Al amanecer de la esperanza, vengo a pedirte, Señor, la paz que restaura los corazones afligidos. Deseo la paz, que cura las heridas y tranquiliza las emociones agitadas de las palabras dichas.
Cúbreme con el manto de la serenidad,
ilumíname con la luz de la bondad
y calma mis tempestades interiores.
Enséñame, Señor,
la lección de las flores que, silenciosamente,
afloran difundiendo la belleza de la vida
y el perfume suave de la delicadeza
sin pedir nada a cambio.
Que mi vida irradie la paz de las mañanas
y el cálido final de las tardes serenas.
Que mi silencio no sea solo la ausencia de palabras,
sino una ofrenda de amor a ti.
¡Habla, Señor, a través de mis ojos!
Que estos puedan ver más allá de las apariencias,
y que mis pensamientos de condena
se conviertan en plegaria por la conversión
de aquellos que en lugar de robarme la paz,
se robaron así mismos el don del amor.
Que los vientos contrarios de la maldad ajena,
no ofusquen la belleza de la caridad;
que las espinas del juicio,
sean maestras para aquellos que aún necesitan
aprender la gracias de dejarse florecer con bondad.
En tus manos pongo mi esperanza
de ser para todos lo que tú eres para mí:
fuente inagotable de misericordia
en la cual, ahora, limpio con tu amor
mi alma afligida y cansada.
Amén.
Por P. Flávio Sobreiro, Canção Nova