El poder siempre es atractivo, es seductor. Me permite hacer lo que quiero. Lograr lo que deseo. Saber es poder. Tener información. Decidir lo que me conviene. Contar con que me pregunten. 

El poder me protege de los peligros. Me hace recorrer caminos imposibles. Me da la seguridad que busco en medio de mares revueltos. Me da el dominio sobre mi propia vida. Puedo decidir qué hacer y a dónde ir.

El poder es tentador. Me da el control sobre otras personas. Puedo decidir sus destinos. Puedo gobernar sus vidas. Yo decido, yo gobierno, yo mando, yo digo, yo elijo, yo descarto.

¡Cuánto atrae el poder! Me seduce, me debilita. Quiero tenerlo porque me fascina. Cuando lo poseo no lo quiero perder. El poder me sitúa en un lugar privilegiado desde el que mirar la vida.

El poder de Pilatos podía matar a Jesús o salvar su vida. El poder del que gobierna puede cambiar las leyes. El poder pequeño o grande que detento en mis manos. Ese poder es poderoso.

El poder me lo dan, me lo confían. Lo ponen en mis manos creyendo en mis buenas intenciones. Creen que lo voy a usar bien. Que voy a ser responsable y sabio.

Necesito sabiduría para usar bien mi poder. Puedo usarlo bien. Con amor, con respeto. Puedo mandar con humildad.

Sé que el poder es servicio. Pero a veces lo olvido. Mi poder es servir la vida que se confía en mis manos. Me arrodillo ante la dignidad del que confía en mí.

Pero a menudo el poder no lo uso como lo hizo Jesús. Decía el papa Francisco:

“¿Qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, que no tiene el trabajo que le otorga dignidad? Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie”.

Hay una norma importante que no quiero olvidar nunca al ejercer el poder, al obedecer al que tiene poder. Nadie puede pedirme que haga algo que no quiero hacer. No me pueden exigir lo que de verdad no deseo hacer.

El poder ante las almas que se me confían es sagrado. El hombre tiene una dignidad de hijo de Dios. Me arrodillo con humildad. No discrimino, doy libertad.

El poder me lleva a respetar la dignidad de cada persona como un bien precioso. Huyo de un abuso de poder que pueda romper el alma por dentro. Un poder que hace que se pierda la inocencia.

Es tan duro el abuso de poder… Es tan sutil… ¿Dónde está la línea que separa lo que es legítimo pedir y lo que ya no lo es? ¿Dónde me detengo a la hora de pedir, a la hora de exigir?

No quiero abusar ni que abusen de mí. No quiero que se pierda mi corazón inocente y puro. Veo tantos corazones rotos, heridos, mancillados, degradados. Tantas vidas deshechas cuando el poder es mal usado… ¿Dónde está la barrera que nunca debo traspasar?

El poder viene de Dios. Sólo Él es todopoderoso. Y Jesús renunció a ese poder infinito haciéndose hombre como yo. Frágil como yo.

Jesús miró con misericordia al hombre. Acarició con respeto infinito su dignidad sagrada de hijo de Dios. Se arrodilló para lavar los pies a quienes amaba. 

No pidió nada que antes no hiciera Él. No cargó sobre nadie fardos pesados sin antes llevar Él sobre sus espaldas la vida de los demás.

Dios me ha dado el poder sobre personas. Siempre tengo mi cuota mínima de poder. Puedo mandar, exigir, pedir. ¿Cómo lo hago?

Una paternidad y una maternidad es un don que Dios me da y conlleva una responsabilidad inmensa. Cuidar a un hijo es una empresa imposible.

Necesito aprender a usar mi poder como lo hacía Jesús. Con respeto. Mirando el corazón del hombre. No quedándome en las apariencias.

Un poder que no pida lo imposible. Un poder que no abuse nunca. Que respete siempre la libertad sagrada de aquel al que me toca conducir y educar.

El poder es una inmensa responsabilidad. Necesito sabiduría para ser justo, para ser ecuánime, para respetar amando.

El poder unido al amor se convierte en un bien sagrado. Necesito aprender a amar con generosidad, con verdad.

El poder que tengo me lo han dado. Lo quiero usar con delicadeza y amor. Es servicio, es vida entregada, es acompañamiento delicado y fiel.