Es cierto; lo está. Hoy se habla de bioética en todas partes y todos los medios de comunicación social se hacen eco de las múltiples cuestiones que atañen a esta nueva ciencia. Pero bioética es un término reciente. Se introduce en la lengua inglesa en el año 1970 y muy pronto pasa a todos los idiomas. Se deriva, en realidad, de dos vocablos griegos: bios (vida) y ethos (del que procede la palabra ética). Su etimología alude, pues, a la moral de la vida.
A primera vista, partiendo de este significado semántico, se podría pensar que se trata de un término preciso, con unos contenidos bien definidos y delimitados; sin embargo, no es así. La palabra vida alcanza un sentido tan amplio que se presta fácilmente a interpretaciones muy diferentes. Así, los médicos ven en la bioética el nuevo rostro de la deontología profesional o de la ética médica; los biólogos, la nueva toma de conciencia social por la vida; los ecólogos, la sensibilidad moral ante las agresiones del medio ambiente.
A lo largo de estos últimos 40 años, la bioética ha desarrollado un amplio cuerpo doctrinal y se ha convertido en una de las ramas más desarrolladas de la ética. Supone, realmente, una reflexión moral renovada ante los nuevos y arduos problemas que plantean los progresos de la biología. No es posible responder a ellos desde los planteamientos y categorías de los siglos pasados, porque dichos planteamientos se sitúan en el horizonte valorativo de situaciones y problemas muy diferentes de los actuales.
Si hoy se habla tanto de bioética y preocupan tantos acuciantes problemas en torno a la vida humana es, ante todo, porque el progreso en el campo de la biología y de la medicina está siendo espectacular. Se habla incluso de una verdadera «revolución biológica». Ciertamente, muchos de los descubrimientos científicos de los últimos 50 años suceden en las áreas de las ciencias biomédicas. Si el camino recorrido en el pasado fue ordinariamente lento y penoso, los cambios producidos en las últimas décadas han sido vertiginosos.
Hacia el siglo v antes de Cristo, Hipócrates enseña que no existen enfermedades sagradas e inicia los primeros tratamientos científicos. Pero, en realidad, sólo a partir del siglo XVII se impone en la medicina el método experimental, valorando los síntomas y preocupándose por llegar a los instrumentos adecuados para su observación. Se llega así al estetoscopio (1816), al termómetro (1845), las endoscopias, los rayos X (1885)…; y ya en el siglo pasado, a los registros eléctricos (electrocardiogramas, electroencefalogramas), al cateterismo, la ecografía, el escáner, etc. Los médicos hipocráticos vivieron con vencidos de que muchas enfermedades eran incurables. Actualmente reina la confianza de que lo que no es posible de curar todavía hoy, lo será mañana.
Los avances en relación a la vida humana están siendo cada vez más sorprendentes: posibilidades de contracepción, esterilización, nuevas técnicas de reproducción (inseminación, fecundación artificial), diagnosis prenatal, congelación, almacenamiento, experimentación embrionaria, trasplantes, reanimación, donación, etc. Precisamente todos estos logros científicos hacen surgir nuevos problemas y emerger nuevos valores. Pensemos, por ejemplo, en el logro de la drástica reducción de la mortalidad infantil: supone no sólo el crecimiento rápido de la población, sino también los consiguientes problemas demográficos. O pensemos en la prolongación de la vida humana: quienes en el pasado habrían fallecido debido a una herencia genética pobre, hoy pueden sobrevivir y engendrar, por tanto, una descendencia con la misma herencia defectuosa, que pondrá nuevos problemas a la medicina. Se trata siempre de verdaderos problemas sociales, a los cuales no puede responder únicamente la ciencia médica. Es necesario el diálogo con otras ciencias y es necesaria también la relación a la ética.
Todo esto explica por qué la bioética está de moda y se habla tanto de las cuestiones que implica. Se trata, realmente, de cuestiones nuevas y apasionantes. Surgen de los grandes descubrimientos biológicos y de los avances médicos. Plantean nuevos interrogantes jurídicos y sociales y, con frecuencia, alcanzan también una dimensión política. Por ello, por encima de modas y debates más o menos superficiales, es necesaria una reflexión interdisciplinar de todas estas nuevas cuestiones planteadas. A ello tiende la bioética, que es precisamente «el estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto que dicha conducta es examinada a la luz de los valores y de los principios morales».