
EL PADRE DE LA PROVIDENCIA
Hay muchos santos de devoción popular, que en sus fiestas reciben la veneración de miles de fieles, capaces de soportar interminables colas para besar sus imágenes. Seguramente muy pocos de esos devotos sepan detalles de la vida del santo, pero todos los que hacen la cola esperan recibir ayuda en sus necesidades. Pese a los pronósticos de algunos sociólogos, estas devociones no languidecen con el paso del tiempo. Antes bien, en épocas de crisis económicas y sociales, el culto a estos santos suele incrementarse, contra toda consideración de mito o fetiche.
Unos de esos santos populares es san Cayetano, fundador en el siglo XVI de los canónigos regulares o teatinos, y conocido como Padre de la Providencia. En algunas tradiciones el santo es dispensador del pan de los pobres, un símbolo de la solicitud por sus necesidades, incluyendo las del cuerpo y del alma, tal y como demostrara en su labor asistencial en Roma, Venecia y Nápoles, las ciudades en que transcurrió su vida. Pero el pan material era para san Cayetano una figura del pan celestial, y abogaba por la comunión frecuente de los fieles, algo totalmente inusitado en aquella época y otras posteriores. A este respecto, decía a sus seguidores: «No dejéis de luchar hasta ver a los cristianos hambrientos correr para nutrirse del Pan Sagrado».
Cayetano fue un destacado estudiante de Leyes en la universidad de Padua y llegó a ser protonotario apostólico en la corte pontificia de Julio II. Podía haber acumulado muchos honores y beneficios en aquella Roma de contrastes entre la riqueza de sus palacios y la miseria de sus suburbios, pero renunció a todo para ser sacerdote y fundar una orden de clérigos que fueran ejemplares y vivieran la pobreza evangélica. En aquel siglo de reformadores abruptos y violentos, Cayetano creía que la mejor reforma era la que empezaba por uno mismo. Con todo, en Roma pasó por uno de los peores momentos de su vida, cuando él y sus compañeros de la orden fueron maltratados y escarnecidos por los soldados alemanes del emperador Carlos V en el saqueo de la Ciudad Eterna en 1527. Fueron retenidos y se pidió un rescate por ellos, pero finalmente uno de sus captores los dejó huir al considerarlos demasiado pobres para que alguien pudiera interesarse.
En los años siguientes Cayetano desarrolló sus labores caritativas y apostólicas en Nápoles, con la asistencia en hospitales, la creación de un banco popular para realizar préstamos sin intereses y un hogar para prostitutas arrepentidas. En todo momento, el santo fue apreciado como un artesano de la paz entre bandos enfrentados. Lo había hecho en tiempos de Julio II con una labor mediadora con la república de Venecia y quiso hacerlo entre el pueblo de Nápoles y el virrey español con motivo de una revuelta en 1547. No alcanzó a ver el fruto de su gestión al fallecer el 7 de agosto de aquel año. Pese a todo, los napolitanos estaban convencidos de que la pacificación de la ciudad se debía a su intercesión. Otro motivo más para aumentar su fama de santidad.
Probablemente el lugar del mundo en que la devoción a san Cayetano arrastra a más multitudes sea el santuario erigido en su honor en la barriada bonaerense de Liniers. Cada mes de agosto muchos devotos hacen grandes colas para besar al santo con el Niño Jesús en brazos. El origen del santuario se remonta a finales del siglo XIX con la creación de un convento de las hermanas del Divino Redentor, una escuela de niñas y una capilla, si bien esta última fue sustituida por el templo actual en 1913. Con los años san Cayetano se ha convertido en un santo porteño, y experimentó un fuerte crecimiento de su devoción a partir de la gran crisis económica de los años treinta del siglo pasado. La inestabilidad política, económica y social que afectó durante décadas a la nación argentina ha contribuido a traer ingentes masas de peregrinos al santuario de San Cayetano de Liniers. Es un ejemplo de que todas las crisis no escapan a un trasfondo religioso. En los años en que el papa Francisco fue arzobispo de Buenos Aires, nunca faltó a su cita con los fieles en esta centenaria parroquia. En sus homilías en el santuario no hay referencias a la vida terrena del santo, pero está muy presente su labor como intercesor ante la Providencia divina. Por ejemplo, monseñor Bergoglio solicitaba al santo el 7 de agosto de 2012 que bendijera al pueblo argentino con paz y trabajo. En otra ocasión recordaba cómo san Cayetano lleva al Niño Jesús, y que los fieles son capaces de esperar horas y horas con el fin de contemplar de cerca los dos rostros. Es, sin duda, una expresión de fe popular que predispone a estar más cerca de Dios y sirve para renovar fuerzas y esperanzas. Es una devoción con una grandeza cuyos efectos no deben pasar inadvertidos: reúne a los cristianos en casa del Padre común y es una oportunidad de encuentro entre los hermanos, lo que brinda una oportunidad de servicio. La idea de servicio es consustancial al papa Bergoglio, que recomendaba en la festividad de 2006 que los cristianos deberían, por medio del servicio, lavarse los pies unos a otros, aunque lo más habitual fuera lavarse las manos como Poncio Pilatos, ante la situación de los más necesitados. Pilatos no tuvo grandeza y con aquel gesto, señalaba el cardenal, entró en la historia del ridículo.
El afán de servicio, en el que tanto insiste el papa Francisco, siempre estuvo presente en la vida de san Cayetano, que acostumbraba a repetir: «El Amor no debe estar ocioso». Si no está ocioso el Amor con mayúscula, menos deben de estarlo sus seguidores.