!En Navidad, celebramos el nacimiento de Jesús en Belén. Pero, ¿qué significa realmente este nacimiento?, ¿qué nos dice esto acerca de Dios y su familiaridad con nosotros?
El beato John Henry Newman nos ayuda a entender el Misterio de la Encarnación, un término que deriva de la palabra latina que significa “asumir la carne o naturaleza humana”.
Jesús se encarnó, asumió la carne humana, en el vientre de su madre humana, María, y este es un gran misterio. Dios ama a los hombres, con la naturaleza humana que creó, al punto de asumir nuestra naturaleza humana para convertirse en uno de nuestra familia.
Newman le dice esto a Jesús en una oración:
“Esto fue, oh querido Señor, porque amas tanto esta naturaleza humana que has creado. No nos amaste simplemente como tus criaturas, obra de tus manos, sino como hombres. Tú lo amas todo, porque tú lo has creado todo; mas amas al hombre más que a todo. ¿Cómo es esto? ¿Qué hay en el hombre por encima de los demás? Quid est homo, quod memor es ejus?Sin embargo, nusquam Angelos apprehendit: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (…) “Él no eligió a los ángeles para asumir su naturaleza”. ¿Quién puede expresar la profundidad de tus consejos y decretos?”
A menudo no pensamos en esta condescendencia divina, pero por un momento podemos hacerlo ahora. Jesús pudo haber elegido tomar una naturaleza angelical, pero no lo hizo.
Newman continúa maravillado ante otra manifestación del amor de Dios:
“Llegaste no sólo como un hombre perfecto, sino como un hombre apropiado. No te formaste fuera de la tierra, no con el cuerpo espiritual que Tú tienes ahora, sino en esa misma carne que había caído en Adán, y con todas nuestras enfermedades, con todos nuestros sentimientos y simpatías, excepto el pecado”.
A continuación, Newman se dirige a Jesús para reconocer aún más el Misterio de la Encarnación:
“Oh querido Señor, eres con creces más hombre que el santo Bautista, que San Juan, apóstol y evangelista, que tu dulce Madre. Como en el conocimiento divino de mí, Tú estás más allá de todos, así también en la experiencia y el conocimiento personal de mi naturaleza. Tú eres mi hermano mayor. ¿Cómo puedo temer, cómo no descansar todo mi corazón en alguien tan manso, tan tierno, tan familiar, sin pretensiones, tan modesto, tan natural, tan humilde? Tú eres ahora, aunque en el cielo, el mismo que eras en la tierra: el Dios poderoso, con todo y eso, el niño pequeño; el todo santo, el todo sensible, el todo humano”.
Este maravilloso misterio, que manifiesta el amor de Dios por el hombre, manifiesta también la humildad de Jesús, quien ocultó su divinidad al asumir nuestra naturaleza humana y convertirse en un niño pequeño, que requirió el afecto y cuidado constante de María y José.
¿Cómo podemos reaccionar con orgullo? ¿Cómo no aprender de Jesús en el pesebre de Belén? San Josemaría Escrivá nos invita a contemplar la humildad del Niño en la cuna de Belén: “Aunque solo es un niño, incapaz de hablar, lo veo como un amo y maestro. Necesito verlo de esta manera, porque debo aprender de él”. También debemos aprender de María y José, que se reconocen pequeños, y actuar con profunda humildad. La Virgen y su casto esposo saben que están completamente al servicio de Dios.
Durante estos días previos a la Navidad y durante la Octava, en los que estaremos ocupados con las visitas de los miembros de la familia y asistiendo a diversas celebraciones, tomémonos un tiempo para admirar el Misterio de la Encarnación y el inmenso amor de Dios por la humanidad.
En lugar de sentirnos abrumados por las preocupaciones de los días festivos, consideremos cómo Jesús deseó nacer en una familia, y entreguémonos generosamente a los demás como Él lo hizo. Y, pensando en que Jesús se convierte en un niño, pidámosle que nos haga más humildes.
Traducción: Guiliana Rivas