En ocasiones me siento en confrontación con el mundo. Me duele lo que veo y escucho. Me siento débil frente a tantos desafíos. Como si me estuviera quedando vacío de ideales y de fuerzas. ¿Me estaré volviendo viejo? ¿Se habrá apagado el fuego de mis entrañas?

Miro el camino recorrido y sonrío. No es posible que mi vida no haya merecido la pena. Tal vez son semillas enterradas cuyo fruto no veo, o no veré.

Miro mi mundo, mi Iglesia. Me conmueve la reflexión de unos jóvenes que cayó en mis manos: “Más que un catolicismo de trinchera creemos en uno que acoge y dialoga con las inquietudes del mundo, y que, a la luz del Evangelio, busca responder a ellas”.

Miro con inquietud la trinchera que me he construido. No dejo entrar a mis enemigos. ¿Tengo enemigos?

Bajo ese nombre enumero a los que no me aprecian, a los que no me valoran, a los que no piensan como yo, a los que me critican y juzgan. Y yo también los juzgo. Son los otros. Levanto mi trinchera.

Echo la culpa a la vida que ha cambiado mucho. A internet que lo ha globalizado todo. A mi debilidad que me hace tan finito que no logro salir de mis miedos.

Y entonces observo que mi trinchera es la mejor defensa frente al mundo, frente al pagano, frente al que no cree y ataca mis creencias.

Me siento así más seguro. Pasará el temporal, pienso en mis entrañas. Y sigo escondido. Con miedo a confrontarme con los que buscan mi mal. El mal del justo. ¿Es esta la Iglesia que sueño? No.

Me uno a esos jóvenes que creen en Jesús hasta la médula. Y yo tal vez he dejado pasar los años buscando consuelo, descanso, algo de paz. Culpa de la edad, me digo.

Y quiero soñar con sueños jóvenes. Para dar respuesta a este mundo que me inquieta, que cuestiona mi fe, mi forma de vivir, mi propio pecado. A ese mundo que desea la coherencia y sueña con la verdad.

Vuelvo a leer: No hay que tener miedo a conversar con las corrientes de hoy”. ¿Yo tengo miedo? Prefiero no entrar en confrontación.

Huyo de las peleas. Evito conversar cuando temo perder en los argumentos. ¿Estoy a la defensiva? A veces me veo así en medio de mi trinchera. Escondido, guardado, protegido.

Para que no me hagan daño en mi corazón herido. Que no me rechacenpor mis ideas. Que no juzguen todas mis palabras.

Si hablo de renovación, que no me encasillen en el grupo de los que quieren renovar. Si digo conservar, temo que me tachen de conservador.

¿Miedo a perder mi imagen? Sí, y mi lugar en mi trinchera. Miedo a enfrentar la vida en sus dificultades.

Miro el corazón herido de Jesús en la cruz. Todo por no callarse. O se calló demasiado tarde cuando sólo cabía defenderse.

Pero Jesús fue siempre Él. No se adaptó a lo que los demás pensaban. No rehuyó la confrontación cuando la vida de inocentes estaba en juego. Y miró siempre con misericordia dando palabras de esperanza.

¿Por qué callo a destiempo? No lo sé. Ese miedo a salir de mi trinchera en la que tengo paz y me siento seguro.

Me quejo de este mundo convulso en el que nada es seguro y todos me persiguen. Miro el pecado de mi propia iglesia y me lamento.

Y no hago nada por salvar al débil. Sólo cuido mi trinchera, que esté firme, que siga sólida. Para no arriesgarme a decir lo incorrecto. O exponerme a sufrir el rechazo en medio de un mundo en el que sólo veo enemigos.

Y quiero que se callen los que me cuestionan. Pero ya leía hace poco: “Si le cortas la lengua a un hombre, no demuestras que estuviera mintiendo: demuestras que no quieres que el mundo oiga lo que pueda decir”. 

Me cuesta que me lleven la contraria. Y que me exijan ser más audaz en mis juicios. Me molesta que critiquen mi trinchera, pero están en lo cierto. Necesito salir de mi comodidad y luchar por cambiar el mundo que me rodea. 

Comenta el padre José Kentenich: Nosotros esperamos llamarle la atención a un mundo sumergido en las cosas terrenales, y al menos despertar en él el anhelo de abrir las puertas que llevan a lo sobrenatural, hacia lo divino, hacia lo infinito. Y hacerlo no tanto mediante palabras sino mediante nuestra vida y aspiraciones”[1].

Mis palabras importan, pero más que eso importa la coherencia de mi vida, la fuerza de mis gestos, la radicalidad de mi entrega.

Tal vez ahí está mi problema. Que no logro vencer la cobardía de ánimo para arriesgar la vida. Para entregar mi corazón buscando que este mundo sea más de Dios. Y logre así dar respuesta a la sed de infinito que guarda el corazón humano.

Sin miedo al rechazo, sin miedo a la crítica. Sin proteger mi lugar. Sin aferrarme al poder de los poderosos, rehuyendo la pobreza de los débiles.

No es la Iglesia que yo sueño. Por eso hoy miro mi trinchera. Quiero salir al mundo que necesita mi voz. Mi presencia. Mi respuesta. Mi vida.

[1] Christian Feldmann, Rebelde de Dios

Carlos Padilla Esteban / Aleteia.es