No dejarse atrapar por etiquetas, bloques de pensamiento o discusiones emocionales es prueba de un auténtico sentido de la libertad

“No hay que confundir la moda con la verdad… Como en tiempos de Platón y Aristóteles también hoy nos arrastran inundatoriamente el discurso y la propaganda… estamos envueltos en todo el mundo por una nueva oleada sofística”, escribía en 1980 el filósofo español Xavier Zubiri.

Su crítica estaba centrada en el ámbito de la filosofía, donde parecería importar solamente el juego de argumentos y no la verdad. Sin embargo, podemos extender su crítica a la vida en sociedad de nuestros días.

La moda ha llegado también al mundo de las ideas. Día tras día, los temas de turno les pasan por arriba a las ideas. El mundo de las noticias fugaces, que ya no interesan a unas horas de haberse dado a conocer, son sustituidas por otras novedades que son igual de fugaces y pasajeras.

El bombardeo permanente de la publicidad, el enjambre de opiniones efímeras en las redes sociales que dejan poco espacio para pensar en serio, los temas “de agenda” política instalados en los medios de comunicación, junto a la aplastante industria del entretenimiento, han ido arrinconando al pensamiento crítico y reflexivo.

Es más, se le busca anular haciendo creer que somos libres si seguimos la corriente. Hasta la producción académica suele quedar atrapada en los “temas de interés” de quienes los financian. Pensar por cuenta propia es hoy un placer de pocos o un hecho milagroso.

En ambientes juveniles o en grupos de militancia social, puede verse también al individuo sumergido en la masa, actuando de modo estandarizado, donde la supuesta rebeldía o protesta es una forma más de seguir la corriente sin pensar lo que “se piensa”. Aparecen masas de personas que repiten eslóganes y consignas sobre las que poco reflexionan.

El pensamiento en bloque

Un signo preocupante de nuestro tiempo es que quien piensa distinto de lo “común”, de lo que “se debe pensar”, es puesto en ridículo o catalogado como enemigo de la sociedad, del progreso, de la sana doctrina, o un “fundamentalista” porque simplemente discrepa con opiniones sacralizadas por las modas del pensamiento.

Una de las formas más graves de recortar la libertad de pensamiento es cuando en nombre de defender la tolerancia y la libertad, no solo se nos recorta la posibilidad de expresar ideas disonantes con la sinfonía de turno, sino que se nos busca convencer de que nos están ayudando a ser más libres y tolerantes, que así colaboramos en la construcción de un mundo mejor para todos. Lo que en realidad sucede es que vamos perdiendo libertades fundamentales para la convivencia social.

Cualquier opinión es necesariamente ubicada dentro de una etiqueta ideológica por comodidad intelectual. Se fuerza a elegir determinadas posturas y a ubicarse dentro de un bloque de pensamiento y a no salirse de allí, porque sería pasarse a otro bloque opuesto. Se vuelve tan afectiva la adhesión a las ideas, que muchos se sienten obligados a pensar igual que sus amigos y defender en bloque -por pertenencia- cosas con las que interiormente pueda discrepar.

Que alguien tenga el derecho a revisar permanentemente sus propias ideas y a corregirse, es tildado de incoherente o débil, cuando es en realidad alguien más libre y crítico, incluso consigo mismo. Paradójicamente uno es alguien confiable si piensa en bloque “con razón o sin ella”, defendiendo lo indefendible racionalmente. En cambio, quien piensa por sí mismo, cuestionando incluso a su propio grupo, puede ser visto como un traidor o enemigo. Así, quienes se atreven a decir en voz alta lo que piensan libremente, si lo que dicen es disonante con el entorno, quedan solos y a la intemperie.

La censura por hipersensibilidad

Por otra parte, las discusiones se vuelven tan emotivas, que las personas confunden la discrepancia de ideas con enemistad o agresión. El nivel de las discusiones se vuelve una batalla sentimental donde pensar distinto es herir la “subjetividad” del otro.

El emotivismo predominante en cualquier discusión hace que las razones y argumentos sean sofocados y silenciados por el torbellino de sentimientos que eluden la confrontación crítica. La censura disfrazada de tolerancia impone que de ciertos temas no se puede discutir, debido a que alguien podría sentirse ofendido.No son pocos los que intentan ocultar su propia incapacidad para tolerar discrepancias, caricaturizando a los que piensan distinto o estigmatizándolos con una etiqueta de “intolerante” o “fanático”, cuando en realidad el otro solo quiere presentar sus argumentos y entrar en debate. Así se evitan la incomodidad de tener que argumentar racionalmente. Al estigmatizar al otro, lo dejo fuera del debate y puedo imponer una visión única e incuestionable.

Libertad para pensar    

La pasión por la búsqueda de la verdad es siempre un imperativo de humanización, y más en medio del subjetivismo reinante. Y para ello se trata también de ser capaz de sospechar de los propios prejuicios y supuestos, por eso esta búsqueda habrá que realizarla en diálogo con los demás.

No hay que confundir el necesario y legítimo pluralismo, con el relativismo que pone todas las opiniones al mismo nivel. Toda democracia necesita de un mínimo de valores irrenunciables que la sustenten y de una capacidad para el diálogo y el respeto por la dignidad de los otros. De hecho, podemos aprender unos de otros sin miedo a “contaminarse”.

Se puede admirar a personas con las que estamos en desacuerdo, sabiendo distinguir los diferentes aspectos de su vida y pensamiento. Podemos aprender de ellos, aunque no estemos en todo de acuerdo con sus ideas o con su estilo de vida. Cuando se cae en la tentación fundamentalista de cualquier signo ideológico o religioso, parecería que no se puede aceptar nada que venga de alguien con quien se discrepa en algo.  

Por ejemplo, hay católicos -grupos enteros- que no se permiten leer o escuchar a alguien porque es ateo o porque ha tenido expresiones no aceptables para la Iglesia; como también hay ateos que manifiestan desprecio por un historiador, filósofo o científico, por el solo hecho de que manifiesta públicamente su fe religiosa. ¿Por qué voy a opinar que alguien es mal escritor o un pésimo filósofo solamente porque dice cosas contrarias a las que pienso? ¿O acaso la calidad artística de un pintor depende de la opción política o de su fe religiosa?

La libertad para pensar requiere el coraje de no dejarse atrapar por etiquetas, bloques de pensamiento o discusiones emocionales. Tener amigos que piensan distinto nos ayuda a pensar, a revisar nuestras ideas, a crecer, a expandir nuestro horizonte y a saber convivir con la diferencia.