La Cuaresma es un tiempo de preparación espiritual que nos conduce hacia la celebración de la Pascua, la cumbre del año litúrgico. Es un periodo en el que la Iglesia nos invita a la reflexión, la penitencia y la conversión. Como en la anécdota del alpinista que se entrenaba con un costal de piedras para alcanzar la cumbre, nosotros debemos prepararnos para vivir plenamente el Misterio Pascual. Si no nos preparamos, no podremos tener una experiencia verdadera del Cristo Resucitado.

Subir al monte de la fe

En la Sagrada Escritura, encontramos la imagen del Monte como un lugar de encuentro con Dios. Moisés sube al monte para recibir la Ley; Jesús lleva a sus discípulos al Monte Tabor donde se transfigura ante ellos (cf. Mt 17,1-8). Del mismo modo, la Cuaresma nos invita a subir espiritualmente, a esforzarnos y fatigarnos para encontrarnos con Dios.

Como le ocurrió a Moisés, que pidió ver el rostro del Señor y solo pudo verlo de espaldas (cf. Ex 33,18-23), nuestra preparación cuaresmal nos llevará a vislumbrar la gloria de Dios en la Resurrección.

La Conversión: Un llamado urgente

Uno de los símbolos más significativos de la Cuaresma es la ceniza. Al ser impuesta en nuestra frente, escuchamos la frase: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1,15). Esto nos recuerda que somos polvo y al polvo volveremos (cf. Gn 3,19), pero también que la vida en Cristo es una oportunidad de renacer.

Nos hemos alejado de Dios al darle el primer lugar a los bienes materiales o al caer en el egoísmo. La conversión es un acto de volver la mirada a Dios y ponerlo nuevamente en el centro de nuestra vida. En el Apocalipsis, el Señor le dice a la comunidad de Éfeso: “Has perdido tu primer amor” (Ap 2,4). La Cuaresma es el tiempo de recuperar ese amor primero, de renovar nuestro compromiso con Dios.

Medios para la conversión

1. La Palabra de Dios

La Sagrada Escritura nos ayuda a vernos tal como somos. La Carta a los Hebreos nos dice: “La Palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que una espada de doble filo… discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hb 4,12). Así como el hijo pródigo reflexionó en su miseria (cf. Lc 15,17-20), la Palabra nos invita a examinarnos y a volver a la casa del Padre.

2. La Oración

La oración es el diálogo con Dios. San Pablo nos recuerda: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5,5). En la oración, el Espíritu Santo purifica nuestro corazón y nos fortalece contra el mal.

3. El Ayuno

El ayuno no es solo una restricción alimentaria, sino una forma de disciplina espiritual. Isaías nos recuerda el ayuno que agrada a Dios: “Romper las cadenas de injusticia, liberar a los oprimidos, compartir el pan con el hambriento…” (Is 58,6-7). No se trata de privarnos de pequeños placeres, sino de cambiar actitudes que hieren a los demás.

4. La Caridad

La Cuaresma también es un tiempo para ejercer la caridad. La conversión no es completa si no nos lleva a amar más a nuestros hermanos. “En esto conocerán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Jn 13,35).

El ejemplo de Nicodemo

Nicodemo era un hombre religioso, pero no entendía el llamado de Jesús. “Si no naces del agua y del Espíritu, no puedes entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5), le dice el Señor. Aquel encuentro con Cristo lo marcó, y aunque en un principio no se atrevió a seguirlo abiertamente, el Viernes Santo fue uno de los que ayudó a sepultar su cuerpo (cf. Jn 19,39).

Como Nicodemo, muchas veces tenemos miedo al cambio. Sin embargo, la verdadera conversión nos debe doler, porque significa dejar atrás lo viejo para nacer de nuevo en Cristo.

La cruz: Fuente de vida

Durante la Cuaresma, la contemplación de la Cruz es fundamental. Jesús le dice a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre” (Jn 3,14). Mirar la Cruz nos lleva a recordar que Dios nos amó tanto, que entregó a su Hijo para nuestra salvación (cf. Jn 3,16).

El buen ladrón, al ver a Jesús en la Cruz, se convirtió y recibió la promesa: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43). Así también nosotros, al contemplar la Cruz, debemos experimentar el deseo de cambio y reconciliación con Dios.

La Cuaresma es un tiempo de gracia, un camino hacia la Pascua. Es un tiempo para renovar nuestro compromiso con Dios mediante la oración, la escucha de la Palabra, el ayuno y la caridad. Si permanecemos en la “hendidura de la roca” (cf. Ex 33,22), Dios nos mostrará su gloria.

Que este tiempo santo nos ayude a encontrarnos con el Cristo Resucitado. Amén, aleluya.