Profetas del Antiguo Testamento como Isaías identificaron rápidamente el destacado rasgo característico del cordero: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca”.
Esta es, en efecto, la primera imagen que se puede evocar de este delicado animal que siempre ha representado la inocencia, como confirma también el profeta Jeremías: “Y yo era como un manso cordero, llevado al matadero, sin saber que ellos urdían contra mí sus maquinaciones: ‘¡Destruyamos el árbol mientras tiene savia, arranquémoslo de la tierra de los vivientes, y que nadie se acuerde más de su nombre!’”.
En este contexto, los primeros tiempos bíblicos asociaron cordero y víctima expiatoria, cuyo punto culminante llega en la famosa noche del Éxodo durante la cual la sangre de cordero sacrificado debía marcar los dinteles y lados de las puertas del pueblo de Israel para librarles de la cólera divina que iba a abatirse sobre todos los primogénitos egipcios. La institución del cordero para la Pascua judía había nacido y, desde entonces, sería conmemorada cada año.
El cordero pascual, un símbolo fuerte del cristianismo
El legado del Antiguo Testamento para los inicios del cristianismo fue esencial, ya que se asumió un gran número de rasgos principales. Sin embargo, el cordero con la Pasión de Cristo tomará una fuerza simbólica más profunda aún y constituirá uno de los emblemas mayores de los cristianos. Si el cordero hacía hasta entonces de figura de víctima expiatoria, Cristo sería asociado al inocente animal, como describió Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, siendo la última parte de la frase el elemento esencial.
Este Ecce Agnus Dei retomado por la liturgia en latín desde los primeros siglos supera todos los sacrificios del Antiguo Testamento practicados hasta entonces y que debían repetirse antes año tras año.
Con el Nuevo Testamento, el sacrificio crístico se vuelve único en la salvación de la humanidad de la muerte, hecho que evoca con fuerza cegadora el Apocalipsis de san Juan al describir al Cordero de pie en medio del trono, inmolado y digno de recibir el poder, la riqueza divina, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la bendición…
Así lo confirma la Carta a los hebreos al describir a Jesús como poseedor de un “sacerdocio inmutable” que “no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados, y después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo”. El cordero se convierte entonces en el primer emblema de Jesucristo por su poder salvífico e inspirará con esta imagen a innumerables artistas.
Un símbolo radiante en las artes
En efecto, el cordero crístico inspiró a un gran número de artistas, los primeros los de las Catacumbas,como la de Calixto en Roma, donde todavía es posible ver emotivas representaciones en las paredes ocultas bajo varios metros de tierra. La Cruz aún no está presente en estas obras, en las que predomina, en cambio, el cordero.
El cordero eucarístico también aparecerá en cuadros que representan a Cristo en la cruz, como en el caso de Grünewald y su famoso retablo de Isenheim, en el que el cordero, también sacrificado, mira a Cristo, clavado en el instrumento de suplicio, mientras su sangre se vierte sobre el cáliz: la muerte conduce a la vida por la Eucaristía instituida.
Este mismo simbolismo inspiraría también numerosos libros de oración, como el de Waldburg (1486), que representa al animal portando él mismo su cruz y colmando también con su sangre el cáliz a sus pies.
No obstante, la obra más intensa que reúne ella sola toda la riqueza de este poderoso simbolismo sigue siendo, sin duda, la famosa obra maestra de los hermanos Van Eyck, la Adoración del Cordero Místico, en la catedral de San Bavón de Gante, una catequesis en sí misma de la potencia evocadora que no deja de sorprender aún en nuestros días.