La abeja, himenóptero de la familia de los apoideos, está entre los insectos conocidos más antiguos de la vida terrestre. Sus características le ganaron fácilmente figurar en la Biblia en numerosas ocasiones, haciendo de la abeja un animal privilegiado del bestiario bíblico.

Todas las referencias bíblicas tienen en común y subrayan esta idea de labor incesante y de abundancia que representa este insecto tan pequeño de abdomen rayado.

La abeja, en especial con su colmena, es el animal evocado o representado con más frecuencia en los textos bíblicos como una metáfora de la sociedad humana que hace de la actividad insaciable de sus obreras un modelo de virtud. Una virtud acompañada también de una fuente de abundancia sin igual, una abundancia tan rica como hermosa y dulce, a imagen de la presente en el Paraíso…

Por ejemplo, el Deuteronomio describe la Tierra Prometida como un “país de miel”; para el libro del Éxodo, es la promesa para Israel de “una tierra que mana leche y miel”, una expresión que reaparece varias veces en el Antiguo Testamento y que da fe de la importancia del producto de la colmena en aquellos antiguos tiempos bíblicos.

Los Salmos describen también la Palabra y los juicios de Dios como “más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal”. Así, la miel creada por las abejas se considera que aporta vida, pero también clarividencia, en especial durante momentos difíciles.

Recordemos que Jonatán en el Primer Libro de Samuel, desconocedor de la prohibición de comer impuesta por Saúl, probó miel silvestre y “se le iluminó la mirada”. Vida, clarividencia… ¿será la miel un alimento divino tan terrenal como espiritual?

La abeja al auxilio de los santos

Aunque la vida de san Juan el Bautista siempre se ha descrito como muy austera, el Evangelio según san Mateo describe el día a día de este pariente de Jesús de esta forma: “Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre”.

En efecto, en los textos bíblicos la abeja suministra a los santos casi todo lo necesario para su vida material. Y, por esta fuente de vida, Gregorio de Nisa usaría la metáfora de las abejas volando sobre la pradera para evocar las palabras inspiradas por Dios, cada una libando esas flores para recibir de ella el néctar y conservarlo en su corazón sin usar su aguijón.

Además de fuente de alimento terrenal, las abejas son también en las Sagradas Escrituras libadoras privilegiadas del verbo divino.

No se puede olvidar también que san Ambrosio de Millán, desde su infancia, quedó vinculado igualmente a la abeja. Recién nacido y en su cuna, se cuenta que un enjambre de abejas cubrió el rostro del niño y que llegaron incluso a entrar en su boca.

Después de que se alejaran las abejas, dejando indemne al niño para gran sorpresa de su padre, este exclamó: “Si este niño vive, será algo grande”. Por este episodio, san Ambrosio de Milán se convertiría en el santo protector de los apicultores.

Un animal de doble faceta

Sin embargo, aunque la Biblia elogia en múltiples ocasiones la exquisitez de la Palabra, dulce como la miel de las abejas, bien es cierto que el aguijón de estos insectos puede ser también causa de un gran dolor.

Esto destacaría san Bernardo al comparar a Cristo con la abeja por su dulzura, pero también por su aguijón, que causará una amarga picadura a quien no haya seguido su Palabra y vaya a someterse a su juicio.

El libro del Apocalipsis pretende subrayar también esta ambivalencia: “Yo tomé el pequeño libro de la mano del Ángel y lo comí: en mi boca era dulce como la miel, pero cuando terminé de comerlo, se volvió amargo en mi estómago”. Abeja, fuente de dulzor y de vida, pero también causa de amargura.

Decididamente, la abeja presenta en los textos bíblicos con un contraste impactante esta fuente de riqueza y de vida incomparable, una herencia tan vital como espiritual que nos corresponde proteger ante la previsible desaparición de estos pequeños insectos tan amados en la Biblia.