La Lectio Divina es, junto con la liturgia (Misa, Oración de las Horas) y el estudio, una de las formas de saborear y nutrirse de la Palabra de Dios. 

“El Evangelio es el cuerpo de Cristo”, escribió el gran biblista san Jerónimo (345-420).

“Comemos la carne y bebemos la sangre de Cristo en el misterio de la Eucaristía, pero también en la lectura de las Escrituras”. 

En este sentido, san Juan Pablo II decía que “la primacía de la santidad y de la oración sólo es concebible a partir de una renovada escucha de la Palabra de Dios”. 

“Es necesario que esta escucha se convierta en un encuentro vital que nos permita extraer del texto bíblico la palabra viva que desafía, guía y configura la existencia”, añadía.

El objetivo de la Lectio Divina no es, por lo tanto, hacer a alguien erudito, sino intensificar su comunión con Dios, a quien conocemos cada vez mejor gracias al contacto personal que tenemos con Él a través las Escrituras, donde se entrega. 

La Lectio Divina no es una mera lectura, pero sí que pasa por la lectura. No es un estudio, excesivamente intelectual, pero hace uso de la inteligencia. 

Requiere fe, para que se pueda establecer un diálogo entre Dios y el hombre, porque es a Él a quien nos dirigimos cuando oramos.

¿Por dónde empezar?

Si eres un principiante, deberías empezar por leer el Nuevo Testamento, sobre todo los Evangelios. Se puede escoger un pasaje del Evangelio de la Misa del día o del domingo que viene, o leer un libro continuamente. 

Cuando se tiene más experiencia, se puede hacer una lectura transversal eligiendo un tema. Por ejemplo, buscar lo que Jesús dice sobre el bautismo u observarlo durante las comidas con sus discípulos. Entonces es posible comparar y contrastar los diferentes pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento.

Puede ser útil utilizar la misma Biblia una y otra vez, para “circular en ella” con creciente familiaridad. Se pueden usar marcas para anotar los pasajes favoritos a los que será un placer volver en los días de sequía.

Finalmente, antes de comenzar, es bueno recordar que la Lectio Divina es personal, pero no individual; se hace en la Iglesia, bañada en la Tradición.

¿Cómo practicar la Lectio Divina?

A pesar de las diferentes prácticas, el procedimiento sigue siendo el mismo. Guigues II el Angélico lo resume así: 

“Busca leyendo y encontrarás mientras meditas; llama mientras oras y se te abrirá en la contemplación“.

Sigue cuatro etapas sucesivas, como los peldaños de una escalera por la que el hombre sube y baja entre la tierra y el cielo: leer, meditar, orar, contemplar. Inspirémonos de esto.

1. Invocar el Espíritu Santo

Jesús nos prometió que el Espíritu Santo nos recordaría todas las cosas. Nuestra cooperación es nuestro esfuerzo por leer, pero es el Espíritu Santo quien hace de la Escritura una palabra viva. Podemos rezarle así: “¡Ven Espíritu Santo, Padre de los pobres, abre e ilumina mi corazón y mi mente!” “Abrir la Escritura y leerla, según san Jerónimo, es desplegar las velas del Espíritu Santo, sin saber en qué orilla vamos a desembarcar. “

2. Leer sin prisa

Leemos el texto elegido como si fuera la primera vez, de manera sencilla y humilde, sin tener en cuenta todo lo que podamos saber sobre él, todo lo que podamos haber leído o escuchado sobre él como comentario. Si esto no es posible, el pasaje elegido puede ser leído en voz alta o copiado lentamente.

3. Centrarse en el contexto

¿Qué pasó justo antes de eso? ¿Dónde tiene lugar la escena? ¿Está Jesús solo con una persona o está con sus discípulos o con una multitud? 

¿A qué hora del día tiene lugar esto? ¿En qué época del año? ¿Durante una fiesta litúrgica? Si es así, ¿cuál? ¿Cuál es su significado para Israel?

También debemos interesarnos por la realidad del contexto, los objetos de la escena, etc. 

Por ejemplo: las seis tinajas de las bodas de Caná (Juan 2:1-11) contienen cada una de 80 a 120 litros, ¡no son jarras modestas! 

O, cuando Jesús se encuentra con la mujer samaritana cerca de un pozo (Juan 4:1-42), darse cuenta de que en un país de clima cálido, un pozo es una riqueza, un lugar de encuentro, pero también que cuesta conseguir acceso al agua, etc.

En fin, no hay que ser demasiado rápido en darle un sentido espiritual al texto y truncar el sentido literal.Por ejemplo, cuando Jesús habla de “manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Juan 4:14). ¿Qué es un manantial de agua? ¿Y el agua viva? ¿El agua es vital? Etcétera.

4. Interesarse por las palabras, los gestos y los silencios

Es necesario estudiar no sólo las palabras, sino también los gestos y los silencios de los personajes, empezando por los de Jesús. ¿A quién se dirige? ¿Cuáles son los sentimientos de los actores? No hay que dudar en dejarse impresionar por las palabras y gestos chocantes o aparentemente contradictorios. 

Ejemplos: “Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra” (Lucas 6:29); o, un pastor dejando 99 ovejas para buscar una (Lucas 15:4-7). Entonces, ¡un pasaje conocido puede convertirse en algo nuevo!

5. Meditar y contemplar como la Virgen María

“María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lucas 2:19). 

Se relee el texto a la luz del Verbo, porque todo lo que Jesús dice y hace es revelación y don de su persona y por tanto del Padre y del Espíritu Santo. Tratamos de contemplar la Trinidad descubierta a través de este texto.

Pero también, reflexionamos sobre lo que este texto ilumina en nosotros, en nuestra vida y en nuestra relación con Dios. ¿Y qué nos dice Dios para hoy? (Y no: ¿qué dice Dios a los hombres en general y en lo absoluto?) Porque 

“Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida” (Lucas 6, 47-48). 

Al frecuentar a Dios en la Escritura, terminamos actuando de acuerdo a su palabra que nos forma.

6. Rezar para finalizar

Dom Chautard llamó a la Lectio el “proveedor de la oración”. Para concluirla, se puede invocar al Espíritu Santo y hacer surgir la oración de adoración, de súplica y de acción de gracias que provoca. 

7. Guardar la Palabra en nuestros corazones

La Lectio Divina nos lleva a recordar a Dios “rumiando” sus palabras con el murmullo del corazón: 

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Juan 14, 23). 

Escribir un pasaje, una palabra que nos ha hablado puede ayudarnos, o aprenderla de memoria, o copiarla, lentamente, o compartir la Palabra con alguien (sin comentarla).

No hay que desanimarse por la aparente sequedad o impotencia de la Lectio, y atreverse a quedarse con una pregunta, con dos palabras contradictorias, con una palabra chocante, y repetirlas una y otra vez en nuestro corazón.

Lo esencial es tomarse un tiempo con Jesús. La oración se alimentará entonces de todas las expectativas que la Palabra de Dios habrá cavado en nosotros.

Por Marie-Christine Lafon