Hermanos en Jesucristo: A pocos días de celebrar con gozo el nacimiento del Niño-Dios que viene a salvarnos, digamos llenos de fe: «¡Ven Señor, Jesús! ¡No tardes más!». San Pablo, cuando pide que venga el Señor –Maranatha, en griego–, agrega: «¡Que la gracia del Señor Jesús sea con ustedes!» (1 Cor 16,22.23) y el Apocalipsis se concluye diciendo: «¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. ¡Amén!» (22,20-21).

Los primeros cristianos anhelaban la pronta venida de Jesucristo, precisamente porque la asociaban con la gracia de su salvación que renueva todas las cosas. La venida en gloria de Cristo significará «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1), en la que el Señor mismo «enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21,1.4).

El mismo Jesucristo nos enseñó a pedir: «Venga a nosotros tu Reino» (Mt 6,10).

«En la Oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo. Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo» (Catecismo 2818).

Y como eco de la oración del Padre Nuestro, aclamamos en cada Misa: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!».

Sólo quien es puro y humilde de corazón y vive de la fe y de la esperanza, en un gran amor a Cristo, puede querer de todo corazón que Él venga ya, porque su venida es estar «siempre con el Señor» (1 Tes 4,17). Si cuando Cristo vino la primera vez lo hizo para salvarnos, su segunda venida también será de salvación, llevando a su plenitud la obra iniciada con su nacimiento en Belén y con su muerte y resurrección.

A nosotros, Jesús nos llama felices, porque «muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron» (Lc 10,24). Nosotros tenemos la revelación plena de Cristo y la certeza de su segunda venida. Esto, que muchísima gente –incluidos profetas del Antiguo Testamento– no conocieron, nosotros si lo conocemos. El amor redentor del Corazón de Cristo es el mayor bien que una persona puede recibir.

Mientras esperamos expectantes al Señor, viviendo en fe, esperanza y caridad, en la comunión de la Iglesia, Cuerpo de Cristo en la que Él está presente, vivo y activo, cada uno debe ser fiel a la misión de anunciar el Evangelio para que todo el mundo, en todas sus dimensiones, sea Reino de Cristo.

+ MONS. FRANCISCO JAVIER STEGMEIER