Un animal tentador. Si existe un animal próximo al hombre, este es, paradójicamente, ¡la serpiente! Esta cercanía puede sorprender al lector, pero si entendemos literalmente la Biblia, es la serpiente el primer animal que aparece en el largo bestiario de la historia sagrada, junto a Eva en el libro del Génesis. 

Aparece como un animal complaciente, astuto y tentador, no como un reptil peligroso que evitar, como podrá aparecer más adelante. El Génesis expresa, en efecto, que “la serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho”.

Y precisamente con un ardid invita el animal a Eva a comer del fruto del árbol del conocimiento que Dios había prohibido bajo pena de muerte. La serpiente, maliciosa y pérfida, sembró la duda: “No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”, dando comienzo así al gran relato…

La serpiente condenada

Después de este episodio, al juicio contra la serpiente no cabía apelación: “Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón”.

Después, la imagen de la serpiente quedó asociada a la del pecado, la tentación y el diablo. Este animal, cuya astucia lo aproxima al hombre, se convertirá también en su principal enemigo. El diablo se encarnará en este reptil que se arrastra por el suelo, oculto en los recovecos, siempre dispuesto a sorprender y a morder.

Aunque el animal gozó de una mejor imagen la mayor parte del tiempo en el mundo antiguo, como animal sanador entre los griegos y los romanos, símbolo también de la vida y de la Madre Tierra, su destino funesto había quedado sellado con el relato del Génesis… o bueno, no del todo.

La serpiente de bronce protectora

Y es que, curiosamente, surgirá una imagen del todo favorecedora de la serpiente en dos episodios del Antiguo Testamento asociados a la vida de Moisés. El primero, cuando reclama en varias ocasiones al Faraón la liberación de su pueblo de la esclavitud.

Entonces, se produce una batalla de magia, según relata el libro del Éxodo, durante la cual el cayado de su hermano Aarón se transforma en serpiente y se enfrenta a los otros bastones de los magos del Faraón, convertidos a su vez también en serpientes por las artimañas de los hechiceros. Sin embargo, la serpiente de Aarón devoró a todas las demás, como signo de protección y omnipotencia de Dios hacia Israel.

El segundo episodio se evoca en el libro de los Números. El pueblo, ya liberado de la esclavitud, erraba por el desierto y terminó por protestar contra Dios y Moisés, añorando Egipto. “Entonces el Señor envió contra el pueblo unas serpientes abrasadoras, que mordieron a la gente, y así murieron muchos israelitas”, cuenta la Biblia.

Arrepentidos, los israelitas imploraron a Moisés que intercediera ante el Señor, que le ordenó: “Fabrica una serpiente abrasadora y colócala sobre un asta. Y todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará curado”.

Desde entonces la serpiente ya no es solamente el animal por el que se muere, sino que se convierte también en aquel por el que se revive, un emblema de hierro, o bronce, antaño asociado al dios Mercurio y que encontramos a día de hoy en el símbolo del caduceo médico.

Una representación ambigua

Como ya hemos visto, el destino de la serpiente en la Biblia tiene más matices de lo que parecía a primera vista. Además, tampoco era extraño verla decorar muchas cruces de obispos de la Edad Media, envolver una cruz o figurar en un lugar de honor como el de la basílica de San Ambrosio en Milán.

La serpiente sería a veces incluso el símbolo de Cristo y ya no del demonio con un culto que llega a adorar al animal durante las ceremonias de ciertas sectas gnósticas. Y aunque continuemos llamando “lengua viperina” –es decir, de víbora– a alguien que maldice o habla con mordacidad, el animal rastrero no ha dejado de lograr que se hable de él…. ¡para bien o para mal!