Las últimas palabras de un hombre de todo hombre son un resumen de su vida.
Lo podemos ver, quizá, en la historia de aquellos grandes hombres de la humanidad o los que se consideran grandes hombres, como por ejemplo, Goethe el poeta alemán, a la hora de su muerte, como poeta dijo: “Luz, más luz”. Demóstenes, murió diciendo “bajad el telón, la comedia ha terminado”. El emperador Augusto, aquel a quien todos los hombres de su tiempo admiraban, con palabras similares murió diciendo: “Se acabó el espectáculo”, el escritor ruso Nikolái Gógol dijo: “Pronto, una escalera”, quién sabe si la quería para ir al cielo, quién sabe si la consiguió, pero en fin, todas las palabras son resumen de la vida de un hombre y más lo son, de aquel que es la palabra.
Diría que todo cristiano debe reflexionar en esas siete palabras de Jesús, las últimas siete palabras de Jesús, que son un resumen de su vida y de su Evangelio.
San Pedro había dicho cierta vez, Señor, solo tú tienes palabras de vida eterna, pues si esto es verdad, de todo lo que dijo Jesús, más lo es, de las últimas palabras de Jesús, palabras de vida eterna que son resumen de su vida y por tanto del Evangelio.
Se impone pues a todo cristiano, a todo buen cristiano, el reflexionar detenidamente en este testamento que Jesús nos dejó en sus siete palabras.
Isaías nos describe la pasión del siervo de Yahvé, con estas palabras: fue oprimido y él no abrió la boca, como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, está muda y no abrió su boca.
Quien puede quedarse callado cuando sufre y más aún, cuando con injusticia se le condena a muerte, pero él, dice la escritura, no abrió su boca, ofrecía sus espaldas a los que le golpeaban y su rostro a los que le jalaban la barba, no ocultó su rostro ante las injurias y los salivazos, pero él no abrió su boca.
Qué difícil es callar cuando nos insultan justamente, más lo es aún, cuando sufrimos la injusticia, el desprecio, la humillación de los demás, pero él, no abrió su boca.
Dice el Evangelista San Marcos: “Cuando le llevaron a Pilato, los que le habían entregado, le acusaban de muchas cosas, Pilato volvió preguntarle es que no contestas nada, mira, mira de cuántas cosas te acusan, pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido”. Jesús era la palabra, el verbo de Dios, podía haber hablado en ese momento y su discurso hubiera sido el más grande en los anales de la abogacía, pero Jesús prefirió callar, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador y así fue condenado a la muerte de cruz, los tormentos de la cruz será los más horribles e inhumanos, era un tormento reservado a los más perversos criminales, ahí en la cruz a los patibularios, con todos sus miembros clavados les quedaba tan sólo un miembro libre, su lengua, como única arma de venganza y no dejaban de usarla. De la boca de aquellos malditos, salía la tormenta de sus escupitajos, los rayos de sus blasfemias, a tal grado que algún emperador había mandado cortarles la lengua. Nadie pues, esperar a que el condenado se quedara callado y efectivamente Jesús no lo hizo, Jesús abrió su boca y dijo: “Padre, Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Jesús, cuando podía haberse defendido no lo hizo, sino que como cordero llevado al matadero había cerrado sus labios, ahora los habré a causa de sus enemigos, “Padre, perdónalos”, ¿Perdonar, a quién? al soldado que en el juicio de Caifás le dio una bofetada para ganarse la aprobación de su jefe, a Pilato el juez que condenaba a la verdad para conservar su puesto, lo condenó a la cruz para conservar él su silla, perdona a Herodes, el que quería que le hiciera un milagro de esos de circo, como los que vemos en la televisión y porque se negó ello lo vistió de payaso, sí, Cristo pidió perdón por todos, por los que le azotaron, por los que le escupieron, por los que le coronaron de espinas y por todos aquellos, los de la bola, los que en bola gritaron: ¡Crucifícale!, ¡Crucifícale!, los que en bola lo cambiaron por Barrabás, “Padre, Padre, perdónalos”.
Habrá alguien querido hermano, que al escuchar aquella frase admirable, llena de dulzura, de caridad, de inmutable serenidad, “Padre, perdónalos”; habrá alguien que no se apresure a abrazar con toda su alma a sus enemigos, sin embargo, no pocas veces en boca de muchos de nosotros, de muchos que nos llamamos cristianos se suele escuchar, yo no puedo perdonar, tarde o temprano ese me las va a pagar y es porque nunca han escuchado a Jesús decir: “Padre, perdónalos”, ahí está el hijo de Dios, que dice: “Padre, perdónalos”, y yo salido del polvo, no puedo perdonar, ahí está Cristo el Santo Fuerte, el Santo Inmortal, rodeado de la jauría de sus enemigos y dice: “Padre, perdónalos” y yo pecador que tantas y tan gravemente he ofendido a Dios, no puedo perdonar. Jesús clavado en la cruz con sus manos y sus pies traspasado por gruesos y ásperos clavos y fluyendo sangre en abundancia, dice: “Padre, perdónalos“ y yo no puedo perdonar una injuria, un malentendido, un falso, yo que le debo diez mil talentos a Dios, no puedo perdonar unas pocas monedas de desprecio y de injuria. Jesús, que cuando en el juicio de los hombres le condenaban, guardó silencio, ahora que se cierne el juicio de Dios, habla a favor de sus enemigos: “Padre, perdónalos”, quedaba algo más de mansedumbre, de caridad, de amor que pudiera añadirse a esta petición hermano, ¿Quedaba algo más? Sin embargo, se lo añadirá poco interceder por los enemigos, quiso también, escucharlos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, son desde luego grandes pecadores, pero poco perspicaces, inconscientes por tanto “Padre, perdónalos”, porque si lo hubieran sabido como dice la escritura, no hubieran crucificado al Señor de la gloria, por eso “Padre, perdónalos”. Piensan que se trata de un prevaricador de la ley, de alguien que se cree presuntuosamente Dios, de un seductor del pueblo, pero la escritura dice yo les había escondido mi rostro y no pudieron conocer mi majestad, por eso: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, condenaba a la muerte, a la vida, abofeteaban a la verdad, coronaban de espinas al rey de cielos y tierra, clavaron los pies del que pisando hacía la tierra santa, clavaron las manos que solo se levantaron para imponerlas a los niños, curar a los leprosos y bendecir el pan, condenaron al inocente y soltaron al criminal, crucificaron al hijo de Dios, pero no lo sabían, no es la sabiduría la que salva hermanos, sino la ignorancia, no hay redención para los ángeles caídos porque Dios dijo: “Adorele los ángeles del cielo” y ellos dijeron: “Non servíum”, ellos sí sabían lo que hacían, por eso para ellos no hubo salvación, no es la sabiduría la que salva, sino la ignorancia.
Ahora bien, mi querido hermano, si tú sabes que Cristo es el que están la cruz, no lo ofrendas con tus pecados, porque tú si sabes lo que haces, tu si sabes que debes perdonar de corazón a tu hermano, porque tú sabes que de no hacerlo Dios no te perdonará, tu si sabes que en la Santa Misa, Cristo muere en la cruz por ti y es manantial de santidad y pureza, no dejes ir a misa porque tú si sabes lo que haces, si sabes que no yendo a misa te niegas a dar testimonio de él y tú sabes que Cristo dijo: “El que me negaré delante de los hombres, yo lo negaré delante de mi padre que están los cielos”, tú si sabes que Cristo está en la eucaristía, hay algunos que no lo saben pero tu si lo sabes, no dejes de acercarte a recibirlo con frecuencia porque tu si sabes que él es el pan de vida, porque tú sí sabes que él dijo: “Quién come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día“ y porque tu si sabes que Cristo dijo: “Si no comes la carne del hijo del hombre y no bebe y su sangre no tendréis vida en vosotros”, porque lo sabes no dejes de acercarte a la Eucaristía, hay muchos que no saben que Cristo funda una única iglesia, pero tu si lo sabes y sabes que esa iglesia, Dios le dio el mandato de predicar todo a todos hasta el final de los tiempos y sabes que Cristo dijo: “El que creyera y se bautizar se salvará, el que no creyera se condenará”, tu si lo sabes y por tanto tienes obligación de buscar la verdad, y una vez encontrada abrazarla y perseverar en ella, porque tu si sabes.
Te voy a contar una historia querido hermano, cierta vez un hijo de Santo Domingo fue a predicar una misión popular a un pueblo, aquel predicador conmovía los corazones con sus palabras que a veces parecían blancas palomas que se elevaban al cielo y a veces parecían rayos que retumbaban las paredes del viejo templo, hubo muchas conversiones, más aun todos se convirtieron, todos excepto uno, el herrero. Su mujer había intentado persuadir a su marido de ir a la iglesia, pero él se había negado diciendo: mujer yo no necesito de esas cosas, yo no voy, vete tú esa es cosa de mujeres. La mujer acudió con el predicador a contarles su gran pena, el predicador que además de buen predicador, era santo le dijo mujer: “Tu nada más reza”, la mujer le objeto: ¡Es un hombre de corazón duro, no le va a querer escuchar!
Esa misma tarde el predicador fue con el herrero y le dijo: ¡Oye!, yo sé que tú eres muy buen herrero, claro que sí padre, a sus órdenes aquí yo hago carretas y las mejores cerraduras del pueblo, que se le ofrece, mira quiero que vengas a la iglesia y me hagas un trabajo, mire padre, mientras no se trate de rezar, lo que usted diga. El padre lo llevo al desván de la iglesia donde había en un rincón un enorme Cristo de tamaño natural desprendido de la cruz y le dijo al herrero sería usted tan amable de volver a clavar esta imagen en su cruz, como usted ve es una imagen muy bien tallada y por tanto se necesita a alguien con habilidad como usted, para volverla a clavar, la necesito cuanto antes, para mañana para la celebración.
¡Como no, padrecito!, el mejor herrero del pueblo, lo va a ser, un trabajo perfecto. Aquel hombre que había hecho cientos de ruedas de carretas, rejas para canceles, le pareció muy fácil el trabajo, se llevó el Cristo y la cruz a su taller, tomó el crucifijo, lo apoyó sobre el yunque, colocó el clavo y levantó entonces el martillo y ¡Chaz!, en aquel momento se oyó a lo lejos el toque de la campana de la iglesia y sintió como si el clavo se le hubiera clavado en el corazón, pensó que era su imaginación, volví a dar otro golpe más, volvió sonar la campana y un nuevo dolor en el corazón, aquello le llamó la atención, entonces a la luz de la vela empezó ver la cabeza del Cristo coronada de espinas, su mirada baja, el costado abierto derramando sangre, las manos perforadas por los clavos y empezó pensar en la muerte de Cristo por él, en cuanto le había amado, se dio cuenta entonces de que había sido un ignorante del amor que Dios había tenido por él, era un ignorante no sabía lo que había hecho, pero ahora sí lo sabía y por eso al día siguiente fue el primero en llegar a la iglesia y acepto a Cristo en su corazón.
Hermano, tú sí sabes lo que haces, no rechaces a Cristo, no lo dejes solo acompáñalo y date cuenta de cuánto te amo a ti, por eso San Pablo decía: “Me amó y se entrego por mí”.