Hoy es común entre los estudiosos la opinión de que el de Marcos fue el primer evangelio que se escribió, entre el año 65 y el 70. Esto significa que Marcos fue el “inventor” de esa forma literaria a la que nosotros estamos ya acostumbrados: el “evangelio”, o la Buena Noticia de la salvación que nos trae Cristo Jesús.
Precisamente él es el único que emplea el término “evangelio” para definir su obra, ya en el primer versículo. No se trata de una “historia ordenada” o una “biografía” de Jesús, sino de la “Buena Noticia” de Jesús, que él escribió con el mérito de no tener fuentes escritas anteriores, aunque sí, naturalmente, la tradición oral, muy viva, de la primera comunidad, que era consciente de que en los hechos y dichos de Jesús está la revelación del plan salvador de Dios a la humanidad, o sea, la Buena Noticia.
Durante siglos, este evangelio no gozó de mucho aprecio: se le consideraba dependiente del de Mateo, se echaban de menos en él los grandes discursos de Jesús y se consideraba desconcertante su figura humana y sus reacciones. Pero hace poco más de un siglo empezó a recuperar aprecio y se le considera ahora como original y más cercano a los hechos.
Probablemente Marcos era de Jerusalén. En el libro de los Hechos (12,12) se dice que, cuando Pedro fue liberado de la prisión, los discípulos estaban reunidos en casa de “María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos”. Lo cual puede indicar que su casa fue un lugar en que se solía reunir la comunidad en los primeros tiempos.
Su nombre aparece como “Juan, por sobrenombre Marcos”. Fue una persona muy activa: era primo de Bernabé, uno de los personajes más influyentes de la primera comunidad; acompañó a Pablo en alguno de sus viajes, y luego se separó de él para anunciar el Evangelio en Chipre, tal vez por algunos momentos de tensión que pudieron tener entre ellos. Más tarde lo encontramos también como acompañante y “secretario” de Pedro y, más tarde, tal vez reconciliados, de nuevo con Pablo. No es de extrañar, pues, que en su evangelio encuentren los entendidos ideas de Pablo y también la experiencia personal y única de Pedro en su seguimiento de Jesús.
Su lengua materna sería el arameo, pero conocía bien el griego, la lengua que se usaba en las cosas oficiales y literarias. Se nota que escribe para cristianos que proceden del paganismo: traduce palabras arameas y explica las costumbres judías, que sus lectores probablemente no conocían.
Evangelio breve, dinámico.
El de Marcos es el evangelio más breve de los cuatro. Por eso, durante unos domingos se completa su lectura con el capítulo 6 del evangelio de Juan.
No cuenta las escenas del nacimiento y la infancia de Jesús. Tampoco nos transmite los discursos de Jesús, como hace Mateo. Más bien cuenta los hechos de Jesús, alternando con sus dichos, en un relato vivo y dinámico, una marcha incluso “nerviosa” de Jesús hacia el desenlace final del drama, su muerte y resurrección.
El evangelio de Marcos empieza con la gran afirmación de que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios (1,1) y termina, según los estudiosos, un poco repentinamente en 16, 8: las mujeres reciben el encargo de anunciar a los apóstoles, pero “no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo”, y no se dice nada de las apariciones del Resucitado. Es poco probable que Marcos concluyera así su evangelio. Los versículos siguientes (16,9-20) no parecen suyos, pero es lógico que los añadieran sus discípulos, o la comunidad.
No leemos entero este evangelio los domingos. Pero sí, prácticamente, en la lectura continuada ferial del Tiempo Ordinario, en el que se lee en primer lugar, antes de Mateo y Lucas, en las ferias de las semanas 1-9.
Los momentos más importantes de la proclamación de Marcos serán el domingo de Ramos, en que escucharemos su relato de la Pasión, y la noche de la Vigilia Pascual en que resonará el anuncio que el ángel a las mujeres de la resurrección de Jesús.
El “evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”
Marcos centra todo su libro en la persona de Jesús, en su conducta, sus hechos y dichos, su personalidad, los conflictos que tuvo con las autoridades de su tiempo su estrecha relación con los discípulos. No pretende sistematizar su doctrina, sino presentar su persona, sus reacciones, sus intenciones.
Es una figura muy viva y “humana” la que él presenta de Jesús: se compadece de los que sufren o tienen hambre, pero luego les manda callar; se muestra molesto con los discípulos que no entienden su mensaje y extrañado de la poca fe de sus paisanos; impresionan sus miradas de amable acogida y también las de enojo y hasta de ira, como en la sinagoga con los que no quieren entender la prioridad de la caridad por encima de la ley; un Jesús agotado por su trabajo (se duerme en la barca en medio de la tempestad) y tan entregado a su misión que sus familiares quedan asustados (no tenía tiempo ni para comer: “está fuera de sí”); que muestra su afecto por los niños y los jóvenes; en conflicto creciente con sus adversarios, que le llevarán finalmente a la muerte; un Jesús que tiene miedo, pavor, ante la muerte, y muere en la cruz con su grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
A la vez, presenta a un Jesús claramente identificado como Mesías e Hijo de Dios. El título que más veces se le atribuye es el de “Hijo del Hombre”, que hace referencia a la profecía de Daniel (14 veces). También, y ya desde el principio, le llama “Hijo de Dios” (8 veces), dirá cómo la voz del cielo, en su bautismo, le proclama como “mi Hijo amado”, y terminará precisamente con la confesión del centurión romano: “verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios” (15,39). El nombre de “Mesías” (7 veces), que también aparece en el inicio del libro (1,1), se proclama solemnemente cuando Pedro confiesa: “tú eres el Mesías” (8,29).
Algunos autores dividen el evangelio de Marcos en un apartado (del 1,14 hasta el 8,30) que se puede titular “¿quién es Jesús?”, cuyo punto culminante es precisamente esa confesión de Pedro, y otro (desde el 8,31 hasta el 10, 52) que se podría titular “¿a dónde va Jesús?”. En esta segunda parte es donde más aparece su anuncio de la pasión y la petición de que sus discípulos tomen también su cruz y le sigan.
Contradicción creciente.
En Marcos se ve, después de una visión optimista de las primeras escenas, una oposición progresivamente más violenta de los judíos contra él, sobre todo porque tiene una manera muy nueva de ver la historia, y las personas, y hasta al mismo Dios. Unas veces sus opositores son los escribas y los fariseos, otras los ancianos y sacerdotes o los herodianos. Tampoco los familiares acaban de entender sus intenciones y muestran por él una preocupación rayana en el rechazo.
Los discípulos también dan muestra de cortedad a la hora de entender su mensaje: “se preguntaban, ¿qué es esto? ¡una doctrina nueva, expuesta con autoridad!” (1,27), “¿quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (4,41), “¿de dónde le viene esto? ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿y esos milagros hechos por sus manos? ¿no es este el carpintero, el hijo de María?” (6,2), “y quedaron estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada” (6,51-52), “y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos” (9, 10). Sobre todo cuando les anuncia su pasión: en 8,31 ss. se ve la reacción de Pedro, que en principio es justa, confesando el mesianismo de Jesús, pero que en seguida se ve que no lo ha entendido según los planes de Dios, lo que le merece una dura reprimenda de Jesús. Al final sus discípulos le abandonan. Uno le traiciona. Otro niega conocerle.
Es significativo que sólo entienden la identidad de Jesús los demonios, aunque Jesús les hace callar, y, al final, el centurión romano: “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (16,39).
El difícil seguimiento de los discípulos
El evangelio de Marcos, naturalmente, es “post-pascual”, está escrito desde la perspectiva de Cristo Resucitado. Se nota ya desde el primer versículo, en que llama a Jesús “Mesías e Hijo de Dios”.
Y está escrito para una comunidad-la segunda generación- que, hacia los años 65-70, ya conoce lo que es la incomprensión y la persecución del ambiente social, que en su interior siente también las dificultades del seguimiento de Jesús y se plantea interrogantes sobre su persona y el modo de organizar la comunidad y seguir el estilo de vida de Jesús. Pedro y Pablo ya habían sido sacrificados hacia el 64. No era un tiempo de fe pacífica y sin problemas. Además, ya se había llegado a una clara separación entre la Sinagoga y la Iglesia, entre la doctrina de Jesús y el judaismo.
En el evangelio de Marcos se refleja claramente la vida de esa comunidad: sus preocupaciones y dificultades, y sus esfuerzos por comprender y seguir a Jesús. Por eso presenta al Mesías que predica, que cura, que libera del mal, pero a la vez es perseguido y humillado, y que al final triunfará en su resurrección.
Retrata también, narrando la actitud de los primeros discípulos, el perfil de los buenos seguidores de Jesús. En todo el evangelio se describe la estrecha relación de Jesús con sus discípulos, a los que acompaña en su lento proceso de maduración y cambio de mentalidad, y a los que envía a una misión continuadora de la suya. Aparece repetidamente la llamada de Jesús a seguirle. A Simón y Andrés: “venid conmigo” (1,17); a Leví (Mateo): “sigúeme” (2,14); a la gente: “si alguno quiere venir en pos de mí, niegúese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (8,34); al joven que le preguntaba: “luego, ven y sigúeme” (10,21); a los discípulos y Pedro después de la resurrección: “irá delante de vosotros a Galilea” (16,7)…
A estos discípulos, hombres y mujeres, los presenta Marcos como modelos para las generaciones siguientes. También nosotros, en el siglo XXI, nos vemos reflejados en ellos: personas de buena voluntad, que intentan creer y seguir a Jesús, pero débiles, lentos en comprender la identidad y las intenciones del Maestro y, en los momentos claves, cobardes.
hl seguimiento de Jesús no nos extraña que sea difícil. El mismo Jesús nos invita a seguirle pero cada vez con palabras más exigentes. Sus seguidores también tienen que aceptar su “cruz”. Hay que ser cristianos también en los momentos difíciles. Por eso presenta Marcos a los discípulos “siguiendo” a Jesús aunque no le entienden mucho. La cruz es la clave para entender la persona y la misión de Jesús. Lo es también para los que le quieran seguir.
El evangelio de Marcos nos interpela. No nos cuenta, para curiosidad histórica, qué pasó entonces. Sino que nos provoca continuamente a que pensemos: ¿y a mí qué me dice Jesús, este episodio de Jesús, estas palabras de Jesús?
Un consejo. Para que a lo largo del año podamos leer a Marcos con más fruto, podríamos empezar leyéndolo seguido y entero, cosa que no debería costamos más de una hora y media. Así, luego, podemos “situar” cada página en su conjunto.