mi verdad. Con mis heridas, con mi pasado que tanto me pesa, con las huellas de Dios en mi alma.
Soy yo ahora y Dios viene a mi encuentro. Se abaja a mi orilla. Viene a mi barca. Entra en mi escenario. Eso me conmueve siempre. Actúa en presente. No en pasado.
Luego miro la historia y veo su aliento sostenido en el tiempo. Pero es ahora cuando se cumple el día de mi salvación. Ahora mismo.
Depende todo de mi sí y del amor de Dios que viene a mí a abrazarme con ternura. Mi salvación se hace carne en mis decisiones que suceden en presente.
Quisiera aprender a vivir en el hoy. En el silencio en el que Dios me habita. Me cuesta. Me recreo en el pasado que no puedo cambiar. Recuerdo esas circunstancias pasadas que trajeron dolores. Ya no puedo cambiarlas. De nada sirve llorar sobre ellas.
Dejo de pensar en el pasado pisado por mis huellas. Me concentro en el presente. Sin angustiarme por el futuro incierto que no controlo.
Lo único que puedo hacer es lo que tengo entre mis manos. Las palabras que salen ahora de mis labios. Las decisiones que van tomando cuerpo en mi alma. Así, despacio, en presente. Sin perder el tiempo. Y dejando que pase sin miedo, sin agobios.
Tengo todo mi presente por delante. El que veo ahora. El que sueño. Quisiera aprender a encontrarme con Jesús aquí y ahora, donde me encuentro. Sin pasar por alto lo que está sucediendo. Sin dejar de ver a los que Dios ha puesto ahora en mi camino.
Siempre me gustó una expresión latina: “Nunc coepi”. Significa que ahora empiezo. Ahora mismo me pongo manos a la obra.
Ahora inicio la carrera y me juego la vida. En presente. No en pasado. Ahora es cuando puedo pensar, amar, actuar, salvar. Ahora puedo abrazar y mostrar mi misericordia. Ahora puedo perdonar y aliviar la carga en el camino.
Ahora mi vida es nueva, porque Jesús hace todas las cosas nuevas. Ahora he dejado atrás mis miedos y pesares. Mis penas y angustias.
Ahora estoy dispuesto a entregar la vida por completo sin miedo a perder todas las ganancias. Ahora me levanto y me olvido de mi error, de mi caída, de mi tropiezo.
Ahora elijo mi vida como es y no como me hubiera gustado que fuera. Ahora los sueños tienen más vida, más fuerza, más fuego.
Ahora está todo por hacer y tengo fuerzas nuevas. Suficiente para este presente que acaricio con mis manos. Ahora empiezo de nuevo a amar.