Los padres de familia numerosa suelen estar orgullosos de su “tribu”. Incluso si esa elección exige renuncias, también promete hermosos momentos vitales, con la condición de que se sigan algunos consejos de sentido común.

A continuación recogemos las recomendaciones de la psicóloga Françoise Pelle a los padres de una gran prole y a quienes deseen fundar una familia numerosa.

¡Hay amor para todo el mundo!

Seamos claros: los padres no aman a sus hijos de la misma manera. ¡Y menos mal! Lo esencial es que cada uno sea reconocido como una persona única. El corazón de los padres se va agrandando a medida que nacen los niños. 

Llevados por el igualitarismo ambiental, los padres están tentados de dar las mismas cosas a todos y temen estar infligiendo una injusticia al no hacerlo. ¡Error! Eso supondría negar al individuo, sus gustos, sus necesidades propias, porque las necesidades de los niños son diferentes, aunque todos tienen una necesidad fundamental: la de ser amados por quienes son.

La familia sin conflictos no existe

Una familia numerosa funciona como una minisociedad y prefigura las relaciones sociales. Los niños experimentan entre ellos el arte de la negociación y del compromiso. Aprenden a compartir, a tener en cuenta al prójimo, a vivir la solidaridad, a aplicar ciertas reglas. 

Si un niño sufre, el deber de los padres consiste en protegerlo, por supuesto, pero es preferible intervenir lo menos posible en sus riñas, ya que se corre el riesgo de exacerbarlas. El niño se construye y se afirma así, unas veces por oposición y otras por alianza. Y la rivalidad va a menudo de la mano de la complicidad, que va surgiendo a medida que los niños crecen.

Cada uno debe tener un propio espacio propio

En una familia numerosa, es raro que cada niño pueda tener su dormitorio. Y los conflictos territoriales generan grandes tensiones. 

A partir de los seis o siete años, es importante que el niño tenga un lugar propio, aunque no pueda ser más que un cajón (que pueda cerrar con llave, donde guarde sus cosas, sus pequeños secretos…). Así dispondrá de su territorio, de su dominio protegido e íntimo al que solo él tendrá acceso.

Confiar en los niños para no sentirse desbordados

“Haced lo que podáis, ¡nunca lo haréis bien!”, decía Freud. Y tenía razón en que todos los padres hacen lo que pueden. Pero también es importante tener confianza. Ese sentimiento se extenderá también a los niños. 

La confianza en uno nace del amor y de la libertad que dejamos a la persona de realizarse, de ser única. Lo bueno de los hermanos es que evitan la fusión padres-hijos, lo cual impide que cada uno salga, que crezca. 

Sin embargo, la presión parental se ejerce tanto menos cuanto mayor es el número de hermanos. La autonomía de los mayores se valora porque permite a los padres ocuparse de los pequeños. Y el ingenio de todos facilita la vida diaria. Hermanos y hermanas pasan tiempo juntos, se divierten, construyen escenarios…

El juego es la vía por excelencia de expresión y realización. Así se construye un jardín secreto, un “espacio psíquico”, en la jerga de los psicólogos, que escapa a los padres. Los más pequeños aprenden mucho de los mayores y estos últimos desarrollan sus cualidades con su contacto.

Lo que vale para uno quizás no valga para otro, ¡y no pasa nada!

Cuesta admitirlo, pero a veces pasa que los padres tienen menos química con uno de sus hijos. A menudo, debido a un carácter demasiado similar o, por el contrario, un carácter opuesto al suyo, no lo entienden o malinterpretan sus reacciones. Así, este hijo requiere más paciencia y más benevolencia que otros. 

Los padres deben velar especialmente, a veces con un gran esfuerzo, por valorar a ese hijo y encontrar lo positivo que hay en él. Esto permitirá reforzar la autoestima del hijo o hija en cuestión.

Cuidado con las comparaciones, que pueden salir envenenadas

Lejos quedan los tiempos en que los padres vestían a todos sus hijos de la misma forma. Sin embargo, un gran número sí puede crear el efecto de sentirse una “copia borrosa” entre la multitud. Cada niño debe encontrar su lugar para no ser un número más entre los otros. ¡Que cada uno pueda afirmar su personalidad, su originalidad, su fantasía! 

Esta diferenciación es positiva y constructiva. No obstante, ante un niño completamente diferente los padres deben mostrarse vigilantes: a través de su rechazo a sus hermanos, a su familia, puede estar expresando malestar o sufrimiento.

A veces la rivalidad se manifiesta en la segunda generación, a través de otros niños, especialmente si hay primos y primas de la misma edad. “Él rinde muy bien en la escuela”, “Ella toca la flauta de maravilla”… ¡que comience la competición! 

Estas situaciones se vuelven realmente irritantes para los niños, sobre todo cuando las reflexiones emanan de los padres: “¡Mira cómo trabajaba tu hermana!”. Así, la comparación se convierte en veneno.

Familia numerosa no es sinónimo de privaciones

En el seno de una familia numerosa, las privaciones y las dificultades son bien reales. Es importante que las restricciones impuestas encuentren un equilibrio con los placeres: complicidad, alegría de vivir, vitalidad, cooperación, etc. 

Si no hay demasiadas restricciones, el niño puede descubrir los recursos de que dispone, que la felicidad no está en la riqueza sino en la alegría de amar y compartir.

Los conflictos de la primera infancia no predisponen el futuro

Los niños que se llevan “como perros y gatos” pueden vivir una gran complicidad en la edad adulta. La figura de los hermanos sigue siendo una base de apoyo y de fortaleza fundamental. 

El vínculo fraternal es, con frecuencia, tranquilizador y protector. Aunque hermanos y hermanas puedan pelearse, ¡no pueden divorciarse! La familia permanece hasta el final.

No angustiarse demasiado por el futuro

Saber dejarse llevar permite a los demás vivir su vida. Si los padres viven sin anclarse en las inquietudes, los hermanos y hermanas reproducirán esta actitud. Así, las relaciones no serán tóxicas y nacerá un auténtico sentimiento de ayuda mutua. 

Cuando un hijo ha sido suficientemente amado por quien es –y no por lo que aporta–, tendrá bastantes recursos para desenvolverse por la vida, sea cual sea el camino que esté llamado a vivir.

La familia que reza unida permanece unida… ¡y sobre todo, feliz!

La oración es esencial para el corazón de la familia. Constituye el medio más seguro para mantener a todo el mundo unido, sea cual sea la crisis que pueda suceder. Santa Teresa de Calcuta, que exhortaba a las familias a rezar todos los días junta, decía que “la familia que reza unida permanece unida”.

Stéphanie Combe