Podrías empezar haciéndote una pregunta: ¿cómo he aprendido a comunicarme? Quizás en tu infancia los adultos referentes para ti te quitaban la palabra o hablaban por ti. Tal vez censurando o negando tu propia expresión.  

En numerosas ocasiones el niño expresa sus emociones y/o necesidades y los padres responde relativizando su dolor o expresando el suyo. Por ejemplo: “Estoy enfadado, dice el niño”. “Pues, te desenfadas, yo también lo estoy, dice la madre”. “Me duele la tripa, dice el niño”. “Eso no es nada, responde el padre”. 

Aunque tus padres, con buena voluntad, intentaban calmarte, es probable que experimentaras que negaban tu propio criterio dictaminando cómo y qué debías sentir. Como consecuencia, puedes experimentar confusión ante determinadas emociones, dudando de tu propia vivencia, negándola, relativizando o proyectando en los demás lo que te pasa. 

Es importante romper con los patrones de conducta insanos y aprender una serie de reglas fundamentales para una sana, fácil y buena comunicación. 

3 actitudes para una buena comunicación

  1. Reconocer lo que depende de ti y lo que no. Tu conducta, palabras, errores, ideas, esfuerzos y acciones sí están bajo tu control. Sin embargo, las acciones, las ideas, los errores, las creencias, los sentimientos y palabras de los demás, están fuera de tu control.   
  2. Hablar en primera persona, expresando y hablando de ti mismo. No cargar a los demás con lo que es responsabilidad de uno mismo facilitará la apertura de la otra persona. 
  3. Estar abierto a la participación y el diálogo, desterrando la necesidad de hacer justicia y de confrontar al otro. 

Estas actitudes harán que puedas coger las riendas de tu vida y no permitir que el otro hable por ti. Te ayudará a comprender que para entenderse no hace falta sentir o ver lo mismo por igual. Y por último, te ayudará a diferenciar lo que vienen del otro y lo que realmente pertenece a ti. 

Por otro lado, una verdadera comunicación pasa por cuatro fases necesarias: expresarse, ver que el otro ha recibido el mensaje, escuchar la expresión de la otra persona y confirmar que le has entendido. Es aparentemente sencillo, pero en ocasiones el mensaje se tergiversa y se termina reaccionando a la interpretación que se hace de lo que ha dicho el otro y no a lo que realmente ha dicho. 

Para finalizar, una última clave para una comunicación eficaz sería preguntarse “¿qué he entendido al recibir el mensaje del otro? Y ¿Qué me resuena dentro?”. Esto hará que no te cargues con responsabilidades que no son tuyas, no te pongas a la defensiva y puedas escuchar al otro, libre de elementos distractores.