San Juan de la Cruz explica que este pecado es habitual en los neo conversos y en los principiantes “inflamados” por el fervor.
Éstos tienen tanta “hambre” de la religión que nunca tienen bastante, sólo que esa hambre la dirigen a los “medios” espirituales y no a Dios. Un avaricioso espiritual asistirá a todos los “eventos” que pueda (retiros, encuentros, ejercicios, jornadas de oración, adoraciones, etc…) en una especie de maratón contínua. Incluso dejará obligaciones importantes para poder asistir y se entristecerá por lo que se pierde. También multiplicará las devociones: coronillas, novenas a cada santo, rosarios “distintos y especiales” (de 3,4,7 misterios, con más o menos cuentas, con medallas llamativas), etc…
No es que las devociones sean malas, en absoluto, pero con la santidad se tiende a la “simplificación”, de forma que el santo tiene como mucho el rosario (siempre) y una o dos devociones particulares. El resto, de hacerlas, sería de forma puntual. Una característica del avaricioso espiritual es que parece tener una energía “sobrenatural” para llegar a todos sitios y poder rezarlo todo con tremenda facilidad, pero lo que le impulsa es el placer que siente rezando y de esto se aprovecha el demonio, tentando con el activismo. Pese a la facilidad para rezar, el avaricioso espiritual se siente intranquilo el día que no consigue terminar las 25 meditaciones de la vía pasionaria de Santa María Magdalena el sábado santo (no lo busquéis, no existe).
Cómo pone su meta en los medios y no en el fin, el avaricioso es coleccionista (estampas, libros, folletos, figuras, imanes, medallas (cientos), rosarios, llaveros, reliquias, etc…) qué guarda cuidadosamente para usarlas, por supuesto, pero en la práctica apenas lo hace porque está ocupado yendo a eventos. San Juan de la Cruz avisa de que la avaricia espiritual conduce a los apegos y estos son muy peligrosos.
El santo conoció a una persona que rezaba sus oraciones con un rosario hecho del hueso de las espinas de un pescado. Su devoción sería la misma con cualquier rosario. Pero los apegos hacen que “no sea lo mismo”, porque el mío es especial (por los recuerdos, porque era de mi abuela, por la forma , porque huele a rosas, etc…), por eso si se rompe o lo pierden se les cae el mundo encima.
Un rosario bonito es un detalle de amor para la Virgen, pero los santos han llegado a rezar fervorosamente en campos de concentración usando los dedos de la mano. Si se tiene hay que usarlo , si no es posible, se reza, lo que está mal es la “pena” por la falta de un objeto y más de “ese” en concreto. Santa Teresa cuenta que una hermana le pidió un día su Biblia y ella sintió tanto pánico a que se la rompiera o la perdiera, que se la regaló inmediatamente para verse libre de ese apego.
Ni las biblias, ni las cruces, ni ningún objeto de devoción en sí es malo, hay que usarlo, lo malo es que se convierta en un apego. Por eso los santos son pobres, no se alteran si algo les falta o se lo quitan, porque ya tienen lo que de ninguna manera les puede ser arrebatado: a Dios
El activismo del avaricioso le hace estar más en las cosas de Dios que en Dios mismo, por eso el Señor tiene que purificar esas apetencias, y reconducir esa “hambre” hacia Él que es el Fin y no los medios.
Y pasa porque las cosas se pierdan, se rompan, cancelen eventos, no haya manera de ir, se acabe el fervor (sequedades),y la facilidad para rezar desaparezca. La avaricia espiritual no es solo por “cosas”, también puede ser por “obras”. Puede ocurrir que uno sea el promotor de una “obra” espiritual, como una web, una iniciativa apostólica, un método evangelizador novedoso, etc…
Ahí también hay apegos y yo diría que los peores. Porque el creer que esas obras son propias hace que se llene uno de miedos por si “malogran lo que yo he conseguido”, “se pierda el fervor”, se” apropien de la idea” y deje de ser especial, etc.
En estos casos, aunque uno no sea el promotor, también puede haber apego al “cargo”. La variedad de apegos y “coleccionismo” es muy grande. Por lo que los ejemplos se podrían multiplicar. El punto para ver si uno tiene avaricia espiritual (spoiler: todos tenemos en algún grado), esta en el grado de conformismo cuando todo esto falta y nos quedamos sólo con Dios. Cuando no es nuestra iglesia , ni nuestro cura, ni leemos nosotros, ni, etc…. Cuando no tenemos esos “medios” ¿nos centramos en Dios o seguimos apegados a esas cosas?
¿Cuánto tiempo le dedico a los medios y cuánto a dejarle a Dios que sea Él el que haga y no nosotros? ¿Nuestra casa parece una tienda de artículos religiosos? ¿Cuántas medallas llevamos colgadas del cuello que ya nadie es capaz de distinguirlas de lo apelotonadas que están?
El Señor ha venido a liberarnos de todas nuestras cadenas y la avaricia espiritual es una de ellas, y muy difícil de detectar en los principiantes porque todas estas cosas son buenas, incluso buenísimas.
El desapego duele, duele muchísimo, nos da miedo perder “eso” que tenemos. Ese consuelo, esa alegría y ese placer que sentimos a través de esas cosas. Porque es “algo especial”. Un niño llora mucho si se pierde o se rompe su juguete favorito. Si nosotros también sufrimos así, es porque somos bebés espirituales. Por eso el Señor nos las va a quitar, poco a poco. Para que disfrutemos siempre, cuando las tenemos y cuando no.
Un santo es feliz en su pobreza, viaja siempre ligero de equipaje, hasta el infinito y más allá.
Fuente: @lasamaritana