Quizás a algunos esta expresión les traiga a la mente la comedia del francés Claude Zidi, La cizaña, estrenada en 1978 y en la que Louis de Funès y Annie Girardot daban vida con mucho humor a una pareja llena de discordia. 

Otros recordarán que La cizaña es también el título del decimoquinto cómic de Astérix (1970), en el que los irreductibles (y pendencieros) galos entran en conflicto interno por las artimañas del romano Tulius Detritus, enviado del César a la pequeña aldea para volver a los aldeanos los unos contra los otros y así dividir para poder conquistar.

Y de eso se trata precisamente, porque “sembrar cizaña” significa sembrar discordia, crear desacuerdos en un grupo de personas.

La imagen es la de alguien, como Tulius Detritus, que destila solapadamente su veneno en forma de pequeñas alusiones mezquinas con el fin de provocar peleas y envidias.

Su origen, una parábola agrícola

La palabra ‘cizaña’ viene del griego zizanion, que hace referencia a una gramínea particularmente perjudicial a los cereales y famosa por causar una especie de embriaguez.

La expresión hace referencia a la parábola del buen grano y la cizaña, como cuenta san Mateo en su evangelio (Mt 13,24-30).

Su nombre científico es Lolium temulentum, y suele crecer en las zonas productoras de trigo. 

Las dos plantas son tan similares que al principio de su desarrollo es difícil distinguirlas. Pero el fruto de ambas es diametralmente opuesto: la cizaña suele ser parasitada por un hongo tóxico, el cual suele producir una toxina que se acumula en el grano, con graves consecuencias para la salud si se mezcla con el trigo.

Ante la muchedumbre reunida en torno a él para escuchar su enseñanza, Jesús cuenta la historia de un hombre que siembra trigo en su campo pero, mientras duerme, su enemigo viene y siembra mala hierba, la cizaña, en medio de la buena.

Nadie se da cuenta de ello hasta que ambas plantas crecen. Entonces, los siervos del hombre le proponen arrancar la mala hierba, pero él se niega, por temor a que el trigo sea arrancado al mismo tiempo.

Decidió dejar que el trigo y la cizaña crecieran uno al lado de la otra y, en el momento de la cosecha, quitar primero la cizaña, atarla en fardos y luego quemarla, antes de cosechar el trigo.

En esta bella historia inspirada en la vida agrícola, el hombre que siembra trigo representa a Dios, el campo es el mundo, una mezcla de lo bueno y lo malo, el trigo simboliza a los seres humanos, la cizaña a los hijos del diablo.

En cuanto al enemigo que siembra la cizaña, el grano malo en medio del bueno, es nada menos que Satán. En el tiempo de la cosecha, es decir, el fin del mundo y el juicio final, los ángeles cosechadores separarán a los justos de los demás, arrojando a estos últimos “en el horno ardiente” (Mt 13,42), como con los manojos de cizaña.

Paciencia y esperanza

A primera vista, esta visión puede parecer muy maniquea, con lo bueno de un lado y lo malo del otro. Porque, ¿quién puede jactarse de ser totalmente justo?

El grano bueno y la cizaña, esta mezcla de bien y de mal, también se encuentra en cada persona.

Así como el propietario del campo no quiere arriesgarse a perder el trigo arrancando la cizaña y prefiere esperar pacientemente la cosecha, la parábola enseña que Dios escoge dejar que el bien y el mal coexistan uno al lado del otro con la esperanza de que el bien no quede oprimido por el mal, sino que logre superarlo para desarrollarse y florecer a la imagen de una hermosa espiga de trigo.

Más allá de su sentido espiritual, la expresión ha pasado a formar parte de la cultura popular: ese mal que se cuela en las obras buenas, esa necesidad de separar lo bueno de lo malo, encuentran su imagen perfecta y universalmente reconocible en la insidiosa gramínea que atormentaba a los agricultores en los tiempos evangélicos.