Veo que muchas veces soy un creyente bastante ateo. Digo creer en Dios y luego no soy capaz de verlo. Me centro tanto en mí mismo que no veo sus huellas, no oigo su voz.
El otro día tuve que ir a hacer trámites para mi residencia. Iba pensando en mi problema. Yo tenía un trámite que hacer y no me importaban los trámites de los que estaban antes que yo. En un momento se torció el trámite y perdí la paz. Mi trámite, mis planes, estaban en peligro. No encontraba la paz. Perdí el centro. No veía a Dios en ese momento de turbación. Y me vi retratado en mi egoísmo, mi egocentrismo. Era yo y mi trámite, yo y mi problema. Era yo y mi corazón que sufría.
Siempre recuerdo a Miguelito, un personaje de los dibujos de Mafalda. Él alargaba el brazo y trataba de tapar una torre lejana con su dedo. Y se preguntaba: ¿Qué es más grande mi dedo o la torre? Y concluía que era su dedo mucho más grande.
Cuando pienso en mi problema es sin duda mucho más grande que nada más a mi alrededor. La torre es minúscula al lado de mi dedo. El problema de los demás no importa al lado de mi problema. Mi trámite, mi angustia, mi miedo.
Pienso que muchos buscaban a Jesús porque sentían que su problema, su enfermedad, su miedo, era lo más importante. Y no veían nada más, a nadie más. Querían que Jesús les diera respuestas a su problema, no querían a Jesús por sí mismo. Suele ser así.
A veces busco a las personas y las necesito porque me solucionan un problema. Y luego, cuando está todo resuelto, las olvido. Ya no las necesito. Me puede pasar con las personas y me puede pasar con Dios. Si lo necesito para que me ayude a vivir, entonces sí, lo busco. Si me va bien en la vida y el mundo sacia todos mis deseos, entonces ya no importa nada más. Mi problema, mi miedo, mi angustia, mi contratiempo, mi deseo están por encima y ocupan un lugar importante en mi alma.
Eso me preocupa. ¿Qué me está queriendo decir Dios en mi vida? Que no me turbe cuando las cosas no salen como yo quiero. Me reconozco inmaduro y egoísta. Dejo de ver a Dios en esos momentos en los que mi vida se hunde en el mar y las olas parecen ahogar mis esperanzas. Pierdo la mirada creyente y me vuelvo ateo. Vivo como si Dios no existiera.
¿Qué me quiere decir Dios con todo lo que me pasa? ¿Busco su providencia para saber hacia dónde tengo que ir? Ojalá mis problemas no limitaran mi mirada. Quiero ver al que tiene un problema igual de grande que el mío, o peor.
Tengo que estar abierto a perder yo mi lugar para que otro pueda ocuparlo. Quiero renunciar a tener yo todo resuelto a cambio de que otros lo resuelvan. Quiero abrir mi corazón para no ser tan egoísta. ¿Logrará cambiar Dios lo que yo no puedo cambiar después de tantos intentos? No lo sé. Pero no dejo de creer en ese milagro.
A menudo, me duelen mis límites, y veo que estallo, o me bloqueo cuando no me sale todo como espero. Y me gustaría entonces ser como un ángel y no responder mal, y no enfadarme con nadie. Pero los años no parecen calmar mi alma inquieta, ni apagar el fuego que corre por mis venas.
Sé que Dios quiere que use bien esa fuerza interior. Sé que me necesita en mi vitalidad, en mi alegría. Y mientras tanto yo me convierto en volcán arrasando con todo. Necesito calma, paz y sosiego. Esa mansedumbre que nunca he poseído. Tengo en mi corazón tantas cosas en desorden que sólo puedo aspirar a que Dios use mis piezas desordenadas. No está todo listo. No está todo en paz.
Deseo que su luz llegue a mis tinieblas. Y que su agua calme mi sed. Quiero ser agradecido con lo que tengo. Y sonreír cuando las cosas no resultan bien y no soy más santo, ni más niño, ni más libre. Llevo en el alma impreso el beso de Dios.
Me gusta lo que escribía Victor Hugo: «No, no me estoy volviendo viejo, me estoy volviendo selectivo, apostando mi tiempo a lo intangible, reescribiendo el cuento que alguna vez me contaron, redescubriendo mundos, rescatando aquellos viejos libros que a medias páginas había olvidado».
Quiero construir una historia sagrada. Siendo más realista, más yo, más auténtico. No quiero desear agradar a nadie. No lo pretendo. Ni busco ser el hombre ideal que había soñado un día. Pero sí lo soy al mismo tiempo en el corazón de Dios. porque Él me mira con unos ojos que me llenan de belleza y luz.