Que los sacerdotes sean alegres y miren con ojos de hombre y con los ojos de Dios, como hizo San Juan Bosco. Lo subraya el Papa Francisco en la Misa en la Casa Santa Marta para exhortar a los sacerdotes a hacer lo mismo que Don Bosco, que miraba la realidad con el corazón de un padre y de un maestro. Una mirada que le mostró el camino: vio a esos pobres jóvenes en la calle y se conmovió y entonces pensó en formas para hacerlos madurar. Caminó y lloró con ellos.

Mirar con ojos de hombre y de Dios

Francisco recuerda que el día de su ordenación, la madre, una humilde campesina, “que no había estudiado en la facultad de teología”, le dijo: “Hoy comenzarás a sufrir”. Quería subrayar una realidad, pero también llamar la atención, porque si el hijo se hubiera dado cuenta de que no había sufrimiento, significaba que algo no estaba bien. “Es una profecía de una madre”, una mujer sencilla con un corazón lleno de espíritu. Para un sacerdote, por tanto, el sufrimiento es un signo de que las cosas están bien, pero no para que “haga el faquir”, sino por lo que hizo Don Bosco, que tuvo el valor de mirar la realidad con los ojos de un hombre y con los ojos de Dios. “Él -dice el Papa Francisco- vio en esa época masónica, anticlerical”, de “una aristocracia cerrada, donde los pobres eran realmente los pobres, la brecha, vio a esos jóvenes en las calles y dijo: ‘No puede ser’.

“Miró con ojos de hombre, un hombre que también es hermano y padre, y dijo: “¡Pero no, esto no puede ser así! Estos jóvenes quizás acaben con Don Cafasso, en la horca… no, no puede ser así”, y se conmovió como hombre y como hombre empezó a pensar en caminos para hacer crecer a los jóvenes, para hacer madurar a los jóvenes. Caminos humanos. Y entonces, tuvo el valor de mirar con los ojos de Dios e ir ante Dios y decirle: “Pero, déjame ver esto… esto es una injusticia… qué se hace ante esto… Tú creaste a esta gente para una plenitud y ellos viven una verdadera tragedia…”. Y así, mirando la realidad con el amor de un padre – padre y maestro, dice la liturgia de hoy- y mirando a Dios con los ojos de un mendigo pidiendo algo de luz, comienza a trabajar”.

Don Giuseppe Cafasso, de hecho, consoló a los prisioneros en el ochocientos en Turín y a menudo seguía a los condenados a muerte a al patíbulo. Fue un gran amigo de San Juan Bosco.

Un sacerdote disponible

Por tanto, el sacerdote –afirma el Papa- debe tener “estas dos polaridades”: “mirar la realidad con los ojos de hombre” y con “los ojos de Dios”. Y eso significa pasar mucho tiempo frente al tabernáculo.

“El mirar así le hizo ver el camino, porque él no fue con el Catecismo y el Crucifijo solamente, “hagan esto…” Los jóvenes le habrían dicho: “Buenas noches, nos vemos mañana”. No, no: se acercó a ellos, con la  vivacidad que los caracteriza. Los hizo jugar, en grupos, como hermanos…. fue, anduvo con ellos, sintió con ellos, vio con ellos, lloró con ellos y los llevó adelante, así. El sacerdote que mira humanamente a la gente, que siempre está disponible”.

Sacerdotes no son funcionarios

El Papa subraya entonces que los sacerdotes no deben ser funcionarios o empleados que reciben, por ejemplo, “de las 15 a las 17.30”.“Tenemos tantos funcionarios, buenos – prosigue – que hacen su trabajo, como lo deben hacer los funcionarios. Pero el sacerdote no es un funcionario, no puede serlo”. Por tanto, el Papa exhorta a mirar con ojos de hombre y – promete – “llegará a ti aquel sentimiento, aquella sabiduría de entender que son tus hijos, tus hermanos. Y además, tener el valor de ir a luchar, allí: el sacerdote es uno que lucha con Dios”.

El Papa sabe que “siempre existe el riesgo de mirar demasiado lo humano y nada lo divino, o demasiado lo divino y nada lo humano” pero “si no arriesgamos, en la vida no haremos nada”, advierte. Un papá, de hecho, se arriesga por el hijo, un hermano se arriesga por un hermano cuando hay amor. Ciertamente esto causa sufrimiento, comienzan las persecuciones, las habladurías: “este sacerdote está allí, en la calle” con estos chicos mal educados que con la pelota “me rompen el vidrio de la ventana”.

Don Bosco, maestro de la alegría

El Papa agradece a Dios por “habernos dado” a San Juan Bosco, que desde niño comenzó a trabajar, sabía que era ganarse el pan cada día y había entendido qué era la piedad, “cuál era la verdadera verdad”. Este hombre – evidencia concluyendo el Pontífice – tuvo de Dios un gran corazón de padre y de maestro:

“¿Y cuál es la señal de que un sacerdote va bien, mirando la realidad con los ojos de hombre y con los ojos de Dios? La alegría. La alegría. Cuando un sacerdote no encuentra alegría adentro, se detenga inmediatamente y se pregunte por qué. Y la alegría de don Bosco es conocida: es el maestro de la alegría. Porque él hacía gozar a los demás y gozaba él mismo. Y sufría el mismo. Pidamos al Señor, por intercesión de don Bosco, hoy, la gracia de que nuestros sacerdotes sean alegres: alegres porque tienen el verdadero sentido de mirar las cosas de la pastoral, el pueblo de Dios con los ojos de hombre y con los ojos de Dios”.