Que el latín es odiado por el enemigo infernal es una realidad que constato en ministerio sacerdotal.

Un joven matrimonio se acercó para hacerme una consulta. La señora me advirtió que estaba, desde hacía unos años, en tratamiento con un exorcista. A lo largo de la conversación, en el momento oportuno, le aconsejé que intentara rezar en latín, en particular el Santo Rosario; es decir, Padre nuestro y Ave María, así como las letanías. En un primer momento quedó sorprendida, pero al poco consideró mi propuesta. Y fue entonces, cuando ella estaba dispuesta a seguir mi consejo, cuando se manifestó violentamente la posesión: empezó a convulsionarse violentamente durante unos segundos.

El latín ha sido la lengua con la que, durante siglos, la Iglesia ha alabado al Señor, ha sido la lengua omnipresente en la liturgia y en la vida ordinaria de la Iglesia. El latín de la liturgia no es el latín vulgar; y es que la Iglesia ha purificado la lengua de alabanza al Creador.

El latín ha sido la lengua que durante siglos ha empleado en los exorcismos. Por tanto es la lengua que mucho sabe de cómo debilitar a Satanás.

El latín es la lengua con la que la Iglesia ha definido sus dogmas de fe, ha fijado su fe y magisterio de forma imperecedera e inmutable.

Y es que el latín se diferencia de las lenguas vernáculas por su dignidad, gravedad, claridad y precisión. Tiene la gran ventaja de que puede ser pronunciado por quienes no lo conocen. Se presenta como una lengua acogedora, pues hace sentirnos miembros de la Iglesia universal, saliendo de los particularismos de las nacionalidades y de las divisiones a que nos llevan las lenguas vernáculas.

Siempre me ha extrañado que en algunas parroquias, con el fin de acoger a todos los feligreses de distintas nacionalidades, tengan distintas misas según los distintos idiomas. Así, a primera hora, misa en polaco, por ejemplo, a media mañana la misa de la parroquia, después misa en francés, y por la tarde la misa en inglés, por decir otro idioma. ¿No sería mejor una sola misa donde estuvieran todos? ¿No se sentirían más acogidos, más integrados? ¿No fomentaría mucho mejor la acogida fraternal de la parroquia? Sólo serían necesarios unos folletos con las traducciones del latín a los respectivos idiomas. De esta forma todos contestarían al unísono en la lengua que los une, que los identifica como católicos, que les hace traspasar las barreras de su idioma particular y los hace universales.

El latín eleva el alma, nos asocia al misterio del Sacrifico del Altar, nos centra en el misterio trinitario, aleja al enemigo manteniéndole a distancia, nos identifica en nuestra fe católica, nos hace universales, no crea barrearas idiomáticas, no se puede utilizar con fines políticos, como sí se utilizan las lenguas vernáculas. Y si dices que no lo entiendes, no te preocupes demasiado, el Señor sabe latín, y Él entenderá lo que le dices en la oración.

Reza en latín.

P. Juan Manuel Rguez de la Rosa.