Parece que también dentro de la religión nos gusta «encajar». Debo confesar que al pasar tiempo con un grupo de jóvenes católicos comprometidos, uno empieza a sentirse como que le falta ser más espiritual o religioso: «¿Será que me falta aprenderme más canciones de Athenas?», «¿será que mi medallita está muy pequeña?», «¿Debería yo saberme los nombres de mis obispos?». Y ahí es que dejamos de honrar nuestro camino personal con Dios.

¿Honrar mi camino personal? Con este poema de León Felipe que me explicó mi director espiritual entendemos mejor las cosas: «Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un camino virgen Dios».

No sé si te has encontrado con 10 santos nuevos a los cuales rezarles, tres formas de rezar el rosario, dos posibles novenas que hacer por cada problema, cuatro sacerdotes excelentes para confesarte, dos formas de vestirte para verte «más de Dios», cinco ONG’s con las qué colaborar y seis influencers católicos qué seguir, tres grupos de WhatsApp para rezar por algo diferente, etc. «No el mucho saber harta y satisface al anima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente». (E.E. 2)

Falsa religiosidad

De pronto caemos en ese «consumismo» también de lo espiritual-religioso, donde creemos que siempre hay algo que «nos falta». No paramos de buscar, se vuelve como cuesta arriba el camino y nos comparamos con los demás. A esta enfermedad se le conoce como «falsa religiosidad»: ¿Qué es? Mientras hacía los Ejercicios Espirituales, le dije a mi director espiritual que prefería antes que las meditaciones hacer mi rosario diario, entonces me preguntó: – «Pero, ¿hablas con Dios, con María? Nuestras devociones se tratan siempre de afecto. Si algo no te deja sintiéndote más cerca, más amado, ¡busca lo que sí!». (Esto de ninguna manera significa que dejes de rezar tu rosario diario, más adelante verás a lo que me refiero).

1. Pregúntate a ti mismo: ¿qué frutos deja mi oración?  

¿Cómo combatir esta tentación de necesitar ser, o mejor dicho parecer, mejor cristiano? El maligno nos hace sentir que Dios se aleja y que nos ganamos su presencia con más accesorios, rezos, etc. sin entender primero que los méritos míos son insignificantes frente al regalo gratuito de la presencia de Dios. Entonces toca contradecirlo, sin entrar en diálogos con aquel que engaña, teniendo la confianza que Dios nos ama de igual manera siempre, los rezos son para reconocer ese amor y no para ganárnoslo, el amor ya nos fue dado.

Discierne: ¿qué oraciones/devociones en esta época de mi vida me ayudan a reconocerlo, no me esclavizan, me dan más vida que temor? Ya nos decía Santa Teresa de Ávila: «De devociones absurdas y santos amargados, líbranos, Señor». Nuestras devociones absurdas son aquellas que parecen ser más importantes que mi propia relación con Cristo. Nos llenan de temor y una enorme escrupulosidad. Nos dejarán amargados y la amargura nos llevará a devociones absurdas nuevamente… así el ciclo de la falsa religiosidad. 

2. ¿Cómo romper con la falsa religiosidad?

Para romperlo basta con volver a la sencillez de agradecer al Padre y renovar día a día nuestra relación con Él. «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla».

Nuestra oración no debe ser pesada, no debe cansarnos, agobiarnos en el sentido de atemorizarnos y caer en la falsa creencia de que nunca es suficiente. La oración constante incluso en ausencia del sentimiento siempre acercará a Dios, pero primero necesito abrir mi corazón y aprender a sincerar mi oración con Él. ¿No es lo opuesto a lo que nos desea Jesús? Volver a la sencillez es dejar todo lo que decora nuestras devociones y volver a la amistad, tal vez menos intelectuales en la oración y más niños, más amigos, más sencillos ¡porque así lo veremos más sencillamente a Él! El mismo Dios que decidió hacerse hombre y guardarse en un pan.

3. Creer que Dios me escucha

Orar creyendo que Cristo Jesús, también con amor de hombre, me escucha y me acoge. No como un ser abstracto que necesita de grandes rituales como los dioses paganos que apesadumbraban a la gente. Y en esa sencillez descansar…

Sabernos únicos, criaturas especiales cada una por nuestro camino, nuestra familia, nuestras raíces, nuestras luchas, nuestros talentos, es la clave para reconocer que Dios no nos quiere máquinas todas de la misma oración: los santos que revolucionaron su tiempo, el mismo Jesús, aportaron algo nuevo a la fe de su época. Jesús pasó de llamar «Yo soy el que soy» a Dios y lo llamó «Abbá». Santa Teresa de Ávila se explicó con Dios como un «castillo dividido en moradas». Santa Teresita como una «florecilla o una gota de rocío». Con San Francisco de Asís como «el Señor presente en todas la creación», y con el físico jesuita Teillard de Chardin como «Cristo creador y fin último o Punto Omega al que tiende el universo y hacia el que el universo es atraído para su culminación».

4. Todos tenemos algo único que aportar a la Iglesia

Y por tanto al mundo, ese aspecto que solo cada uno tiene de semejanza con Dios se revela en nuestros momentos a solas con Él (Mt. 6:6), en los cuales no tenemos que traducirnos o fingir y simplemente somos nosotros mismos: con nuestras luces y sombras. Sentirnos nosotros mismos también con nuestro acompañante espiritual, con nuestra comunidad y nuestros amigos en el Señor, nos ayuda a hablar desde nuestras profundas mociones y a que recibamos ayuda-consejo-ánimo real, acordes a nuestros anhelos y no solo a pertenecer como a un «club» sin dejarnos más amados e inspirados para amar.

«Nuestro amado no tiene necesidad de nuestros grandes pensamientos ni de nuestras obras deslumbrantes; si quisiera pensamientos sublimes, ¿no tiene a sus ángeles, a sus legiones de espíritus celestiales cuyos conocimientos están infinitamente por encima de los más grandes genios de nuestra triste tierra…?» (Carta 141 A Celina, Santa Teresita de Liseux).

Artículo elaborado por Sandra Ere / Catholic-link.net