Algunos quizás hayan padecido lecciones, cursos e incluso sermones sobre el arte de ser líder. En primer lugar, hay un lado irritante, es el síndrome de quien prospera, quien atrae… y quien fracasa.Pero hace casi 15 años comprendí por fin en qué consiste el auténtico liderazgo: el arte del liderazgo se ancla ante todo en la atención al otro.

Invitado en el seno del comité de los (pequeños) accionistas de un gran grupo industrial, asistí a la asamblea general anual que reunía a varios miles de participantes, antiguos empleados, periodistas y directivos. Delante de la tarima, antes del evento, reinaba un cierto nerviosismo. Cada uno estaba en su lugar, en su papel, preparado para recitar tu partitura. Había que presentar al público una actividad específica de la empresa y, para ello, habían designado a un joven ingeniero.

El hombre venía visiblemente engalanado, nervioso ante su turno de palabra. El joven presidente del grupo se dirigió hacia él. Después de un apretón de manos vigoroso, le miró fijamente a los ojos y luego le dirigió algunas palabras dándole unas amables palmaditas en la espalda. Le reajustó la corbata y, encaminándolo a la tarima con un empujoncito amistoso y firme, le hizo un signo de ánimo con el pulgar levantado. Al volver a mirar al joven colaborador, lo comprendí todo: que seguiría a su jefe hasta el fin del mundo, porque había sido elegido, por su identidad (su especialidad), y luego enviado al combate con la confianza por las nubes.

La lección –magistral– se desarrolló en varias etapas. Reunirse con el otro en su territorio, compartiendo su talento, su visión, en fin, ofreciéndole su atención y reafirmándole su elección. Aportar, si procede, alguna corrección necesaria, una aportación personal y, sobre todo, enviar en misión. Este arte del liderazgo se ancla ante todo en la atención al otro.

Arnaud Bouthéon