Iniciamos con esta reflexión… Juan (13, 1-20).

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora para pasar de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.

Durante la cena, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas hijo de Simón Iscariote que le entregase, y sabiendo Jesús que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que él había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la cena; se quitó el manto, y tomando una toalla, se ciñó con ella. Luego echó agua en una vasija y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:

Señor, ¿tú me lavas los pies a mí?

Respondió Jesús y le dijo:

Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás después.

Pedro le dijo:

¡Jamás me lavarás los pies! 

Jesús le respondió:

Si no te lavo, no tienes parte conmigo.

Le dijo Simón Pedro:

Señor, entonces, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. 

Le dijo Jesús:

El que se ha lavado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, pues está todo limpio. Ya vosotros estáis limpios, aunque no todos.

Porque sabía quién le entregaba, por eso dijo: “No todos estáis limpios”. Así que, después de haberles lavado los pies, tomó su manto, se volvió a sentar a la mesa y les dijo:

¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues bien, si yo, el Señor y el Maestro, lavé vuestros pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que así como yo os hice, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo que el siervo no es mayor que su señor, ni tampoco el apóstol es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados sois si las hacéis. No hablo así de todos vosotros. Yo sé a quiénes he elegido; pero para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo levantó contra mí su talón. Desde ahora os lo digo, antes de que suceda, para que cuando suceda, creáis que Yo Soy. De cierto, de cierto os digo que el que recibe al que yo envío, a mí me recibe; y el que a mí me recibe, recibe al que me envió.

Jesús nos muestra una nueva forma de humildad desconocida hasta entonces. El hombre rebajándose humildemente ante el hombre y no ejemplarizándolo en uno cualquiera, sino a través del mismísimo Hijo de Dios, justo al contrario de lo que había venido sucediendo hasta esa fecha.

Pero veamos cómo se conforma el origen etimológico del término humildad. El término hebreo original (también en el moderno) ‘kana acepta en su forma verbal dos modos: uno activo (humillar, someter, sojuzgar) y otro pasivo y reflexivo (ser humilde, humillarse) y considera el término anî’ el que mejor representa a los pobres, humildes y mansos, “Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra” (Mateo 5, 3)

Griegos y romanos no disponían de un término acuñado que expresara estos valores que entroncan con los sentimientos del individuo y que se alejan de la equivalencia que ellos le otorgaban: pobre, modesto, sencillo, miserable, etc. Hasta que finalmente los romanos toman humilitas derivada de humilis (humilde) que no es más que quien sufre la humillación de postrarse ante otro, reconociendo su vasallaje o su inferioridad y que proviene de humus(suelo, tierra), algo que sí se hacía ante los dioses, los césares, pero que tiene muy poco que ver con la humildad que nos revela Jesucristo.

No nos hablan de sentirnos humillados sino de ser humildes y aceptar nuestras limitaciones que, por encima de cualquier otra consideración, existen, sea cual sea nuestro estatus, nuestra fortuna, nuestro conocimiento o nuestra responsabilidad. Ser humildes no está en contraposición con seguir mejorando, con buscar la excelencia en el camino de la mejora personal de cada uno, al contrario, nos ayuda a potenciar esos objetivos. Deberíamos ser humildes, siguiendo el ejemplo cristiano por cuanto somos imperfectos a los ojos del Señor, perfección absoluta a la que sólo llegaremos tras dejar nuestro paso por la Tierra según las propias creencias cristianas.

Pero, en realidad, y dejando a un lado las inspiraciones religiosas de cada cual, ser humilde debería de ser un precepto humano por cuanto todos permanecemos  unidos dentro de un mismo espacio y dependientes unos de otros. El sabernos todos interrelacionados con otros y sujetos a sus voluntades, sobre las que podemos, ciertamente, influir pero no controlar en modo alguno, debiera hacer que fuéramos capaces de mostrar una actitud más humilde y servil en lugar de vanagloriarnos de nuestras hazañas y logros, por otro lado imposibles de alcanzar sin la ayuda de los demás.

La humildad en la empresa moderna

Desde el punto de vista empresarial y organizativo moderno, esta visión nos aporta una novedad muy interesante, ya que nos enfrenta a la realidad cotidiana en la que cualquier jefe, responsable o superior trata a sus compañeros, simplemente, como inferiores cuando no es así. La calidad de ser hombre es la misma para los nacidos bajo el palio de los reyes, que para los nacidos a la sombra de la pobreza y de la escasez de recursos. No hay diferencia en el nacimiento. A partir del momento de nuestra entrada y paso por la casilla de Salida, comienza el camino que inexorablemente nos ha de llevar a la de Llegada, en la cual volveremos a ser exactamente iguales. Entremedio, superaremos etapas (casillas del juego de la vida) en las que nos formaremos, creceremos como personas, nos desarrollaremos y posicionaremos socialmente y, tal vez, ayudemos a mantener la estirpe humana mediante nuestra aportación a la reproducción.

Durante esta etapa llamada ‘vida’, es en la que procedemos a diferenciarnos de los demás. En un mismo centro clínico u hospitalario, nacen niños durante el mismo día con espacios de tiempo muy cortos; de hecho, en la misma ciudad nacen a la misma ahora algunos. Son hijos de diferentes padres pero todos llegan desnudos y con casi todos ellos, madronas, médicos, pediatras y personal auxiliar utilizan el mismo protocolo sanitario. Comparten habitáculo destinado a los recién nacidos y son abrazados por las mismas enfermeras que esmeradamente, con cariño y profesionalidad les atienden y procuran por sus primeras horas de vida. No obstante, mañana, uno de ellos puede estar dirigiendo al otro, liderando un partido que gobierne o ser el accionista mayoritario que se enfrente a la dura decisión de cerrar el centro de producción en el que, su compañero de cuna en la nursery de la maternidad, trabaja ahora.

No voy a discutir cómo se llega a estos lugares preferentes, ni si es justo o es injusto, si hay más o menos facilidades o si la suerte influye, pero lo cierto es que unos dirigen y los otros han de obedecer y así debe de ser para que esto funcione. Los inventos anarquistas se han saldado con penosos desastres, pese a las bondades que sobre el papel aporta el sistema. Recientemente, en España, hemos vivido el episodio de los Indignados[1] finiquitado con más pena que gloria debido a la falta de liderazgo y de objetivos concretos y medibles. La frase que les movía “Creer es resistir. Resistir es creer” no dispone de principio de acción y las cosas, para que sean, deben de resolverse, no basta con creer en ellas. Yo puedo creer que me merezco una vida mejor, con un salario mejor, un coche mejor y una casa mejor, pero para conseguirlo, además de creerlo deberé hacer algo más, lo que sea, bueno o malo. En cualquier caso y volviendo al argumento del tema principal, los proyectos fracasan si nadie los lidera de forma clara y aceptada por los demás.

Asumiendo que alguien debe dirigir, al resto se le supone el rol de la obediencia. Así nos lo hace ver Jesús en Juan (13:1-13-20) que hemos leído antes, cuando incide en su autoridad al decir: Vosotros me llamáis Maestro y Señor; y decís bien, porque lo soy” pero hace algo extraordinario desde el punto de vista de un directivo: “lavé vuestros pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que así como yo os hice, vosotros también hagáis”. Es decir, desde su posición de autoridad, sin entrar en cuestiones espirituales intrínsecas que lleva la figura de Jesús, considera que debe lavar los pies de sus discípulos, que no rebajarse, porque como bien dice no renuncia a su rol de Maestro y Señor ante sus compañeros de viaje espiritual. Y haciendo hincapié en ello, por si no había quedado claro, nos lega: “de cierto os digo que el siervo no es mayor que su señor, ni tampoco el apóstol es mayor que el que le envió”. ¿Por qué adopta una actitud humilde, entonces, ante sus siervos si estos no serán nunca ‘mayores’ que Él? Seguramente tendrá explicaciones religiosas y espirituales que otros sabrán exponer mucho mejor que yo que soy lego en la materia pero, desde la óptica del liderazgo, sólo me deja una explicación: el jefe debe existir y aplicar la obediencia conforme a unas reglas y a unas ordenanzas, pero nunca desde la posición de excelencia y perfección porque nunca será así. Jesús nos muestra el camino del auténtico líder, alguien dispuesto a hacerse obedecer, a exigir el cumplimiento de normas y mandatos, pero, a través de la humildad ante sus colaboradores, no desde la exigencia vanidosa, orgullosa e intransigente. Justo lo contrario que en muchas ocasiones sucede.

¿Acaso no hemos visto nunca, ni hemos vivido o hemos cometido la tropelía de actuar con soberbia en tanto se ejercía una función de autoridad sobre otros? Jesús, no sólo no lo hace, sino que les escucha y les enseña el camino a seguir mientras les lava los pies, tomando como ejemplo a Pedro que llevado por un acto de orgullo le llega a decir al Maestro: “¡Jamás me lavarás los pies!”. Finalmente tiene que acceder. Podrán esgrimir que no había orgullo en sus palabras y claro que las había, orgullo legítimo de servir al Maestro a quien adoraba y por lo que no estaba dispuesto a que Aquel se rebajara humillándose, porque todavía no había entendido el mensaje de la humildad. Y es que, no existe humillación en la humildad por la simple razón de que no podemos humillar a nadie que no se deje. La humillación es algo personal, propio de cada uno, un sentimiento. Pueden ofenderte, insultarte y hasta abofetearte y hacer chanza y burla de tu persona pero sentirse humillado sólo se puede sentir cada uno desde dentro. De ahí que ser humilde no tenga que ver con humillación y para Jesús no hay ninguna en lavar los pies a sus discípulos.

¿Por qué tendría que haberla entonces al preguntar a nuestros colaboradores cuál es la mejor manera de hacer las cosas o qué piensan sobre un asunto o sobre el otro antes de vernos obligados a adoptar decisiones para las que no disponemos de toda la información y/o formación? Somos esclavos de nuestro propio orgullo que no nos permite traslucir ni un mínimo de duda, de desconocimiento, de inexperiencia. Ya va siendo hora de que todos tomemos conciencia de lo que somos y de nuestras limitaciones, líderes y seguidores. Los proyectos son de todos y entre todos los debemos sacar adelante bajo los principios de la humildad y de la obediencia. No somos dueños de la verdad ni propietarios de todo el conocimiento. La ignorancia es bella cuando comporta voluntad de superarla.

[1] Movimiento espontáneo que prendió en la Capital y resto de ciudades importantes de España el día 15 de Mayo de 2011, en el Ateneo de Madrid. Se inspiraron en el Indignez Vous¡ de Stéphane Hessel. Tomaron las plazas principales, se instalaron en ellas y no se movieron hasta que decidieron que deberían adoptar otro tipo de medidas si querían conseguir algo.