Francisco no usa una computadora o un teléfono inteligente, pero a menudo cuando habla con los jóvenes trata de anunciar el Evangelio usando el lenguaje de los nativos digitales. Lo mismo ocurrió durante la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud en el Metro Park de Panamá, frente a más de medio millón de jóvenes. El Papa explicó que la vida dada por Cristo a los que le siguen no es una salvación colgada en la nube, ni una aplicación descargable. Y recordó que la encarnación y la redención fueron posibles gracias al “sí” de una muchacha de Nazaret, que “no aparecía en las ‘redes sociales’ de la época, no era una influencer, pero sin quererlo ni buscarlo se ha convertido en la mujer que más influyó en la historia”. María, la influencer de Dios, la llamó Francisco. Una joven que en pocas palabras supo decir “sí” y confiar en las promesas de Dios, “la única fuerza capaz de hacer nuevas todas las cosas”.
Así, una vez más, se manifiesta el vuelco total de las lógicas humanas y mundanas. Dios, el Todopoderoso, que se hace pequeño como un niño completamente necesitado del cuidado de un padre y una madre como lo ha sido cada uno de nosotros. Se manifestó en la humildad y la ocultación, lejos de los radares de la historia, en una franja periférica del Imperio Romano. Dios se encarnó gracias a una muchacha nacida y criada en un pequeño pueblo, lejos de los flujos de la gran historia. Y sin quererlo o buscarlo, ella que no era una influencer ha influenciado en la historia de la humanidad como ninguna otra criatura lo ha hecho y lo hará. Es la extraordinaria grandeza de quien es pequeño, el poder de lo débil y lo frágil. En la imagen de María, influencer sin haberlo buscado nunca, está contenida una preciosa enseñanza para nuestro tiempo harto de la virtualidad, del protagonismo, del afán de aparecer. Los que realmente influyen en la historia son los que acogen y guardan el Evangelio y lo hacen crecer, conscientes de que es pequeño y pecaminoso, y confiando sólo en la ayuda de la gracia de Dios.
Como María, los influencer de la historia son aquellos padres y madres de familia que con su testimonio cotidiano han transmitido la fe cristiana a sus hijos y a sus vecinos. Son los jóvenes los que se gastan gratuitamente mostrando compasión y cercanía a los últimos y a los descartados. Son esos sacerdotes los que pasan horas en el confesionario, acogiendo y derramando el bálsamo de la misericordia sobre las heridas y los dramas de tantas mujeres y hombres de nuestro tiempo. Hay un balance de la historia de la Iglesia que nunca se puede hacer, porque nunca se sabe cuántas tragedias se han evitado, cuántas violencias se han evitado, cuántas fracturas se han recompuesto, cuántas vidas se han salvado, gracias a los humildes influencer de Dios que cambian la historia sin mostrarse, considerándose siervos inútiles. Incluso dispuestos a derramar su propia sangre en su “sí” a Dios, como lo hizo San Oscar Romero. Su sangre estaba presente en el escenario de la vigilia en Metro Park en un trozo de su camisa que llevaba cuando fue asesinado en el altar.