
El Nuevo Testamento es la segunda parte de la Biblia cristiana. Fue escrito porque ocurrió algo nuevo: Jesús vino al mundo. Había que contar lo que hizo y sufrió. Había que expresar la fe en que él resucitó de entre los muertos. A través de Jesús, de su llamada al seguimiento y a la misión de sus discípulos surgió la Iglesia. En el Nuevo Testamento se describe cómo comenzó la Iglesia.
En los comienzos de los primeros cristianos, la tradición se transmite oralmente, pero después se comienza a poner por escrito. El apóstol Pablo escribió cartas para llegar a sus comunidades cuando no podía estar personalmente presente. Los Evangelios se escribieron para que permaneciera vivo el recuerdo de Jesús.
La palabra escrita ayuda a tender un puente entre espacios y tiempos. De ese modo se puede transmitir de generación en generación el conocimiento de quién era Jesús y de cómo surgió la Iglesia.
Pero la palabra escrita tiene que hacerse viva siempre de nuevo. Lo que sucedió en aquel entonces, «cuando llegó la plenitud del tiempo» (Gál 4,4), sigue siendo actual. Es importante «hoy», es decir, siempre y en todo momento. De ese modo interpretó Jesús la palabra de Dios en la sinagoga de su ciudad, Nazaret, cuando leyó del libro del profeta Isaías: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).
También aquí y ahora lo importante es descubrir en la letra escrita de la Sagrada Escritura el Espíritu vivo de Dios. Entonces la lectura de la Biblia se convertirá en experiencia de fe.
En el Nuevo Testamento se presupone constantemente el Antiguo, o sea, «la Escritura» o «las Escrituras». Se lo considera sagrado y es la base del Nuevo Testamento. Para Jesús y los apóstoles está claro que la historia de Dios con los hombres y con su pueblo no comienza solo con la venida del Mesías: comienza con la creación y con el llamado de Israel de en medio de los pueblos para dar gloria a Dios. Por eso, el Nuevo Testamento no puede comprenderse sin el Antiguo. Y a la inversa: el Antiguo Testamento puede comprenderse de manera nueva si se lee a la luz de aquello que proviene de Jesucristo.
El Nuevo Testamento comienza con los cuatro Evangelios: según san Mateo, según san Marcos, según san Lucas y según san Juan. Los Evangelios relatan acerca de Jesús: su vida, su muerte y su resurrección. Por eso se encuentran al comienzo del Nuevo Testamento.
Después de los Evangelios están los Hechos de los Apóstoles. Este libro relata cómo los primeros discípulos realizaron el encargo de Jesús: «seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra» (Hch 1,8). En la historia de la Iglesia se prolonga la historia de Jesús, hasta el presente.
Después de los Hechos de los Apóstoles vienen las cartas de los apóstoles. Estas piden y promueven la edificación de la Iglesia, dan un polifónico testimonio de la fe, muestran cómo la palabra de Dios movió a las primeras comunidades y mencionan con toda apertura las dificultades para encontrar el recto camino. Pero indican una dirección que es válida hasta el presente.
El Nuevo Testamento termina con el Apocalipsis de san Juan. Este es un escrito profético. Abre la mirada al cielo nuevo y la tierra nueva. En la Jerusalén del cielo surge un nuevo paraíso. En ese paraíso se cumplirá plenamente la promesa de la cual viven todos los hombres en su fe.
Evangelios
Los Evangelios relatan la historia de Jesús. «Evangelio» significa buena noticia, mensaje alegre. Según el Nuevo Testamento, en el fondo existe solamente un evangelio, pues hay un solo Dios, y su palabra, anunciada por Jesús, es infinitamente buena.
Pero el evangelio de Dios tiene que ser anunciado por seres humanos con sus propias palabras. Al comienzo del Nuevo Testamento hay cuatro de estos testimonios. Todos ellos se refieren al único evangelio. Por eso, desde tiempos muy antiguos llevan por título «Evangelio según san Mateo», «Evangelio según san Marcos», «Evangelio según san Lucas», «Evangelio según san Juan».
Todos los Evangelios han sido escritos por cristianos que creían en la resurrección de Jesús y que por eso relataron su vida. Los Evangelios se fundan en antigua tradición. Presentan a Jesús de tal modo que no solo aparece claramente su importancia pasada, sino siempre también su importancia presente.
Más tarde se escribieron otros Evangelios más, pero solamente los cuatro según san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan fueron incorporados a la Biblia. Son los testimonios más antiguos e importantes de Jesús. Son los Evangelios reconocidos en todas partes, tanto entonces como ahora.
Todos los Evangelios tienen mucho en común, en especial los tres primeros. Pero tienen también importantes contenidos propios, en especial el de Juan. Muestran a Jesús desde diferentes perspectivas. Esto es una invitación a conocer cada vez mejor a Jesús.
Esta Biblia se atiene sobre todo al texto de Mateo porque se ha convertido en el primero de la serie de los Evangelios y a lo largo de los siglos ha ido adquiriendo la máxima importancia. De los Evangelios según san Marcos y según san Lucas se ofrecen en esta Biblia párrafos típicos. Párrafos más extensos se ofrecen, en cambio, del Evangelio según san Juan, que desde la Antigüedad se considera un Evangelio espiritual.
El que quiera leer todos los Evangelios tiene que buscarlos en una Biblia completa. Tendrá como recompensa una abundancia de testimonios sobre Jesús.
El evangelio según san Mateo
El Nuevo Testamento comienza con el Evangelio según san Mateo. Conforme a la tradición, el autor es el publicano Mateo, a quien Jesús mismo llamó a seguirlo (Mt 9,9).
El Evangelio según san Mateo comienza con una genealogía de Jesús, una versión abreviada de la historia de Israel. Esta genealogía enlaza el Nuevo Testamento con el Antiguo.
El Evangelio según san Mateo termina con el encargo del Resucitado de llamar a todos los pueblos a su seguimiento. Con este encargo, la historia de Jesús se abre a la historia de la Iglesia «hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20).
Jesús pertenece al pueblo de Dios, Israel. Él trae la salvación de Dios a todos los pueblos. Es el «Emanuel», «Dios con nosotros» (Is 7,14; Mt 1,23).
El evangelista relata la historia de la actuación de Jesús y de su Pasión. Pero no termina en la cruz, sino que recomienza con la resurrección de Jesús de entre los muertos. A la luz del día de Pascua todos han de reconocer que Jesús es el Hijo de Dios; Jesús cumple con la voluntad de Dios «en la tierra como en el cielo» (Mt 6,10).
La comunidad cristiana de Mateo vive en estrecha relación con el judaísmo. Polemiza con los fariseos en torno a la correcta interpretación de la Ley. Y orientándose en Jesús, introduce en la Iglesia la herencia judeocristiana.
El evangelio según san Marcos
El de Marcos es el más breve de los Evangelios. Dos son los acentos que coloca: la actividad pública y el sufrimiento público de Jesús. A la luz de la fe pascual, el Evangelio muestra que ambos aspectos son inseparables. Jesús empeñó su vida por su mensaje, y ese mensaje es encarnado por él mismo, por su vida y por su muerte.
El que quiera comprender de dónde proviene la autoridad y el poder con que actúa Jesús tiene que dirigir su mirada a la impotencia del Crucificado. Y el que quiera conocer qué significa la cruz tiene que comenzar con el Evangelio del reino de Dios en Galilea (Mc 1,14s).
En la tradición se atribuye este Evangelio a Juan Marcos, discípulo de Pedro. Actualmente se lo considera como el más antiguo de los Evangelios.
En un pasaje el evangelista se dirige directamente a aquellos para quienes escribe: «El que lee, que entienda» (Mc 13,14). Se trata de una consigna para toda la Biblia.
El evangelio según san Lucas
El Evangelio según san Lucas es la primera parte de una obra en dos tomos. La segunda parte es el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,1ss). Ambas partes forman una estrecha unidad: en el Evangelio Lucas describe cómo Jesús llama a discípulas y discípulos para que sigan difundiendo la Buena Nueva; en los Hechos de los Apóstoles se relata cómo a través de la resurrección llegó y se comprendió de nuevo en la Iglesia primitiva el mensaje de Jesús.
En el prólogo del Evangelio, Lucas describe su perspectiva, su método y su objetivo (Lc 1,1-4). Él personalmente no es discípulo directo de Jesús, pero retoma el testimonio de «testigos oculares y servidores de la palabra», en primer término los doce apóstoles. Lucas examinó cuidadosamente todas las tradiciones en cuanto a su calidad y escogió solo lo mejor. Él quiere convencer a «Teófilo» —en español: el amigo de Dios— de que ha encontrado el acceso correcto a la fe e indicarle cómo puede seguir todavía avanzando en el camino del seguimiento de Jesús.
Lucas comienza con el Evangelio de la infancia de Jesús, dentro del cual se encuentra la historia de la Navidad. Lucas es también el transmisor de muchas de las parábolas más célebres, así como del retrato más colorido de la Pascua.
A continuación se recoge una pequeña selección de dichas partes. Mucho más podrá encontrar quien lea el Evangelio entero en una Biblia completa.
La tradición asocia estrechamente a Lucas, el «médico» (Col 4,14) con Pablo. En su Evangelio, Lucas muestra sobre todo cómo Jesús se pone en busca de los hombres que se han extraviado en su camino. «Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).
El evangelio según san Juan
El Evangelio según san Juan se considera desde tiempos antiguos como un Evangelio espiritual. Quiere promover la amistad con Jesús (Jn 15,12-17). Se expresa en un lenguaje sencillo, pero va a lo profundo. Comienza con una oración: la Palabra eterna de Dios se hizo carne en Jesucristo (Jn 1,1-18). Dice con claridad a las lectoras y lectores que quiere promover la fe: «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn 20,30-31).
El evangelista deja claro en su libro que Jesús es una sola cosa con Dios (Jn 10,30). Su palabra es la «palabra de Dios» (Jn 14,10); su obra es la «obra de Dios» (Jn 5,36); su imagen es la imagen de Dios. En él puede verse quién es Dios (Jn 14,25) y quién el hombre (kJn 19,5).
Juan relata cinco signos realizados por Jesús: huellas visibles de la gracia. Relata el lavatorio de los pies y extensas conversaciones de Jesús con sus discípulos: Jesús quiere que ellos pierdan el miedo ante la muerte de su Maestro y darles esperanza en la nueva vida que brota de la resurrección. Los siguientes extractos del Evangelio según san Juan se concentran en esos signos y en los discursos de despedida, que terminan en la oración sacerdotal.
Hechos de los Apóstoles
El de los Hechos de los Apóstoles es, después del Evangelio, el segundo libro escrito por Lucas (Hch 1,1). El autor relata cómo la Iglesia primitiva va realizando paso a paso la misión encomendada por Jesús (Hch 1,8). Comienza con la misión en Jerusalén, el día de Pentecostés. Esa acción misionera choca pronto con resistencia, pero no se deja detener. Después, Felipe recorre el camino hacia los samaritanos, los ancestrales enemigos que deben convertirse en amigos en la fe.
Los caminos más extensos se abren más tarde hacia los gentiles. Pedro es el primero en bautizar a un no judío: el centurión Cornelio, de Cesarea. Bernabé y Pablo inician después una misión sistemática entre los pueblos ajenos a Israel. En la Iglesia se suscita contradicción, pero tras el Concilio de Jerusalén (Hch 15) queda vía libre. Pablo extrae de manera decisiva las consecuencias: él, que había sido antes un perseguidor de la Iglesia, se convierte ahora en heraldo del Evangelio hasta Roma.
Los Hechos de los Apóstoles muestran un pequeño fragmento del ímpetu con que creció la Iglesia. Primeramente fueron solo unos pocos los que llegaron a la fe en Jesucristo. Pero se hicieron cada vez más, y así sigue siendo hasta el día de hoy.
Cartas
El Nuevo Testamento incorpora al libro de los Hechos de los Apóstoles toda una serie de cartas de los apóstoles. Al comienzo se encuen-
tran las cartas de Pablo. Después siguen las «cartas católicas» de Santiago, Pedro, Juan y Judas.
Los apóstoles se cuentan entre las figuras más importantes de los primeros tiempos del cristianismo. Todos ellos actuaron como misioneros y todos trabajaron también en la edificación de la Iglesia. Sus cartas son elementos constitutivos de los cimientos de la Iglesia de todos los tiempos.
Las cartas se dirigen a comunidades determinadas en las áreas de misión o bien a regiones enteras de la misión, y a veces también a personas individuales.
Las cartas anuncian el Evangelio hablando directamente sobre la fe a los primeros miembros de las comunidades: les plantean preguntas, quieren ayudarles a encontrar su camino hacia la fe, les formulan críticas y les dan aliento.
Las cartas del Nuevo Testamento son como una ventana por la cual puede observarse la vida de las primeras comunidades cristianas. Son como un cofre en el que se atesoran las profesiones de fe más antiguas. Pero son también como un espejo en el que todos los cristianos pueden encontrar reflejadas hasta el día de hoy sus propias preguntas de fe y su propio coraje para creer.
En esta Biblia solo pueden presentarse algunas cartas. Estas han de despertar el deseo de conocer más. Son cartas que reproducen a la vez que impulsan profundas experiencias de fe.
Cartas apostólicas de san Pablo
De Pablo se han incorporado muchas cartas en el Nuevo Testamento. Él las escribió en el marco de su labor misionera para que las comunidades prosiguieran su desarrollo en la fe.
Las cartas del apóstol Pablo tienen un significado clave, y ello en tres sentidos.
En primer lugar, son los testimonios más antiguos del cristianismo primitivo. Fueron escritas desde una gran cercanía respecto de la situación de vida de las comunidades cristianas más antiguas. Son como ventanas a través de las cuales puede contemplarse el culto y la vida cotidiana, las profesiones de fe y la caridad, los desafíos sociales y las orientaciones religiosas de los primeros cristianos.
En segundo lugar, estas cartas son testimonios centrales de la teología del cristianismo primitivo. Son un tesoro de testimonios de fe y al mismo tiempo centro del intercambio intelectual. Muestran que la fe da que pensar y se beneficia de la reflexión racional.
Las cartas tienen un contenido más rico y complejo del que a primera vista parece (véase 2 Pe 3,16: «En ellas hay ciertamente algunas cuestiones difíciles de entender»). Pero vale la pena leerlas.
Carta a los romanos
La más extensa e importante de las cartas de Pablo es la que escribió a los cristianos de Roma, capital del Imperio romano. En aquel entonces Roma era la ciudad más grande del mundo. Pablo quiere conquistar a los romanos para que lo apoyen en su viaje misionero a España. Sabe, sin embargo, que hay críticas a su persona y a su empeño por la misión entre los gentiles. Por eso desarrolla una amplia reflexión teológica y presenta en muchas facetas el Evangelio, la Buena Noticia de Dios que salva a todos los que creen (Rom 1,16-17). Uno de los puntos culminantes de la carta son sus afirmaciones sobre el efecto del Espíritu Santo en los fieles.
Primera carta a los corintios
Después de la Carta a los Romanos vienen dos epístolas a los corintios. Esta comunidad estaba atravesando una situación especialmente turbulenta. Había mucha controversia en la Iglesia, pero también con el apóstol. Finalmente, el Evangelio de la paz se impone. La Primera Carta a los Corintios responde a cuestiones provenientes de la Iglesia. Pablo analiza intensamente la vida de la comunidad. Es crítico, pero quiere también ayudar a los cristianos a descubrir sus dones y a aportarlos a la Iglesia.
Segunda carta a los corintios
La Segunda Carta a los Corintios tiene en vista desavenencias entre el apóstol y su comunidad y se alegra de la reconciliación que se ha dado nuevamente.
Carta a los gálatas
La Carta a los Gálatas está dirigida a los cristianos que vivían en la actual Turquía. La palabra «gálatas» proviene de «celtas» o «galos». Eran inmigrantes que se habían instalado en esa región hacía muchísimo tiempo.
Enfrentándose duramente a otros misioneros, Pablo interviene a favor de la libertad de los cristianos. Muestra que es la fe en Jesucristo la que «justifica» al hombre, es decir, la que pone en orden su relación con Dios —por gracia de Dios—. Esa fe es sumamente activa. Y «activa y «actúa por el amor» (Gál 5,6).
Carta a los efesios
La Carta a los Efesios reflexiona sobre el misterio de la Iglesia, en la que se puede experimentar la paz de Dios. Comienza con una alabanza a la gracia de Dios, que ha llevado a los cristianos a la fe en el seno de la Iglesia.
Carta a los filipenses
La Carta a los Filipenses fue escrita por Pablo desde la prisión en la que fue encarcelado tan solo por proclamar el Evangelio. No sabía si recuperaría la libertad o sería condenado a muerte. Él se alegra del fuerte apoyo que le da la comunidad de Filipos y con su carta quiere agradecerle su ayuda. Pero también quiere compartir su propia fe con los filipenses y advertirles de que no caigan en un camino equivocado. A pesar de que Pablo mira a la muerte a los ojos, ve motivos para una profunda alegría, puesto que sabe que Jesucristo está a su lado.
Carta a los colosenses
La Carta a los Colosenses critica una «filosofía» esotérica que da a entender que la fe en Cristo debe ser complementada por prácticas especiales de penitencia y culto a los ángeles. Para rebatirlo, la epístola destaca la convicción de que Dios, a través de Jesucristo, ha hecho todo, y más que suficiente, por la salvación de los hombres. La carta alienta a vivir la fe en Dios en medio del mundo, que no es una cárcel, sino un regalo de Dios que debe ser asumido en la fe y transmitido en el amor.
Primera carta a los tesalonicenses
Leemos ahora dos cartas a los tesalonicenses. Ambas se ocupan intensamente de preguntas sobre el futuro: ¿Cuánto tiempo tienen los hombres para el futuro? ¿Cómo puede aprovecharse de la mejor manera el tiempo?
La Primera Carta a los Tesalonicenses, que muchos consideran como el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, es una expresión de la alegría de que la comunidad, fuertemente perseguida, resista la presión y se haya desarrollado positivamente. Pablo plasma en esta carta la gran tríada de la vida cristiana: fe, amor y esperanza (1 Tes 1,3; 5,8). La fe se encuentra al comienzo, pues primero tiene que anunciarse y aceptarse la palabra de Dios. Después está el amor, porque la existencia cristiana se desarrolla en medio de la vida. Y al final está la esperanza: cuando Dios viene, todo resulta todavía mejor.
Segunda carta a los tesalonicenses
La Segunda Carta a los Tesalonicenses encara el problema de que la segunda venida de Jesucristo, que muchos fieles habían esperado para el futuro inmediato, no se ha producido todavía.
Primera carta a Timoteo
En el Nuevo Testamento siguen ahora tres «cartas pastorales» a Timoteo y a Tito. Estas cartas se centran en la gran tarea de dotar a la Iglesia del ministerio del obispo, de los ancianos (presbíteros) y de los diáconos para el tiempo posterior a la muerte del apóstol.
La Primera Carta a Timoteo está dirigida al mejor alumno del apóstol Pablo. Timoteo es todavía joven, pero ya tiene una tarea muy importante para la Iglesia. Tiene que cuidar de que la «sana» doctrina no enferme. Pablo quiere brindarle su respaldo. Timoteo debe tomarlo como modelo. Tiene que ser creíble. Por eso tiene que saber lo que cree, lo que vive y lo que enseña.
Segunda carta a Timoteo
La Segunda Carta a Timoteo tiene un clima de despedida. Pablo presiente que morirá. Indica a Timoteo que trabaje para que la Iglesia pueda seguir adelante. Pablo morirá, pero Jesucristo vive y la doctrina del apóstol sigue teniendo actualidad.
Carta a Tito
La Carta a Tito, dirigida a otro de los mejores alumnos del apóstol Pablo, alienta a anunciar una fe no enferma, sino sana, porque apuesta por Dios.
Carta a Filemón
Al final de las epístolas de Pablo se encuentra la breve misiva dirigida a Filemón, en la que Pablo aboga por la liberación de un esclavo que ha acudido a él pidiendo su ayuda. Probablemente, Pablo escribió esta carta durante su estancia en prisión: estaba preso por la fe.
Carta a los hebreos
La Carta a los Hebreos desempeña un papel especial. Se la encuentra por regla general al final de las epístolas de Pablo, porque tiene un parentesco estilístico y teológico con ellas. Pero no indica ningún remitente, no ha sido escrita por el mismo Pablo sino por un autor desconocido, que igualmente era un gran teólogo. La carta es un sermón escrito sobre Jesús, que, al haber hecho la ofrenda de su propia vida, reconcilia de una vez para siempre a los hombres con Dios. Ser sacerdote significa ser mediador entre Dios y los hombres. Jesús es la palabra de Dios en medio de los hombres y es el «que inició y completa nuestra fe» (Heb 12,2) que saca de este mundo a todos los que lo siguen y los lleva a Dios, al santuario del cielo.
Cartas católicas
Las cartas «católicas» no están dirigidas, por regla general, a una comunidad individual, sino a regiones mayores. «Católico» significa «universal», que tiene que ver con el todo. Las cartas que vienen después de las de Pablo son «católicas» porque se dirigen a toda la Iglesia. Ellas mantienen en unidad a creyentes cristianos de muy diversas lenguas y naciones. Y además, muestran qué profunda es la unión de los cristianos con Cristo y en qué gran medida son, por eso mismo, una sola cosa.
Los nombres de los autores –Santiago, Pedro, Juan y Judas– son bien conocidos a partir de la historia de Jesús y de la primera comunidad cristiana. Los primeros tres son los apóstoles que, según la Carta a los Gálatas, reconocieron en el concilio de los apóstoles a Pablo como uno de los suyos. Pablo los llama «columnas» de la Iglesia (Gál 2,9). A ellos se agrega Judas, un hermano de Santiago.
Las «cartas católicas» siguen siendo de gran actualidad hasta el día de hoy. Explican que solo existe una única Iglesia porque solo existe un único Dios. Cualquier cristiano del mundo está bautizado, lleva el nombre del único «Cristo», Jesús de Nazaret, y está llamado vivir esa fe. Al igual que las cartas de Pablo, las cartas católicas sirven de brújula: el camino ha de andarlo cada cual para sí, pero un empujón al comienzo ayuda a orientarse.
Carta de Santiago
La Carta de Santiago es una advertencia crítica a los primeros cristianos. Está escrita con el estilo de los profetas del Antiguo Testamento. Renueva la crítica de estos a la injusticia social: los ricos tienen que defender a los pobres, pues, de otro modo, su fe es una profesión de boca para afuera.
Primera carta de Pedro
La Primera Carta de Pedro está dirigida a cristianos que viven como «extranjeros», en la «dispersión», en la «diáspora»: son una pequeña minoría que se ve desfavorecida a causa de su fe. Pero los fieles no deben perder el ánimo y ver también en su sufrimiento una oportunidad para descubrir su fe y dar testimonio de ella. Están llamados a dar públicamente «explicación de su esperanza» (1 Pe 3,15). El mayor poder de convencimiento lo tiene el estilo de vida cristiano: no hacer locuras, no aislarse del mundo, no adaptarse lisa y llanamente a lo que dicen los demás, sino concentrarse en los propios puntos fuertes, es decir, en Jesucristo.
Segunda carta de Pedro
La Segunda Carta de Pedro elabora el problema de que el tiempo de espera de la segunda venida del Cristo se alarga mucho más de lo que pensaban y responde haciendo referencia a la medida que Dios tiene del tiempo, que trasciende todas las representaciones terrenas.
Cartas de Juan
Las tres cartas según san Juan están estrechamente emparentadas con el Evangelio de Juan. Una especial afinidad tienen estas cartas con los discursos de despedida pronunciados por Jesús a sus discípulos en el cenáculo (Jn 14-16) después del lavatorio de los pies (Jn 13), así como con la oración sacerdotal (Jn 17). Las cartas y el Evangelio tienen en común la reflexión sobre el amor de Dios, que ha mostrado su rostro humano en Jesucristo. Jesús es un hombre de carne y hueso, y como tal, es el Hijo de Dios: Palabra de Dios que se hizo carne (Jn 1,14). Muy pronto se procedió a separar ambos aspectos, pero las epístolas de Juan los mantienen unidos. En ellas se aprecia el peligro de una división en la comunidad por diferencias en la fe, y por eso ensalzan el amor: un amor proveniente de Dios que ha de determinar hasta lo más profundo la vida de los que creen.
Primera carta de Juan
La Primera Carta de Juan es una gran meditación teológica sobre el amor de Dios, que se ha hecho hombre en Jesucristo. Guarda una estrecha relación con el Evangelio de Juan. «Dios es amor»: con tal concisión y claridad es capaz de sintetizar en su núcleo toda la teología bíblica (1 Jn 4,8-16).
Segunda carta de Juan
La Segunda Carta de Juan es un escrito breve con una advertencia sobre falsas doctrinas que no toman en serio el Evangelio del amor de Dios.
Tercera carta de Juan
La Tercera Carta de Juan toma partido en los conflictos internos de la Iglesia a favor de la teología del Evangelio según san Juan.
Carta de Judas
La Carta de Judas es un áspero ajuste de cuentas con los falsos maestros. La carta presupone como conocidos los errores sostenidos en concreto por los adversarios. Por ese motivo no pueden reconocerse ya con claridad. Probablemente se trataba de cuestiones fundamentales acerca del modo en que podía vivirse la fe en el mundo.
La carta no fue escrita, claro está, por Judas Iscariote, el que entregó a Jesús. El Judas de esta carta es «hermano de Santiago», o sea, también un pariente de Jesús
El apocalípsis de Juan
El último libro de la Biblia fue escrito por un profeta cristiano. Juan recibe en Patmos una visión y la consigna por escrito. Fue perseguido por su fe, probablemente durante los años del emperador Domiciano (81-96 d. C.).
El libro es tan fascinante como controvertido. Se ha utilizado a menudo para calcular la fecha del fin del mundo, si bien esto es aprovecharse mal de él. En realidad, Juan arroja su mirada hacia el abismo del sufrimiento humano, si bien al mismo tiempo alza la vista hacia lo alto de la gloria del cielo. Ambas cosas están unidas por Jesucristo. Él vino del cielo para hacer realidad el reino de Dios. Mediante él, el mundo no se convertirá en un mar de violencia, sino que será transformado en el mundo de Dios.
YouCat Biblia