A partir de 1930, prácticamente todas las denominaciones protestantes han empezado a aceptar los métodos anticonceptivos; la Iglesia católica, sin embargo, hasta hoy permanece firme
La anticoncepción no es novedad; la historia nos cuenta sobre los varios métodos anticonceptivos empleados hace miles de años.

Los pueblos antiguos ingerían ciertas sustancias para causar la esterilidad temporal; usaban piezas de lino, lana o cuero animal como “barreras” físicas; fumigaban el útero con veneno para volverlo inhóspito.

Los romanos practicaban la anticoncepción; los primeros cristianos se destacaron de la cultura pagana justamente por oponerse a practicarla [1].

La Sagrada Escritura la condena (cf. Gn 38, 8-10), así como todas las denominaciones cristianas hasta por lo menos la década de 1930.

Fue en esa época cuando, por primera vez, la Iglesia anglicana decidió permitir la anticoncepción en algunas circunstancias.

Los anglicanos luego cedieron definitivamente y, poco después, prácticamente todas las denominaciones protestantes empezaron a aceptarla sin restricción.

La Iglesia católica, sin embargo, permanece firme en enseñar lo que los cristianos siempre han enseñado. Pero ¿por qué? ¿Por qué la Iglesia no se “actualiza”?

La finalidad del sexo

El mundo moderno tiene un serio problema en comprender la postura de la Iglesia respecto a la anticoncepción porque el mundo no sabe cuál es la finalidad del sexo.

El escritor Frank Sheed dijo cierta vez que “el hombre moderno casi nunca piensa sobre sexo”. Él sueña, lo desea, lo imagina, babea frente a él, pero, en realidad, nunca se para a pensar en qué consiste realmente.

Sheed añade: “Nuestro típico hombre moderno, cuando se concentra al máximo, no logra ver en el sexo más que algo que tenemos mucha suerte de poseer; y ve todos los problemas que le conciernen reducidos a una única y gran cuestión: cómo obtener tanto placer como sea posible” [2].

Pero deberíamos ir un poco más a fondo. ¿Quién inventó el sexo? ¿Qué es el sexo? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su valor?

Para empezar, fue Dios quien lo creó. Y, ya que Él es su creador, tiene el poder de determinar su fin y sentido.

Ahora, Dios reveló que la finalidad del sexo es la procreación y la unión entre los esposos, de forma que el acto sexual puede ser entendido como si los votos y promesas matrimoniales “se volvieran carne” (cf. Mt 10, 8).

El día de la boda, los novios prometen que su amor será libre, fiel, total y abierto a la vida. Todo acto conyugal debería, pues, ser una renovación de ese juramento.

Algunas parejas dicen que estarán, sí, abiertas a la vida, pero que usarán anticonceptivos entre un nacimiento y otro.

En otras palabras, ellas pretenden estar “completamente” abiertas a la vida, pero solo a veces, cuando decidan noesterilizar algunos “actos de amor”. ¿Qué sería de tu matrimonio si ellas pensaran así de otras promesas hechas al pie del altar?

¿Acaso una esposa puede alegar ser fiel, excepto cuando tiene un “caso”? ¿Puede afirmar que su entrega al marido es total, siempre y cuando él siga siendo rico? ¿Puede un esposo decir que sus actos conyugales son libres, menos en los casos en que “necesita” recurrir a la fuerza?

Pero todo esto es absurdo, y sin embargo las parejas, al cerrarse al don de la vida, reniegan de sus propios votos de manera parecida. En el fondo, ellos saben, pero tienen miedo de lo que el sexo significa.

El sexo, sin embargo, es mucho más que los votos matrimoniales hechos carne. Es un reflejo de la fecundidad de amor de la Santísima Trinidad.

“En la Biblia, la unión entre el hombre y la mujer prevé no solo la preservación de la especie, como en el caso de los animales: en la medida en que está llamada a ser imagen y semejanza de Dios, esta expresa, de una forma física y tangible, el rostro de Dios, que es Amor (cf. 1Jn 4, 8)” [3].

El futuro de la humanidad pasa por la familia

El proyecto de Dios es que nos amemos como Él mismo ama, y eso debe estar enraizado en nuestro propio ser.

De manera que, en materia de moral sexual, la única y verdadera pregunta que nos deberíamos hacer es: “¿Estoy expresando a través de mi cuerpo el amor de Dios?”.

La pareja que lo hace se vuelve aquello que realmente es, imagen del amor trinitario, y por medio de su unión revela el amor de Dios al mundo.

El acto de dar la vida por amor entre un hombre y su esposa debe finalmente ser un reflejo del amor de Cristo por la Iglesia.

Debemos, por eso, preguntarnos: “¿Si tuviéramos en cuenta la relación entre Cristo y su Iglesia, donde entra ahí la anticoncepción? ¿Qué hay de ‘anticonceptivo’ en el amor de Cristo?”.

Además de esas implicaciones teológicas, consideremos los efectos de la anticoncepción en la sociedad.

Cuando la anticoncepción empezó a difundirse entre los cristianos, la Iglesia católica los alertó de las graves consecuencias que la práctica acarrearía a las relaciones.

Las tasas de infidelidad conyugal crecerían, ya que los esposos podrían ser infieles sin el peligro de un embarazo indeseado.

Una vez que la anticoncepción abre un camino fácil para evitar las consecuencias naturales de la ley moral, hay una caída general de la moralidad pública.

La Iglesia temía también que “el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabara por perder el respeto por la mujer y, al dejar de preocuparse del equilibrio físico y psicológico de ella, llegase a considerarla como simple instrumento de placer egoísta, y no más como su compañera, respetada y amada” [4].

Además, si las personas pudieran separar el acto conyugal del acto de transmitir la vida, ¿por qué se tendrían que prohibir, finalmente, todas aquellas prácticas que son en sí mismas incapaces de generar una nueva vida (masturbación, actos homosexuales, etc.)?

A medida que la anticoncepción se volviera más común, sería cada vez más difícil ver la sexualidad como una señal del amor divino.

Hay quien sostiene que la Iglesia estaría “restringiendo” la libertad de las mujeres al rechazar la anticoncepción.

Sin embargo, el fruto podrido de la “liberación” anticonceptiva se deja ver de manera clara, no por los argumentos, sino en la vida misma de los que aceptan esta falsa idea de “libertad”.

Véase, por ejemplo, lo que una joven escribió a la revista Dear Abby: “Soy una mujer libre e independiente de 23 años y llevo tomando la píldora durante los últimos dos años. Como se está volviendo caro comprarla, pienso que mi novio debería dividir los gastos conmigo. El problema es que yo aún no lo conozco muy bien como para hablar con él de dinero” [5]. En las palabras de Christopher West, “si hay un problema detrás de la opresión de las mujeres, es el fracaso de los hombre en tratarlas decentemente, como personas. La anticoncepción es, sin duda, una forma de mantenerlas atadas a sus cadenas” [6].

La anticoncepción perjudica la intimidad de los esposos, da lugar al egoísmo en los actos conyugales y abre las puertas a la infidelidad.

Las primeras feministas se oponían a la anticoncepción por esa misma razón, y algunas feministas modernas aún se dan cuenta de que la anticoncepción es enemiga de la liberación femenina [7].
También los antropólogos que estudian el origen y la decadencia de las civilizaciones se dieron cuenta de que las sociedades que no orientan sus energías sexuales hacia el bien del matrimonio y la familia se empiezan a desmoronar [8].
La Iglesia, por lo tanto, no duda en señalar las enormes consecuencias de la anticoncepción. Es el amor entre el marido y la mujer lo que mantiene a la pareja unida. Es un matrimonio fuerte lo que mantiene a la familia unida. Y son las familias fuertes las que mantienen a la sociedad unida, y es sobre estas bases que una civilización se mantiene de pie o se colapsa. “¡El futuro de la humanidad pasa por la familia!” [9].

Si tenemos bien claro que la anticoncepción perjudica la intimidad de los esposos, da lugar al egoísmo en los actos conyugales y abre las puertas a ese gran mal que es la infidelidad, entonces es forzoso reconocer que la anticoncepción es un cáncer para toda la civilización.

Referencias

Agostinho, Marriage and Concupiscence 1:15:17 (a.d. 419), João Crisóstomo, Homilies on Romans 24 (a.d. 391), e outros, em: Contraception and Sterilization.
Frank Sheed, Society and Sanity (New York: Sheed and Ward, 1953), 107.
Carlo Martini, On the Body (New York: Crossroad Publishing Co., 2000), 49.
Paulo VI, Humanae Vitae 17 (Boston: Pauline Books & Media, 1997).
Abigail Van Buren, The Best of Dear Abby (New York: Andrews and McMeel, 1981), 242, apud Donald DeMarco, New Perspectives on Contraception (Dayton, Ohio: One More Soul, 1999), 42.
Christopher West, Good News About Sex and Marriage (Ann Arbor, Michigan: Servant Publications, 2000), 122.
Donald DeMarco, “Contraception and the Trivialization of Sex”.
DeMarco, New Perspectives on Contraception, 89.
João Paulo II, Familiaris Consortio 86 (Boston: Pauline Books & Media, 1981).