“Dentro del respeto debido a la libertad de los hijos de Dios, la Iglesia ha propuesto y continúa proponiendo a los fieles algunas prácticas de piedad en las que pone una particular solicitud e insistencia.  Entre éstas es de recordar el rezo del rosario”.

En este mes de octubre, llamado “mes del Rosario”, conviene traer a la memoria esta invitación de san Juan Pablo II que evocaba lo escrito por el papa Pablo VI en 1974:

No cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar”.

El Rosario es una oración muy sencilla. Recordemos que consiste en meditar la vida de Jesús, con María, engranando “decenas” siguiendo las cuentas del rosario: Diez avemarías precedidas de un padrenuestro y seguidas de un gloria al Padre. Es, por tanto, una forma de oración que conviene a todos, grandes y pequeños, y que está por sí misma especialmente adaptada a la oración familiar. ¿Cómo descubrirla o redescubrirla en familia?

Una decena del rosario bien dicha no dura más de cinco minutos

Uno de los aspectos del Rosario que más desconcierta es precisamente su sencillez. Es una oración que no tiene nada de extraordinario ni de sensacional, que no necesita un aprendizaje complicado. Por eso el Rosario es, por excelencia, la oración de los pobres y de los niños. Lejos de ser un desvarío de viejo santurrón, es la repetición incansable y maravillada de nuestro amor por Dios, a través de María.

Recitar el Rosario, respetando siempre las mismas palabras, nos recuerda que el valor de nuestra oración no está en lo que decimos. Quien reza a través de nosotros es el Espíritu Santo. Cuando rezamos, no se nos pide buscar cosas complicadas o extraordinarias que decir, sino, sencillamente, estar ahí, disponibles, abiertos a la acción del Espíritu Santo en nosotros.

No hay que olvidar que no recitamos el Rosario “porque hay que hacerlo”, lo más rápido posible, para terminarlo rápidamente. Eso no tiene sentido. Por supuesto, no sirve de nada imponer a los pequeños oraciones interminables o que, al menos, así se lo parezcan. Pero el Rosario, como toda oración, implica que nos detenemos realmente, que dejamos de correr para posarnos en Dios.

La oración implica silencio y paz interior, que consintamos abandonar de verdad en las manos de Dios nuestras preocupaciones y nuestro uso sobrecargado del tiempo. Además, desde un estricto plano práctico, recordemos que una decena del rosario bien dicha no dura más de cinco minutos… que no es muy largo, ni siquiera para los niños.

Consejos lúdicos para evitar la monotonía y la rutina

Cada niño, su rosario

Los niños se alegran de tener un rosario y aprender a contar con las cuentas los avemarías. Se pueden encontrar fácilmente rosarios o decenarios sólidos y baratos que permiten a los niños tener siempre a mano su rosario, como hacía la pequeña Bernadette de Lourdes que, sencilla e ignorante como era, se aprendió de memoria (y desde el corazón) la oración del Rosario.

Variar el enfoque

Para evitar la monotonía y la rutina, podemos variar la forma de recitar el Rosario en familia. Ejemplos:

  • con una oración dialogada, que los niños serán capaces de gestionar muy rápido, para gran orgullo propio;
  • con una corta meditación a partir de un pasaje del Evangelio antes de cada decena;
  • con la elección de un Misterio para cada día o para toda la semana;
  • con intenciones antes de cada decena o cada avemaría;
  • con ilustraciones de los Misterios del Rosario a través de dibujos colgados en el rincón de oración, etc.

Un libro

Existen muchos libros, para todas las edades, que ayudan a descubrir y a meditar los quince Misterios del Rosario. Estas obras pueden usarse antes de o durante la oración para guiar la meditación al comienzo de cada decena, por ejemplo. Las ilustraciones propuestas en los libros para niños pueden ayudarles a imaginar las escenas del Evangelio y así fijar su atención. También se puede incluir en el rincón de oración una imagen grande que represente el o los Misterios del Rosario meditados ese día.

Pero ¿por qué rezar a María?

¿Por qué pedir a la Virgen María que rece por nosotros en vez de dirigirnos a Dios directamente? Porque ella es la Madre de Cristo y nuestra Madre. Porque ella anuncia y prefigura la Iglesia. En su persona, la Iglesia suplica al Padre de los cielos, implora al Hijo y se somete al Espíritu que ella invoca. Rezar a la Virgen María, confiando nuestra satisfacción a la intervención de su intercesión, no nos hace subir un escalón más entre Dios y nosotros, sino que reconoce desde la impotencia de nuestra fe la omnipotencia de la Fe de la Iglesia. Esta Iglesia tal y como Dios la quiso como Esposa de su Hijo y a la que nos atrevemos a creer cuando miramos a María, que es su fuente, modelo y anticipación.

Christine Ponsard