“La separación es la única solución a nuestra pelea. Ya no es posible luchar más, he tragado mucho en estos años. Ha preferido a otro antes que a mí, ¿qué puedo hacer ya para conservar a mi mujer?”

“Nunca estábamos el uno sin la otra; hemos compartido muchos momentos felices juntos, era muy atento a mis necesidades, me quería. ¿Cómo ha podido traicionarme con una chica que podría ser nuestra hija?”

“Creía que mi vida se había acabado, que seguiría a tu lado como un fantasma, pero encontré a una persona que me escuchaba, le contaba y él me comprendía… Era dulce contigo. Nunca había experimentado estas emociones”.

Son historias compartidas en la consulta de mediación familiar de Rosangela Carù, experta en problemas de pareja. Son confesiones dolorosas de traiciones, sufridas o consumadas, en parejas que, con el tiempo, cedieron a la rutina. Y parece que el “final” es obvio si no se atiende a diario a la pareja, si no se hace continuamente una revisión de la relación.

“El otro” es el compañero de trabajo, o un conocido de la escuela de los niños o de la academia de baile. También un viejo amigo de la infancia que ha vuelto a encontrar o la mejor amiga de la mujer. A menudo está ya separado y tiene hijos, cuenta la pedagoga italiana en su libro La bacchetta mágica.

La relación nace por compensación afectiva, empieza con consejos de trabajo y después de vida.

Se trata de una experiencia por desgracia muy difundida. Muchos andan buscando “recetas” para volver a poner orden en su vida o para curar las heridas, como si incluso la traición pudiera “hacer bien” al tedio de la pareja, dando una sacudida a la relación.

Una visión de la infidelidad que aparece también en los coloquios con la mediadora familiar:

“Alimenta la relación conyugal.  La amante no quita nada a mi mujer, a ella le doy todo lo que necesita”.

Pero la realidad es muy distinta. La herida, de hecho, provoca mucho dolor por ambas partes. Un hombre confiesa su visión y la consecuencia de este error en su consulta:

“Ella era solo un juguete para dar a entender a mi mujer que algo no funcionaba entre nosotros. Utilicé a la otra mujer, pero no sirvió de nada: ¡perdí igualmente a mi mujer!”

Adiós a las premisas erróneas

Todos parten de las mejores premisas, creyendo en la “promesa” de los cuentos de hadas: “…todos vivieron siempre felices y contentos”. “Es la premisa de toda historia de amor”, explica Camillo Regalia, psicólogo y miembro del Comité directivo del Centro de estudios e investigaciones sobre la familia de la Universidad Católica de Milán, autor del libro Ci perdiamo o ci perdoniamo?.

Los finales de los cuentos que nos ha acompañado desde niños nos influyen mucho más de lo que pensamos y acaban, de alguna forma, por caracterizar también las esperanzas que depositamos en la vida adulta de pareja. Pero expectativas demasiado elevadas o bien poco realistas abren el camino a la desilusión.

Federica (nombre falso), 50 años, acudía siempre sola al estudio de la psicóloga y psicoterapeuta Elisabetta Orioli.

“Tras 25 años de matrimonio”, cuenta la profesional “descubrió que el marido la traicionaba. De repente se fue de casa y todo salió a la luz: estaba con otra desde hacía tres años, pero ella nunca sospechó nada. Ahora estaba desesperada, mientras él justificaba el abandono acusando a su mujer de “haberle desatendido”. Y sin embargo esta mujer siempre adoró a su marido, “sirviéndole y secundándole en todo, agradeciéndole” que la eligiera por mujer.

Y así perdió completamente de vista su valor, su sentido de la signidad. Él, un narcisista patológico, la dominaba y jamás le había hecho siquiera un regalo de cumpleaños. Un día ella decidió apuntarse a un curso universitario por las tardes y algunas noches no llegaba a cenar, no podía atender al marido. Esto le bastó al hombre para sentirse autorizado para dejarse consolar por otra mujer.

Pero entonces, ¿hay algún camino para “prevenir” que se forme un terreno favorable a la traición?

“La relación de pareja necesita un trabajo constante y cuidadoso”, sugiere Orioli. “La traición clásica, cuando un “tercero” se insinúa en la relación, denuncia una fragilidad en el mantenimiento de las “promesas” que dieron inicio a la vida de pareja.

Desde el principio el vínculo asume características que los dos concuerdan juntos, aunque no lo hayan puesto por escrito. Y entre las cosas irrenunciables a las que se promete no faltar está la fidelidad. Un concepto que contiene el deseo de un sentido de constancia, de duración; se mira a una dimensión constructiva, que asegura la continuidad, una cercanía continua que da una profunda seguridad.

Este tipo de vínculo emana también mucho calor: se promete una pertenencia recíproca que toma vida también a través de ritos, costumbres, que se convierten en un punto firme en la vida de la pareja. Pero como en todo, la fidelidad tiene sombras sobre las que hay que estar atento. Por esto  – subraya la psicóloga milanesa – cuando sucede la traición, no sirve de nada preguntarse “de quién es la culpa”.

“En una traición cada uno pone de su parte”.

¿Qué hacer?

“Lo primero es cultivar la propia identidad”.

Hay que poner en el centro de la pareja la relación con el otro, y no simplemente al otro, como había hecho Federica, que había idealizado al marido perdiéndose de vista a sí misma. En la relación eficaz, igual que yo deseo un espacio de realización personal, quiero garantizarlo también a mi pareja.

El segundo consejo es tener buenos amigos de la pareja, con los que confrontarse y razonar sobre las dinámicas amorosas. El aislamiento en este campo es muy dañino.

Es útil también buscar itinerarios formativos para hacer crecer la vida en pareja, encuentros espirituales o también culturales, que sean ofrecidos por las parroquias o por asociaciones de espiritualidad familiar. Son todos instrumentos para prevenir los desastres en la pareja.

¿Y qué hacer después?

Y si el desastre ha sucedido, ¿se puede curar la herida? “Yo creo que hay márgenes de curación solo si surge un sentido de responsabilidad en ambos cónyuges de querer comprender cómo ambos han contribuido a la situación“, dice Elisabetta Orioli.

“Siempre hay una corresponsabilidad y hay raíces remotas que deben buscarse, también en el pasado de la propia vida personal, antes de la formación de la pareja. Es importante también el papel de un tercero para elaborar el dolor ligado a la traición”.

Luego está la “palabra mágica”: perdón. “¿Existe de verdad – se pregunta Regalia – un buen motivo por el que alguien deba perdonar al cónyuge que le ha hecho sufrir? Puede ser sensato pensar en no vengarse, pero ¿por qué precisamente perdonar?” Y responde:

“El perdón auténtico, conviene: al que perdona, al que es perdonado, a la pareja“.

Se trata no tanto de “olvidar” sino de “dejar ir”, explica Orioli.

“Perdonar en la pareja significa que ambos reconocen lo que ha sucedido, comprenden los motivos y deciden seguir adelante, sacar fuera ese dolor para que la vida continúe”.