Mi profesor de tercero de secundaria me dijo una vez: “La vida es justa, pero es dura”. Siempre me pareció que su declaración era equivocada. ¿Quién diría a un niño de 7 años que muere de hambre “Es justo que las demás personas puedan comer, pero tú no”? No podía entender cómo la vida podía ser justa. Pero lo cierto es que lo es. Todos pasamos por adversidades. Aunque no sean penurias como la hambruna o la parálisis, la mayoría de nosotros atraviesa en algún momento situaciones que nos cambian la vida y, tarde o temprano, todos experimentamos la muerte.

Después de perder a mi madre este pasado abril y mi trabajo la semana después, estoy aprendiendo que la justicia de la vida no me ha ignorado. Aunque veo cómo Cristo está siendo amable conmigo al depositarme en una iglesia que me apoya y me ofrece oportunidades para viajar, todavía debo sobrellevar las pruebas y tribulaciones como el resto del mundo. Y a veces eso es un fastidio. Sin embargo, por comunes que sean las penas de la vida, todos tenemos problemas para encontrar las palabras adecuadas que decir a alguien durante una crisis o un momento duro.

Mientras hacía frente a la muerte de mi madre y recogía los pedazos de un despido, escuché frases aparentemente bienintencionadas que eran formas desconsideradas de decir: “Todo irá bien”. Aunque no soy ninguna experta en duelos ni le deseo a nadie que lo sea, aquí hay tres frases que deberíamos plantearnos evitar cuando las dedicamos a alguien en un momento de pérdida…

“Ya lo superarás”

Es lo peor que he escuchado durante mi tiempo de luto. ¿De verdad podemos superar la pérdida de una madre? O quizás la pregunta es, ¿deberíamos superar una pérdida así? La muerte es inevitable en este mundo, pero ¿justifica eso un sentimiento de menosprecio?

La muerte, incluso cuando es esperada, representa la pérdida de una relación. Esa pérdida te cambia. La muerte de un padre es abrumadoramente permanente. De niños, la mayoría de nosotros habremos escuchado el popular consejo de que “si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada”. Esta frase resume la manera en que deberíamos acercarnos a una persona de duelo. Cuando alguien experimenta la pérdida, duele y queremos ofrecer consuelo, pero a veces el silencio es la mejor respuesta, en especial cuando lo que decimos no transmite el sentimiento que queremos expresar.

“Simplemente reza”

No puedo contar la cantidad de veces que me han recomendado que “solamente” rece. Cada vez que lo escucho, me vienen dos cosas a la mente. Primero, quien me consuela sugiere que, si rezo, al momento todo irá bien. La oración es poderosa. Es el acto más poderoso en el camino del cristiano, pero no siempre es instantánea y requiere perseverancia y paciencia en la espera de una respuesta. A veces nuestras oraciones no encuentran respuesta en este mundo. Aprender a lidiar con esa realidad es algo que los que estamos de luto entendemos demasiado bien. La oración no es una solución rápida a un gran problema, sino la respuesta a todos los problemas y nunca debería ir acompañada de la palabra “simplemente”.

Segundo, cuando la gente dice “solo reza”, me pregunto si han rezado por mí, porque si es “solamente” una oración, ¿cómo de importante puede ser en realidad?

Todo aquel que ha perdido a alguien entiende que las oraciones de los cristianos valen de mucho. El sentimiento más dulce que escuchado de mis compañeros hermanos y hermanas en Cristo cuando encaraba mi proceso de duelo era “Hoy he rezado por ti”. No es una frase manida porque implica que alguien ha suplicado al Padre del universo por mi bien y quizás a través de su oración yo tenga fuerzas para resistir un día difícil. No hay nada como que alguien interceda por ti, porque el meollo de la historia de la Biblia es que Jesús intercede por nosotros ante el Padre. Pero cuando decimos “solo reza”, le restamos importancia de la oración privada y corporal. La oración es la sombra del caminante cristiano y no debería ser algo que “simplemente” hagamos durante un trauma o una dificultad; la oración es valiosa en todas las etapas de nuestras vidas.

“El tiempo lo cura todo”

El problema de esta frase es que no es cierta. Hay muchas personas que perdieron a sus padres hace 10, 20, 30 o muchos más años y que todavía experimentan el dolor que sintieron el día de su fallecimiento. El tiempo no lo cura todo, en especial si la curación no es parte del proceso. Muchos vamos por la vida de un acontecimiento trágico a otro sin consciencia real de la carga emocional, mental y física que acumulamos como resultado. Hace cinco meses que se fue mi madre y algunos días estoy bien y otros días no. Pero solo puedo ser dueña de esos sentimientos cuando me tomo el tiempo para reconocer que los estoy sintiendo.

Aplicar hábitos saludables para soportar el dolor es la única manera efectiva que tenemos de llegar a un lugar de aceptación. Preguntar a una persona de luto cómo está usando su tiempo para lamentar esa pérdida podría ser una forma compasiva de reconocer que el tiempo sí desempeña un papel, al mismo tiempo que sugerimos que el tiempo por sí solo no puede curar heridas profundas.

Entonces, ¿qué deberíamos decir…?

El dolor por la pérdida de una persona es duro y complejo. Si no se maneja con delicadeza y tacto, la muerte puede hacernos pensar que no hay esperanza. Cuando intentemos aliviar a seres queridos que han perdido a alguien, es importante entender que quizás no siempre encontremos las palabras. Y no pasa nada. Nuestro interlocutor no necesita tópicos, ni siquiera si están en las Escrituras. El dolor es un ejemplo perfecto de por qué tenemos dos oídos y únicamente una boca. Es el momento idóneo para escuchar atentamente y practicar empatía desde el corazón, porque a veces las pérdidas en la vida no pueden arreglarse, no podemos superarlas rápidamente o sin dificultades, “solamente” rezar no ayuda y el tiempo no curará todas nuestras heridas. Algunas pérdidas están destinadas a ser nuestra carga y a veces las palabras no sirven. Pero un abrazo y un oído atento pueden ayudar mucho.