Si nos detenemos a ver, hay muchas figuras “ocultas” en la Biblia, personas no tan obvias que hacen parte de momentos importantes en las Escrituras pero que a nuestros ojos pasan desapercibidas.

Hoy quisiera resaltar a algunas mujeres que –desde mi perspectiva– pueden asumir un papel menor en las páginas bíblicas, pero que tienen el poder de asumir un papel importante en las páginas de nuestra propia vida.

Sus historias se han transmitido a lo largo de los siglos y siguen siendo causa de inspiración en la vida de fe de cada uno de nosotros. Cada una de ellas ejemplifica virtudes que nos enseñan cómo amar más profundamente a Cristo.

Rut

Rut, cuyo nombre significa “compañera”, fue una mujer moabita. Después que Noemí y Elimelec, junto con sus hijos Quelión y Mahlón (por causa del hambre) tuvieron que abandonar su hogar de Belén, Rut se casó con Mahlón. Murieron los varones y quedaron viudas Noemí, Rut y Orfa.

Noemí decidió regresar a Belén, y Rut, por el cariño que le tenía, se fue con ella. No tenía por qué hacerlo pues no era su obligación. Dejó su tierra y su religión y abrazó la tierra y la fe de Nohemí.

Cuando llegaron a Belén comenzaba la cosecha de la cebada. Rut espigó los campos para ganarse el sustento y mantener a su suegra (cosa inusual en una mujer de la época).

En ese trabajo conoció a Booz, pariente de Noemí, quien la trató bondadosamente y luego se enamoró de ella. Booz compró la herencia de Mahlón y así, de acuerdo con la ley hebraica (Deuteronomio 25, 5-10) adquirió el derecho de casarse con Rut. Su hijo primogénito fue Obed, quien fue padre de Isaí y abuelo de David.

La historia de Rut es sin duda una de las historias más bellas sobre una mujer en el Antiguo Testamento. Rut es modelo de mujer fiel, noble y llena de coraje.

El amor desinteresado de Rut es un amor muy femenino, un amor que actúa de inmediato ante la necesidad física o espiritual de otro, incluso cuando resulta inconveniente. La fidelidad y fortaleza de Rut son comparadas con las de María, pues de su descendencia proviene Jesús.

“No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Rut 1, 16).

La madre macabea

El relato bíblico no es tan solo la memoria del valor de los jóvenes macabeos. Es también una preciosa consideración sobre la madre de aquellos valientes. Esta madre vio morir en un mismo día, uno a uno, a sus siete hijos.

En esta historia vemos su grandísima fortaleza de ánimo y la fuerza de su esperanza. Por otro lado, en sus labios se colocan algunas expresiones cargadas de sentido teológico.

La madre proclama a Dios como Señor de la vida humana. Vincula la fe en el Dios creador con la fe en la Resurrección, y nos ofrece la seguridad que el Dios de la vida retribuirá con creces a los que han entregado su vida por fidelidad a su voluntad.

“Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia” (2 Macabeos 7, 20-22).

Débora

Débora fue el cuarto juez de los israelitas después de la muerte de Josué. Mientras la mayoría de las personas adoraban ídolos, Débora era fiel a Dios.

Cuando llegó la guerra contra los cananeos, comprendió que Israel debía ir a la guerra, a pesar que eran superados en número. Barac, que dirigía el ejército israelita, carecía de fe para hacer frente a los enemigos, pero sabía que Débora tenía la fe y el poder de Dios que él no tenía. Por lo tanto, le dijo a Débora: “si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres conmigo, no iré”.

Débora lo acompañó. Cuando estaban a punto de enfrentarse al comandante cananeo Sísara con sus novecientos carros herrados, Barac volvió a vacilar. Débora le dijo:

“Levántate, porque este es el día en que Yahveh ha entregado a Sísara en tus manos. ¿No es cierto que Yahveh marcha delante de ti?” (Jueces 4,14).

Dios continúa trabajando en nosotros hoy, así como lo hizo con Débora. No dejemos de hacer algo por los demás siempre que podamos o, cuando dudemos porque no estamos seguros de cuál será el resultado, pidamos la fe de Débora, porque Dios, que ha comenzado la obra buena, con seguridad la completará.

Claudia Prócula

Una mujer que tuvo el coraje de abogar por Jesús. Ella era la esposa de Poncio Pilato, y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

“No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él” (Mateo 27,19).

No tenemos idea si ella llegó ser parte del grupo de los primeros cristianos, pero lo que sí sabemos es que Jesús la quería cerca de Él y por eso inspiró ese sueño en su interior.

Me gusta pensar que la fe de Claudia creció y a que durante los acontecimientos de la pasión de Cristo ella no fue una simple observadora, sino que permitió que el amor de Jesús la transformara.