Proliferan los analistas que hablan sobre el buen desarrollo de talentos capaces de influir a los demás para seguirles. Partiendo del principio de que una inspiración correcta tiene el deber de expresarse, ¿empujamos ese deseo hasta encabezar entidades profesionales o asociativas? Se crea un movimiento, un entusiasmo, pero ¿quién se preocupa de la dirección que siga ese movimiento espontáneo? ¿Es suficiente con estar en camino o hay que saber adónde se va? 

La dificultad del desarrollo personal es que considera al individuo, líder o seguidor, como una finalidad. El fundamento de uno y de otro no es primero la satisfacción, sino la misión. Para ser más precisos, la misión garantiza una satisfacción duradera, una realización, porque añade algo todavía más vital: utilidad. Y ¿qué es la utilidad si no la preocupación (y la felicidad) por contribuir con el talento propio a la victoria colectiva? El liderazgo es, como consecuencia, no una ciencia de la influencia, sino una actitud dispuesta a ofrecer primero, paso tras paso, el destino que permita la victoria.

“Sacerdotes, profetas y reyes”

Tenemos una visión sesgada del liderazgo, básicamente porque con frecuencia hablan de ello los expertos o los profesionales de las relaciones y esto, precisamente, es porque para ellos no es algo instintivo, sino fruto de un aprendizaje, de unos trucos o ingenios. Todos somos, por usar una imagen bíblica sencilla, “sacerdotes, profetas y reyes”. Unos son “sacerdotes” por su inteligencia con dominancia relacional, produciendo vínculos; otros son “profetas” por su inteligencia con dominancia cerebral, produciendo contenidos, y otros son “reyes” por su inteligencia con discernimiento, produciendo decisiones.

Un médico “Madre Teresa”, un médico investigador y un médico de urgencias pueden tener, sobre el papel, el mismo currículum. No obstante, con el tiempo, sus motivaciones y su acción pueden nutrirse de elementos distintos. Un médico “Madre Teresa” (sacerdote) querrá conocer a muchas personas, a riesgo de quedarse estático en el plano técnico: para él, el conocimiento es un pretexto para la relación.

Para un médico investigador (profeta), es lo contrario: la relación es un pretexto para el conocimiento y preferiría ver a menos personas si así pudiera seguir creciendo técnicamente. El médico de urgencias (rey) no se rige por la relación primero, ni por el conocimiento, sino por su disposición a tomar buenas decisiones en una jerarquía de prioridades siempre cambiante.

Los profetas tienen la tendencia a ver la gestión como la realización minuciosa de un plan bien concebido, una producción técnica como cualquier otra; los sacerdotes la consideran primero como una búsqueda de calidad de interacción que permita a todos sentirse bien o, al menos, sentir una pertenencia colectiva fuerte en torno al líder.

¿Centrífugo o centrípeto?

Según estas configuraciones, por así decirlo, espaciales, el líder es o centrífugo (se ocupa de todo el mundo “corriendo por doquier”, por el bien del vínculo o del plan) o centrípeto (hace que el equipo gire en torno a él, con motivación, sí, pero sin otro horizonte que la relación o el plan en sí mismos). En secuencia, estos modos de liderazgo pueden funcionar.

Sin embargo, con el tiempo se evaporan, por autodispersión primero, por dirección aleatoria en relación con la realidad después. Los líderes naturales (reyes) son “centrífugos en torno a la misión”: lo más importante para ellos es continuar la misión, es decir, en concreto, las decisiones de las etapas, la alineación de los talentos con el imperativo que impone el contexto, el hacerse visible cuando se está en una larga ascensión a la cima.

En definitiva, es, por tanto, en el recorrido del camino a lo largo del tiempo y no en la vivencia colectiva instantánea donde se evalúa el liderazgo efectivo, ya esté o no en manos de alguien que lo posee por naturaleza en su instinto. Para el líderquizás preferimos el término jefe, como aquel que da una dirección. Y para decirlo en pocas palabras: el gestor genera rendimiento, el líder genera compromiso, el jefe genera la victoria.

Aleteia