“Las familias fuertes son el fundamento de una sociedad saludable” (Papa Francisco)
Trabajar por dar a nuestras familias un hogar luminoso y alegre debe ser nuestra prioridad. Por ello hoy es importante andar por la vida con el olfato sensible y la pisada fuerte para detectar y combatir todos esos obstáculos que pueden en peligro nuestra familia, nuestro matrimonio y la educación de nuestros hijos.
Se trata de peligros que surgen de el mismo entorno educativo, laboral, familiar, etc. Tal vez no los vemos como amenazantes, sino como algo hasta cierto punto normal porque estamos acostumbrados a convivir con ellos.
Si queremos luchar por defender nuestros tesoros más preciados, toca poner los medios.
Algunos de estos peligros son:
- Tiempo. Vivir de prisa, corriendo, estresados por el trabajo excesivo. Como pareja no estamos haciendo tiempo para estar solos, para nutrir nuestra intimidad conyugal por medio del diálogo, de detalles. Con los hijos, puede ser que estemos con ellos físicamente, pero no presentes. Y a Dios, pues si no tenemos tiempo para la familia, menos para Dios.
- No sentarse todos a la mesa para comer. Por lo menos conviene comer juntos una vez al día. Hay que verse las caras, sin distractores. Solo así podremos de verdad conocernos los unos a los otros. Uno le dedica tiempo aquello que ama y valora. Por lo tanto, hay que dedicarse tiempo.
- Internet y medios de comunicación en general. Estas herramientas no deberían de ser los primeros educadores en nuestras familias. Procuremos estar presentes en la vida de nuestros hijos y, como padres, dedicar tiempo a educar, preguntar y dialogar.
- Vivir más preocupados por tener que por ser. La prioridad familiar no debe radicar en el poseer, porque los bienes nos dan seguridad, sino en trabajar para producir aquello que nos permita vivir con dignidad.
- Corrientes ideológicas. Existe un pensamiento dominante que en muchos casos impide a los padres decidir sobre cuestiones educativas fundamentales. Seamos libres cuando busquemos inculcar nuestros valores e ideas a nuestros hijos y defendamos nuestros derechos a educarles de la manera que consideremos más oportuna.
- Descuidarnos como pareja. Los hijos no pueden ni deben ser un obstáculo para que no nos dediquemos tiempo de calidad. Recordemos que antes de haber sido padres, fuimos pareja. La prioridad del esposo siempre debe ser ella y la de ella, él.
- No luchar por el matrimonio. Los padres dentro del matrimonio somos la primera escuela del amor y del perdón. Superar juntos las dificultades, recordar el compromiso que sellamos el día de nuestra boda y luchar por buscar una solución a los problemas que nos afectan como pareja es crucial para vivir en el amor para toda la vida.
- Amigos y hobbies personales o vivir como solteros. Tener una vida aparte del cónyuge y buscar la diversión por separado puede poner el matrimonio en alto riesgo. Está claro que de vez en cuando necesitamos respirar a solas, pero eso no quiere decir que sea una constante en la relación. Ahora no soy “yo”, somos “nosotros”.
- Gratificación inmediata y la ley del menor esfuerzo. Enseñar a nuestras familias a esforzarse, a lidiar con el dolor y los contratiempos en fundamental para ayudarles a forjar el carácter. El no hacerlo hace personas endebles y con poca tolerancia a la frustración.
Para llegar a la meta, es decir, para formar familias sólidas hay que ir contracorriente. No al egoísmo; sí altruismo. Tanto el matrimonio como la familia son, como dijo el Papa Francisco, instituciones sobre las que hay que invertir. Por lo mismo, cada día hay que levantarse con ese voluntad guerrera y alegría para luchar por nuestros seres queridos.
Padres de familia, somos los guardianes del corazón de nuestros matrimonios y familias.