Ante la cada vez mayor de demanda de trasplantes, la Iglesia Católica ya se ha pronunciado sobre los criterios morales para la donación de órganos.

La doctrina de la Iglesia alienta la generosidad de los donantes dentro de un contexto apropiado, por ello el Catecismo de la Iglesia Católica señala en el número 2296 que “el trasplante de órganos es conforme a la ley moral si los daños y los riesgos físicos y psíquicos que padece el donante son proporcionados al bien que se busca para el destinatario.

La donación de órganos después de la muerte es un acto noble y meritorio, que debe ser alentado como manifestación de solidaridad generosa”.

La donación de órganos, sin embargo, “es moralmente inadmisible si el donante o sus legítimos representantes no han dado su explícito consentimiento. Además, no se puede admitir moralmente la mutilación que deja inválido, o provocar directamente la muerte, aunque se haga para retrasar la muerte de otras personas”, agrega el Catecismo.

San Juan Pablo II también se refirió al tema en su encíclica Evangelium vitae (El Evangelio de la Vida), en la que señala que “merece especial reconocimiento la donación de órganos, realizada según criterios éticamente aceptables, para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas”.

El Pontífice polaco dijo además en el año 2000, a los participantes del congreso internacional de la Sociedad de Trasplantes, que dada la importancia del cuerpo y su valor sagrado, “todo procedimiento encaminado a comercializar órganos humanos o a considerarlos como artículos de intercambio o de venta, resulta moralmente inaceptable, dado que usar el cuerpo ‘como un objeto’ es violar la dignidad de la persona humana”.

El Papa Benedicto XVI también se refirió al tema en noviembre de 2008, durante un congreso internacional sobre la donación de órganos organizado por la Pontificia Academia para la Vida.

“La donación de órganos es una forma peculiar de testimonio de la caridad. En un tiempo como el nuestro, con frecuencia marcado por diferentes formas de egoísmo, es cada vez más urgente comprender cuán determinante es para una correcta concepción de la vida entrar en la lógica de la gratuidad. En efecto, existe una responsabilidad del amor y de la caridad que compromete a hacer de la propia vida un don para los demás, si se quiere verdaderamente la propia realización. Como nos enseñó el Señor Jesús, sólo quien da su vida podrá salvarla”, afirmó Benedicto XVI en aquella oportunidad.

El ahora Papa Emérito dijo además que “por lo que se refiere a la técnica del trasplante de órganos, esto significa que solo se puede donar si no se pone en serio peligro la propia salud y la propia identidad, y siempre por un motivo moralmente válido y proporcionado”.

Como San Juan Pablo II, también alertó del peligro del tráfico de órganos: “Eventuales lógicas de compraventa de órganos, así como la adopción de criterios discriminatorios o utilitaristas, desentonarían hasta tal punto con el significado mismo de la donación que por sí mismos se pondrían fuera de juego, calificándose como actos moralmente ilícitos”, precisó.