Aunque en la actualidad el caballo es sinónimo de ocio y de animal de compañía, no siempre ha sido así. El caballo ha sido de todo, desde presa de cazadores a compañero de conquistas, instrumento agrario y de transporte, destaca la fertilidad simbólica que ha alimentado en el mundo pagano y en la Biblia.

Mientras que el Antiguo Testamento no deja una impresión positiva del caballo, sinónimo de potencia guerrera y de dominación, luego será, en cambio, el instrumento de Dios, sobre todo en las visiones apocalípticas de san Juan.

Las primeras representaciones del caballo en grabados o pinturas en las paredes de las caberas de la prehistoria seguirán siendo siempre unas imágenes inolvidables. Aunque este animal era una presa para los antiguos cazadores, parece que, también muy pronto, entró entre los animales simbólicos más importantes de las primeras religiones de la humanidad. Así, la diosa celta Epona, al transformarse en caballo, adquiriría un lugar central en el panteón del pueblo galo, que le profesaba una admiración sin límite.

De igual modo, los griegos darán vida al mito de los centauros —seres mitológicos con cuerpo de caballo y torso de hombre—, sin olvidar, por supuesto, al fabuloso caballo alado Pegaso… Sin embargo, el Antiguo Testamento se desmarcará y descartará este importante espacio alegórico haciendo del caballo un instrumento de poder, sinónimo de guerra y de destrucción.

Un episodio bien conocido del Éxodo manifiesta de forma evidente esta hostilidad hacia este símbolo bélico. Cuando el pueblo de Israel ya había salido de Egipto, “los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar”. La cólera divina se abatió entonces sobre los perseguidores: “Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó”.

El caballo, animal que hace posibles todas las conquistas, ve su poder reducido a nada frente a hombre y mujeres a pie y desarmados, gracias al poder divino. Los profetas, desde entonces, criticaron de manera recurrente la imagen del caballo, conservando la cólera divina del Antiguo Testamento, e hicieron de este animal un símbolo guerrero y belicoso que distancia de Dios, aunque el mismo profeta Elías fuera elevado a los cielos por caballos de fuego…

Los caballos del Apocalipsis, la revelación divina

Esta desconfianza hacia el caballo demostrada en el Antiguo Testamento se atenuará de manera manifiesta en el Nuevo. El caballo, hasta entonces opuesto a Yahvé, se convierte en instrumento de Dios. Así, las visiones de san Juan en el Apocalipsis, de las que se han adueñado múltiples artistas y escritores, ofrecen, en efecto, una representación pavorosa de cuatro jinetes del Apocalipsis sobre sus monturas de distinto pelaje.

Cuando el Cordero rompe los siete sellos del libro sobre el Juicio del mundo, aparece un caballo blanco con su caballero portando un arco, luego otro rojo fuego con un caballero armado con una espada y con “el poder de desterrar la paz de la tierra”, seguido de un caballero con una balanza en la mano a lomos de un caballo negro, antes de dar paso al último caballo de color amarillo montado por un jinete llamado “Muerte”.

La palabra Apocalipsis viene del griego apokalupsis, sinónimo de revelación. Al describir estas visiones de terror —contemporáneas de un Imperio Romano que martirizaba a los primeros cristianos— el texto no apunta a un catastrofismo como tan a menudo se malinterpreta, sino más bien a una invitación a superar nuestras pasiones representadas por estos cuatro caballos para seguir el camino trazado por el mensaje crístico. 

Sin embargo, aunque presente de manera deslumbrante en el Apocalipsis, el noble caballo no aparece en los textos bíblicos bajo una luz muy favorable…

Del caballo de Pablo al asno de Cristo

Como ya sabemos, Pablo de Tarso, antes de ser un combatiente de Cristo, arremetía contra la nueva religión con todo su ímpetu guerrillero. Por eso se le representa a menudo espada en mano. El pintor Caravaggio lo pintó caído de su montura durante su revelación en el camino a Damasco. A pies de este animal que representa la fuerza guerrillera que había motivado hasta entonces al “aborto de Dios”, como el mismo Pablo se llamaría, acepta con humildad su nueva fe.

El contraste es impactante cuando comparamos la llegada de Cristo a Jerusalén, montado sobre un asno y no sobre un caballo como hacían antaño todos los reyes y los poderosos a su entrada triunfal en una ciudad. Un signo de que el caballo que tradicionalmente era portador de guerra no sería el animal preferido por el cristianismo para su mensaje de paz, a diferencia de la imaginería pagana que siempre lo preferirá antes que al pobre asno…