Nos quedamos sobrecogidos cuando consideramos la enorme maldad que somos capaces de generar en la humanidad y, por eso, nos parece admirable el respeto de Dios a nuestra libertad y la inmensa paciencia ante nuestra falta de amor al prójimo y a Él mismo.
Pero todo ese mal queda ahogado en la abundancia de bien que también la humanidad eleva hacia Dios. Todo el dolor y el sufrimiento humanos son oraciones que Dios escucha, todos esos millones de personas que pasan hambre, pobreza, enfermedades, las dificultades normales de cada día en cada persona y familia, el esfuerzo por el trabajo bien hecho,…. A través de los méritos de Jesucristo, nuestro Padre Dios, acoge el sufrimiento humano, físico y espiritual, como ofrenda de la humanidad por los propios pecados. La humanidad se hace corredentora con Jesucristo.
Es la vida redentora de Cristo, que culmina en su martirio y sacrificio en la cruz, lo que hace todo el dolor humano sea meritorio.
Pues bien, como sabemos, la Misa es la renovación del sacrificio de Cristo, que se actualiza, ¨el mismo suceso histórico, se traslada en el espacio y en el tiempo¨ al lugar en el que se celebra la Misa.
Me tiene que disculpar el lector por mi aparente falta de respeto hacia algo tan sagrado como la Misa, al intentar cuantificarla pero, el ejercicio vale la pena, por sus admirables resultados.
En el mundo hay 415.000 sacerdotes que celebran su Misa diaria, algunos incluso celebran varias Misas y otros ninguna por enfermedad. Pues bien, eso quiere decir, sin ánimo de ser exactos:
415.000 Misas diarias en todo el mundo
Es decir, 17.291 cada hora en el mundo
O sea, 288 Misas comienzan cada minuto
Es decir, casi 5 misas por segundo
A mí me parece impresionante el clamor que Dios escucha, que le viene desde la tierra entera, cada segundo, de todo el dolor y sufrimiento humano y de la constante plegaria universal que se une a esas 288 Misas de cada segundo.
Así, es como todo ese mal que genera la humanidad se ahoga en la abundancia de bien, en el constante clamor a Dios Padre a través de la Misa, de la renovación incruenta del sacrificio de Cristo.
Nosotros no escuchamos ese clamor de los corazones, a través de la Misa, pero Dios Padre si lo escucha.