“Jesús le ha quitado a la muerte la última palabra: quien cree en Él será transfigurado por el amor misericordioso del Padre para vivir una vida eterna y feliz”, es el tweet del Papa Francisco para este 2 de noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos y se inspira en la homilía que pronunció el pasado 3 de noviembre de 2017, durante la celebración Eucarística, en sufragio de los Cardenales y Obispos fallecidos durante ese año.

La realidad de la muerte: dolor y esperanza

En aquella ocasión, el Santo Padre recordaba que, la realidad de la muerte nos pone una vez frente a una situación de dolor por la separación de las personas que han estado cerca de nosotros; pero al mismo tiempo, señalaba el Pontífice, la liturgia alimenta sobre todo nuestra esperanza por ellos y por nosotros mismos. “Los que duermen en el polvo, es decir, en la tierra, son obviamente los muertos, y el despertar de la muerte no es en sí mismo un retorno a la vida: algunos despertarán para la vida eterna, otros para vergüenza eterna. La muerte – precisaba el Papa – hace definitiva la «encrucijada» que ya está ante nosotros aquí, en este mundo: la senda de la vida, es decir, con Dios, o la senda de la muerte, es decir, lejos de Él”.

Jesús aceptó la muerte para salvar a los hombres

El Papa Francisco comentaba el Evangelio que la liturgia presentaba ese 3 de noviembre de 2017 y decía que, Jesús fortalece nuestra esperanza, cuando dice: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). “Estas palabras remiten al sacrificio de Cristo en la cruz. Él aceptó la muerte para salvar a los hombres que el Padre le había entregado y que estaban muertos en la esclavitud del pecado. Jesús – indicaba el Pontífice – se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su amor rompió el yugo de la muerte y nos abrió las puertas de la vida. Con su cuerpo y su sangre – Cristo, afirma el Santo Padre – nos alimenta y nos une a su amor fiel, que lleva en sí la esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. En virtud de este vínculo divino de la caridad de Cristo – agrega – sabemos que la comunión con los muertos no es simplemente un deseo, una imaginación, sino que se vuelve real”.

“La fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna enraizada en la unión con Cristo resucitado”

La esperanza del encuentro final con Dios

Del mismo modo, comentando el Salmo 42: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?», el Obispo de Roma afirmaba que, estas palabras, son palabras poéticas que expresan de manera conmovedora nuestra espera vigilante y sedienta del amor, de la belleza, de la felicidad y de la sabiduría de Dios. “Esta esperanza, que la Palabra de Dios reaviva en nosotros, nos ayuda a tener una actitud de confianza frente a la muerte: en efecto – precisaba el Pontífice – Jesús nos ha mostrado que esta no es la última palabra, sino que el amor misericordioso del Padre nos transfigura y nos hace vivir en comunión eterna con Él. Una característica fundamental del cristiano es el sentido de la espera palpitante del encuentro final con Dios”.

La esperanza no defrauda

Finalmente, recordando a los Cardenales y Obispos que habían fallecido en ese año, el Papa Francisco que ellos, nos han dejado después de haber servido a la Iglesia y al pueblo que se les confió con la mirada puesta en la eternidad. Por tanto, damos gracias por su servicio generoso al Evangelio y a la Iglesia, al mismo tiempo que nos parece oírles repetir con el Apóstol: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Sí, no defrauda. Dios es fiel y nuestra esperanza en Él no es inútil.