Tal vez sea una persona excepcionalmente obstinada. Lo cierto es que cuando he discutido con alguien en internet, nunca me ha convencido tanto un comentario como para que cambiara de opinión sobre el tema en cuestión. 

Esto no quiere decir que nunca haya cambiado de opinión. Cualquiera que se haya equivocado tanto como yo ha de aprender a tragarse su orgullo para lograr así aprender de los errores.

Pero lo cierto es que cuando cambio de rumbo, de opinión, se debe siempre a un ejemplo amable, a una explicación paciente o a una sutil apelación a la empatía. Estos son el tipo de argumentos que funcionan. Este es el tipo de interacciones que pueden cambiar las mentes y ejercer influencia en los demás.

Si estás en las redes sociales, sabes lo rápido que las discusiones on line se convierten en insultos, en descalificaciones, avergonzando y cuestionando la integridad de las personas que tienen opiniones diferentes. Este es el tipo de discusiones que nunca, nunca tienen una resolución satisfactoria. Cambian la opinión de exactamente cero participantes.

Si el objetivo de una discusión es ver quién tiene razón y obtener la victoria, entonces estamos perdiendo el tiempo. Nos encontramos ante discusiones estresantes y contraproducentes, y el único objetivo de cada persona es ganar, independientemente del costo humano que conlleve.

He caído en esta trampa muchas veces. Como escritor y sacerdote, me comunico constantemente on line. Publico sobre temas difíciles y navego por una amplia gama de opiniones. Intento evitar controversias innecesarias, pero a menudo me sorprende descubrir que lo que pensé que era una frase inofensiva ha generado una fuerte reacción.

La gente discutirá sobre lo que digo y me hará una radiografía implacable sobre por qué estoy equivocado. A veces esas críticas son correctas, y a menudo se presentan con gracia. Trato de escuchar con la mente abierta. Sin embargo, algunas respuestas aumentan de inmediato mi presión arterial.

En el pasado, podría haber respondido a ese tipo de comentarios involucrando una buena dosis de orgullo personal. Pero nunca funcionaba. Se convertía en un ida y vuelta en el que no había diálogo. De esas experiencias, aprendí a permitir que las personas expresen su opinión, como quieran decirla, y resistir el impulso de responder. Está bien dejar que otra persona tenga la última palabra.

Internet está inundado de opiniones controvertidas. Es natural. Queremos comunicarnos sobre lo que es importante para nosotros, cómo nos sentimos sobre lo que pasa en el mundo hoy. Existe el deseo de persuadir a otros para que vean el mundo como lo hacemos nosotros, o de provocar una conversación racional sobre los problemas. Pero no importa cuán noble sea la intención, las discusiones on line rara vez progresan según lo previsto.

Esto no significa que no se pueda tener una discusión buena y saludable. Al hablar de discusiones constructivas, por supuesto excluyo la retórica acalorada, los desprecios inteligentes, o a una persona orgullosa que tratando de informar y educar a otra. Y excluyo a esas dos personas que intentan convencerse mutuamente de lo equivocado que está la otra.

Me refiero a un escenario donde dos personas intentan mutuamente llegar a la verdad juntas. En mi experiencia, se parece mucho más a una conversación que a lo que hemos llegado a pensar como una discusión.

Antes de empezar una discusión con alguien, me hago algunas preguntas:

  • ¿Será un conversación saludable?
  • Si comparto mi opinión, ¿estoy dispuesto a escuchar honestamente una respuesta?
  • ¿Vale la pena compartir mi punto de vista ?

Si no puedo responder satisfactoriamente, me guardo mi opinión y sigo adelante.

Para mí, cualquier discusión constructiva tiene estos componentes clave:

1. Confianza mutua

Debemos confiar en que la persona con la que nos estamos comunicando es sincera, que está discutiendo de manera correcta y con mente abierta. Si no confío en una persona, nunca podré escuchar lo que está diciendo y me sentiré frustrado porque no me escucha. Si ese es el caso, ¿para qué estamos hablando?

2. Sin vencedores ni vencidos

Una discusión sana produce dos ganadores, no un ganador y un perdedor. Si solo estoy hablando con una persona para demostrar cuán equivocada está, tendré que revisar seriamente mis motivaciones.

Si tengo la sensación de que alguien me está malinterpretando a propósito, definiéndome como un enemigo o interpretando mis palabras de forma negativa en lugar de darme el beneficio de la duda, no voy a mantener la conversación. Por otro lado, si tengo la sensación de que esa persona está buscando un entendimiento mutuo, hablaré todo el día.

3. No quedarse en lo virtual

Una de las fallas de la comunicación en línea es la ausencia de contexto. ¿La persona habla con amabilidad o estaba siendo irónica? ¿Mis palabras hirieron los sentimientos de alguien? ¿Esta otra persona disfruta de la pelea o se siente atrapada y busca escapar? Estos son datos que solo se pueden saber cuando existe una presencia física.

Siempre que puedo pospongo la discusión de temas serios a un encuentro presencial. Pero si discuto algo serio on line, siempre es con alguien que conozco en la vida real. Así será mucho más probable que recuerde que estoy hablando con un ser humano real, un amigo al que no quiero ofender porque aprecio a esta persona.

Entonces, ¿cómo podemos ganar peleas en Internet? No podemos. Al menos, no podemos ganar si eso significa que alguien más pierde. Lo que siempre he encontrado más persuasivo es el acompañamiento, la amistad, la amabilidad y la empatía. En este contexto, las discusiones pueden ser divertidas y beneficiosas, pueden ser una oportunidad de aprender y de ser desafiados por nuevas perspectivas que sirvan para el crecimiento personal.