Hay muchas personas que sufren por no poder decidirse a dar el paso del matrimonio: “¿Será la persona adecuada?»  Élisabeth Content, asesora matrimonial, ofrece esta entrevista algunas claves para poder avanzar hacia la decisión del matrimonio.

¿Cómo estar seguros de si es “el bueno” o “la buena”?

Nunca estaremos seguros. Toda decisión comporta cierta incertidumbre, tanto en este ámbito como en los demás. Así que rechazo esa creencia, que aún se extiende, según la cual hay una persona esperándonos en alguna parte, una persona que Dios nos han reservado. Se trata de una idea extraña de la Providencia. La persona adecuada es aquella a la que decidamos amar. Y Dios se implica acompañándonos en nuestra elección.

¿Cuáles son los criterios de una buena elección?

“¿La persona a la que amo me ayuda a desarrollarme plenamente, a progresar?”. Si uno está contento consigo mismo, contento de estar con su pareja, relajado, si una persona puede seguir siendo ella misma en presencia de su pareja, son todas buenas señales. Con todo, los frutos de un buen discernimiento son la paz y la alegría. ¡Hay que hacer que este amor brille! Un último criterio: el deseo de compartir, de intercambiar, de crear una intimidad. En una relación afectiva fuerte, emerge este deseo de que el otro se muestre tal y como es poco a poco, sin miedo a la presencia o el juicio del otro.

¿Hay que ser adulto para saber amar?

El adulto es el que se conoce, con sus defectos y sus cualidades, y el que es capaz de plantear una elección que no se fundamente solo en los deseos, las emociones o la aprobación del otro. Para poder llegar a eso cada uno está llamado a trazar su propia ruta, única, antes de entrar en una relación. La soledad es necesaria para saber vivir con nosotros mismosy no actuar conforme o en reacción a los deseos de otros. Podemos plantearnos preguntas como: ¿cuál es mi propio deseo? ¿Soy dependiente de la perspectiva de los demás para vivir? El amor es una oportunidad para madurar, para convertirse uno mismo en un mundo por descubrir para el ser amado.

Cuando se dice: “El hombre deja a su padre y a su madre” (Gn 2,24), eso no significa solamente dejar de vivir bajo el mismo techo, sino mirar hacia el futuro. La dependencia con respecto a la familia impide hacerlo. Hay que cortar esos lazos que se mantienen en la infancia, renunciar a esos padres ideales que no hemos tenido, y aceptar la familia tal y como es, con sus cualidades y sus defectos, en una distancia justa.

¿Cuál es el equilibrio justo de la relación amorosa?

Ese equilibrio exige no buscarse en el otro, descentrarse de uno mismo, pasar del amor de uno al amor del otro. Para ello, la clave es, primero, descubrir quiénes somos. No vamos hacia el otro para satisfacer una carencia. El amor adulto está en lograr encontrar el equilibrio justo, ni demasiado cerca ni demasiado lejos.

Un día, conocí a una pareja de jóvenes prometidos. La joven, muy independiente, se sentía asfixiada por el amor absorbente de su prometido. Él reclamaba demasiado su presencia. Así que reflexionamos sobre la distancia justa y, después de un retiro, pudieron ajustarse y ahora están felizmente casados. En todos nosotros reside ese doble movimiento: el deseo de autonomía y el deseo de fusión, pero coexisten en intensidades variables. Muchos bloqueos vienen de este mal posicionamiento.

Algunos lo esperan todo del otro y son muy demandantes de atenciones. Se desasosiegan ante la mínima diferencia, se frustran si sus gustos divergen o si no pueden hacerlo todo juntos. Otros, por el contrario, tienen miedo de lo desconocido, miedo de ser invadidos, y huyen a su caverna. Ninguna de estas dos actitudes es justa. 

La clave está en entrar en una interdependencia en la que el deseo de amar y ser amado se respete, donde cada uno pueda convertirse en sí mismo sin ser una amenaza para el otro. Cada uno sabe quién es, conoce sus necesidades, no pone cargas sobre la espalda del otro, a quien acepta más allá de las decepciones y las diferencias. Para que una relación sea justa, cada uno debe poder tener momentos de soledad (es el oxígeno de la relación), para volver luego hacia el ser amado. Cuidado, no se trata de buscar ante todo la realización personal, porque en ese caso la relación no llegará muy lejos.

¿Cómo llegar a la decisión del matrimonio?

Después de haber identificado los bloqueos, las heridas del pasado, los miedos diversos, llega un momento en que hay que edificar, y el matrimonio es una construcción. Cuando lo desmenuzamos todo, cuando lo tamizamos todo, terminamos por hundirnos en el fango. No podemos permanecer en la indecisión, ¡es mortal! Para algunos puede ser muy difícil, porque asumir un riesgo da miedo y casarse nos abre a un plano de incertidumbres: ¿Cómo será el otro en 10 años? ¡Solo queda tener confianza! 

La toma de decisiones serena no existe, es una fuente de cuestionamiento. El apaciguamiento llega una vez que se ha hecho la elección. Decidirse significa renunciar y eso no es siempre agradable. Amar implica una elección. Si no se ha elegido, no se ama al otro. Hay que tomar consciencia de que el sentimiento es importante, pero que la voluntad tiene una parte importante en la decisión: «¡Yo amo, yo decido!”. El amor comprende una parte de racionalidad, aunque esto pueda parecer contradictorio.

Decidirse es un salto al vacío,pero un salto consciente. Existe una gran diferencia entre implicarse voluntariamente, planteando un acto libre, y dejarse guiar por los acontecimientos: ya veremos si funciona. 

¿Es la vida la que nos dirige o somos nosotros quienes llevamos el timón? 

Algunos querrían que Dios zanjara el asunto y les mandara signos. Pero Dios no actúa en nuestro lugar, la decisión nos corresponde a nosotros y los elementos de discernimiento están en nosotros.

Casarse es entrar con alegría en un combate, el del amor incondicional del otro: “Te amo porque eres tú. Descubriré muy rápido todos tus límites, pero me comprometo a aceptarte tal y como eres, poco a poco, y sé que tú harás lo mismo por mí”.

Entrevista realizada por Florence Brière-Loth