Para no dejarse comprar, seducir, llevar por la corriente, hay que ser fiel a lo que uno es, con libertad, sin imitar

Me gustan las personas insobornables. Los que son honestos, incorruptibles, íntegros, justos, rectos.

Aquellos a los que nada puede atraer de tal manera que no puedan decir que no al ser tentados.

Me impresiona que haya personas sin precio. No se dejan comprar ni seducir. Resisten la tentación y no se dejan llevar por la corriente.

Vencen la tendencia a la que conduce la vida misma. No piensan que es lo normal lo que todos hacen. Tienen su propio criterio. No se les puede convencer de una idea cuando no la comparten.

Tienen su propia mirada, saben lo que quieren y no se dejan seducir. Nada parece poder comprar su voluntad. Ni todo el dinero del mundo. Ni todas las promesas.

¡Qué difícil ser siempre así, siempre íntegro, siempre incorruptible! 

¿Por qué no puedo dejarme tentar por algo bueno? Ser insobornable parece muy complejo, algo casi inalcanzable. Me evoca una perfección de la que carezco. Me resulta una meta muy alta la de permanecer siempre fiel en mis convicciones sin dejarme llevar por propuestas tentadoras.

A veces me parezco más a la afirmación atribuida Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero, si no le gustan, tengo otros”. 

Me gusta pensar en esas personas que tienen siempre claro lo que quieren, lo que necesitan, lo que están dispuestas a hacer.

Se mantienen firmes en sus principios y no se dejan llevar por la corriente que parece imponer determinados pensamientos y gustos. Respetan los puntos de vista de los demás, pero no se ven obligados a adherirse a ellos.

Leía el otro día: “Él puede hablar inteligentemente de casi todo; y aunque se siente que tiene firmes convicciones, posee la gentileza de permitirle a uno mantener las propias”[1].

Así me gustaría ser a mí. No vivir queriendo convencer a todos de sus errores. No pretender que los demás piensen como yo y actúen como yo espero.

No ser tan poco frágil en mis creencias, que me deje llevar por lo que los demás piensan. Quiero ser una persona incorruptible, insobornable, íntegra, justa, recta. Me gusta ese ideal.

Quiero ser interiormente libre. Con mis ideas que no pretendo imponer. Con mis decisiones que voy a mantener.

No me imponen mis gustos. Yo los elijo. Yo decido lo que quiero y no deciden por mí. No tengo miedo a perder lo que poseo por ser fiel a mí mismo.

Me gustan las personas auténticas que no dudan. No se mimetizan con el ambiente. Ellos crean un ambiente distinto. Así quiero ser yo.

No quiero convertirme en uno más dentro de la masa. Soy yo mismo, aunque eso me cueste el rechazo, ser criticado o repudiado.

Quiero educar personalidades autónomas y libres. Capaces de decidir por ellos mismos. De pensar sus propias ideas. Y tomar sus propios caminos. Sin seguir la corriente. Deseo ser yo mismo en mi originalidad dentro de una comunidad.

San Pablo lo describe así: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en, todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”.

Un solo Espíritu nos une en la Iglesia siendo todos diferentes. Cada uno con su carisma, con su misión. No tengo que copiar otros carismas, otras formas de ser. No tengo que hacer lo que los demás hacen.

Quiero ser fiel a mí mismo y no vivir imitando. No tengo que hablar como los otros. Ni hacer las cosas que ellos hacen.

Miro en mi corazón y pienso en lo que tengo que hacer. El otro día oí una frase que me dio qué pensar: “Hay una cosa importante en la vida. Si las cosas están funcionando no las cambies. Si no funcionan, cámbialas”. 

Miro mi corazón y veo lo que está funcionando. No lo cambio. A la vez me fijo en lo que no va bien. Lo cambio.

Quiero ser libre para dejar de hacer lo de siempre. Si lo veo claro. No por imposición. No por imitación. Y libre para seguir haciéndolo. Pero todo por una libre convicción interior. Así quiero ser en esta vida.

Tengo claro lo que quiero y lo que no deseo. Lo que amo y lo que prefiero evitar. Y no tomo mis decisiones para agradar o para responder a todas las expectativas que tienen sobre mí. Eso no me da paz.

Quiero ser libre de presiones y ataduras. Quiero ser insobornable, íntegro, recto. Quiero mantenerme fiel a lo que es parte de mi esencia, sin renunciar nunca a ser yo mismo.

[1] Young, Wm. Paul, La Cabaña:Donde la tragedia se encuentra eon la Eternidad