Hay momentos en que tenemos que tomar decisiones sobre qué hacer en la vida y qué esperamos de ella. Normalmente esto se hace en una etapa de juventud, pero no siempre es el caso.

Por determinadas razones tal vez no nos hemos planteado cómo vivir la vida.

Lo cierto es que podemos cometer errores, pero si hay uno que es inconcebible es equivocarnos en no acertar en lo que nos puede hacer felices. Es hora de reflexionar sobre las expectativas y poner una dirección a nuestra vida que nos lleve a la felicidad.

Vida improvisada 

La vida improvisada es un estilo de vida sin dirección que consiste en ir reaccionando a las circunstancias conforme se van presentando. Si son buenas, nuestro ánimo está por arriba y si son malas, el ánimo decae. Es una manera de vivir muy inestable porque la felicidad no depende de uno, sino de los eventos externos.

Es cierto que no podemos controlarlo todo o saber exactamente qué ocurrirá. Para bien o para mal, la vida nos sorprenderá con situaciones con las que tal vez nunca hubiéramos imaginado, pero la falta de rumbo que conlleva esta perspectiva de vida hará muy difícil que podamos resolver adecuadamente, mantenernos firmes cuando sea necesario y poder concretar algo.

Vida planificada

La vida planificada a diferencia de la improvisada es una vida con dirección, pero el drama de esta manera de vivir es que la dirección no la ponemos nosotros, sino que nos dejamos llevar por la corriente. Seguimos lo que está de moda haciendo lo que todos hacen sin deliberar ni pensar si eso que todos hacen nos lleva a la felicidad propia, a nuestro bien objetivo o salud. 

Muchas veces seguimos lo que otros hacen incluso cuando tenemos buenos referentes en nuestra vida como padres, amigos o mentores que pueden guiarnos; pero se nos olvida que la decisión de cómo encarar la vida al final es un acto personal y es importante saber cómo podemos ser felices para no terminar con un camino hecho pero sintiendo un gran vacío. 

Vida proyectada 

Al igual que la vida planificada, tener un proyecto de vida es contar con una dirección. No se vive improvisadamente. La diferencia con la vida planificada es que la dirección la ponemos nosotros diseñando un proyecto de acuerdo a ciertos interrogantes personales que tenemos que responder sobre el sentido, el campo a desarrollar y un plan de acción concreto.

Responder a qué es lo que da sentido a nuestra vida, marcará el modo en que viviremos. La felicidad es directamente proporcional a nuestra capacidad de amar. Por eso se trata de amar mucho no sólo en la amistad, el noviazgo o la vida familiar, sino también en el trabajo. Trabajar bien es amar porque es servir al prójimo conforme a los dones y talentos recibidos. 

La otra gran pregunta es qué queremos hacer y cómo. Lo que puede ayudarnos a responder y marcar el camino son aquellas cosas en lo que tenemos facilidad, habilidad o interés. Sin embargo, el mero deseo no alcanza. Será necesario adquirir información, actualizamos e idear un plan de acción concreto que nos ayude a trazar metas para materializarlo.

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