¿Vives agobiada? Es normal. Si eres mujer, madre, amiga, hija y trabajas fuera de casa es normal que a veces no sepas por dónde empezar.
¿Qué mujer no se ha sentido nunca culpable por no estar haciendo suficiente? Por no consagrar bastante tiempo a sus hijos o a su esposo, por no estar disponible para echar una mano en la escuela o ir a ver a una amiga enferma, por no administrar impecablemente su casa o su trabajo… ¡la lista podría alargarse hasta el infinito! ¿Cómo ordenar las prioridades?
¿Qué es lo más importante?
“Cuando estoy en la oficina”, suspira Sophie, madre de tres chicos, “me reprocho no estar con mis hijos; y cuando estoy con ellos pienso en todo lo que no he hecho en la oficina”.
Dorothée, con cinco hijos entre 5 y 12 años, lamenta que su maternidad se desarrolla a expensas de su pareja: “Ya casi no tenemos momentos a solas. Cuando mi esposo vuelve por la tarde, estoy tan cansada que solo tengo ganas de una cosa: ¡dormir!”.
Está claro que ninguna mujer puede estar disponible las 24 horas del día y 7 días a la semana.
Además, ¡el Señor no pide tanto! Nunca nos exige cosas imposibles.
Cuando tenemos la impresión de deber realizar mil tareas a la vez, es porque nosotras las añadimos. Además de tenemos que hacer, tendemos a querer hacer más, nuestros propios proyectos.
Queremos hacer demasiado, mientras que el Señor nos pide solamente aquello que podamos cumplir apaciblemente cada día.
Para discernir las decisiones que debemos tomar, prestemos atención a Dios, escuchémosle: Él nos habla en el silencio de la oración (cotidiana), en su Palabra (para disfrutar sin moderación) y a través de nuestros hermanos (en particular nuestro esposo).
¿Qué va primero?
El tiempo que pasamos con nuestro cónyuge no es tiempo robado a nuestros hijos, más bien al contrario, ya que ellos son los primeros beneficiados. Ellos son los que más necesitan unos padres que se aman.
Sin embargo, el amor no se da de una sola vez, el día de la boda, como una casa preciosa entregada llave en mano. Nos casamos para amarnos: ¡está todo por hacer!
Construir el amor, día tras día, requiere tiempo y disponibilidad.
Para empezar, es esencial que unas reglas simples delimiten claramente el espacio de los padres en la casa:
- Tienen derecho a cenar a solas sin verse interrumpidos cada cinco minutos.
- No se entra en su dormitorio sin llamar antes a la puerta.
- Su cama no es la de los niños…
¿Los niños nos acaparan? Busquemos un medio de respirar, de disfrutar de un tiempo los dos. No siempre es fácil, pero es posible en la inmensa mayoría de los casos. Pero hay que quererlo realmente.
¡Cuántas madres que sueñan con un fin de semana con su esposo encuentran mil pretextos para no llegar a realizar esta idea! No hay suficiente dinero, los niños son demasiados o demasiado pequeños, los abuelos viven demasiado lejos, etc.
Organicémonos con la familia para cuidar de nuestra prole mutuamente. No es necesario irse muy lejos para disfrutar de ese tiempo a solas: incluso quedándose en casa, se puede disfrutar del placer de conversar sin interrupciones, ir a misa a un monasterio cercano, hacer un picnic en el bosque o cenar a la luz de las velas. En resumen: salir de la rutina.
Tener algo que dar
Llevadas por su generosidad, hay demasiadas mujeres que han olvidado cuidar de sí mismas: en cuanto se conceden un tiempecito de “vacaciones” –sin hijos, sin marido–, la culpabilidad viene a torturarlas. ¡Ya basta! Hagamos callar a esa culpabilidad, no para comportarnos con terrible egoísmo, sino para ejercer hacia nosotras mismas la caridad más elemental, que exige que sepamos recargar nuestras pilas.
Cada una es responsable de ver qué es lo que necesita: oración, por supuesto, y un mínimo de silencio y de soledad. Pero también lectura o dibujo, pilates, natación, visitas a museos o paseos por el campo.
Estos ratos de reencuentro con nosotras mismas nos permiten, luego, ser mejores esposas y madres. No olvidemos el consejo de san Bernardo:
Sólo damos aquello que rebosamos: si quieres ser un canal, antes debes ser un embalse”.
Christine Ponsard